miércoles, 6 de mayo de 2015

MUERTE EN ACOMA (4 de 6)


Jesús Rubio

30 de diciembre de 1598.  San Juan Bautista, Nuevo México.
En la segunda jornada del  juicio que el gobernador Juan de Oñate abrió contra los indios de Acoma, el primero en hablar fue el capitán Rodrigo Zapata, natural de la villa de Azuaga.
-Yo había ido a las tierras que llaman de Cíbola, a ver a las vacas que llaman de Cíbola. Cuando llegué aquí no estaba el dicho gobernador, pero sí el maese de campo Zaldívar, que me enroló junto a otros treinta soldados en la expedición que había de seguir a la emprendida por el señor gobernador, que buscaba una salida a la Mar del Sur. Llegamos a Acoma y luego ocurrió lo que otros ya han relatado.  Subimos allí el día 4, que era viernes. Nos llevaron a una plaza. El maese de campo pidió la harina y ellos nos dijeron que la iban a traer, pero no lo hacían. Entonces, el maese de campo dijo que fuéramos seis a una parte del pueblo y otros seis a otra a decirles que se dieran prisa porque ya les habíamos dado los rescates. Luego empezaron los gritos. Volvimos a donde estaba el maese de campo. Los indios les estaban flechando. Vi al soldado Martín de Viveros caído en el suelo. Pero el maese de campo dijo que nadie disparara a los indios, que se tirara al aire para apaciguarlos. Entonces cayó muerto Hernando de Segura, e hirieron a otros. Empezaron a hostigar aún más y obligaron al maese de campo y a los que pudieron seguirle a retirarse hacia el desfiladero. Vi caído a Diego Núñez y a otros soldados. Los estaban golpeando con piedras en la cabeza. A mí también me hirieron y puede escapar. Pude ver a los indios, que se habían apoderado de las espadas, que lanzaban los cuerpos de los muertos por el desfiladero.
Y después de Zapata, habló Juan de Olague, que salvó su vida porque saltó desde el pueblo por el desfiladero, y vio cómo su compañero Pedro Robledo se mataba al caer; y también habló Juan de León, el malagueño, que primero se refugió en una azotea junto con Sebastián Rodríguez y después se vio obligado también a saltar; y también habló Juan Vázquez de Cabanillas, natural de Zalamea de la Serena, que fue con el capitán Diego Núñez de Chaves casa por casa en busca de harina y que contó como uno de los indios dio un alarido y de repente empezaron a tirarles piedras y flechas y que salvó su vida, después de ver cómo caían muchos de sus compañeros, porque se tiró peñas abajo. Y el último que habló ese día fue el criado mestizo Alonso González, que vio todo lo ya contado y que bajó de la roca como pudo.

23 de enero de 1599. Acoma, Nuevo México.
La batalla se reinició al amanecer. Esta vez se combatió cuerpo a cuerpo. Murieron muchos indios y el capitán Zaldívar quiso hacer saber a los asediados que era mejor que se rindieran, que ya habían muerto muchos de los suyos.
Pero la respuesta de los indios, o así quiso que constara en el informe, fue la de lanzarles más flechas y piedras. No estaban dispuestos a rendirse. Estaban determinados a morir todos allí arriba.
Poco a poco, palmo a palmo, los españoles fueron entrando en Acoma. Los arcabuces les daban una superioridad difícil de resistir. Pero la suerte de la batalla comenzó a decantarse cuando empezaron a arder las primeras casas. Los asediados ya se vieron perdidos y empezaron a rendirse.

2 de enero de 1599. San Juan Bautista, Nuevo México
El 31 de diciembre sólo declaró el jovencísimo Antonio de Sariñana, que sólo tenía 19 años, y que también subió a Acoma aquel día y que se salvó descolgándose por las peñas. Ya pasado el día de Año Nuevo, volvió Juan de Oñate a los interrogatorios. Fue el turno entonces de Francisco Sánchez, natural de Cartaya, Y después lo hizo Francisco Sánchez, de Llerena. Y después lo hizo el soldado portugués Manuel Francisco. Y Lorenzo Salado de Ribadeneira. Y Lorenzo de Muñuera. Y Francisco Robledo, hermano del desdichado Pedro Robledo.

23 de enero de 1599. Acoma, Nuevo México.
Los españoles comenzaron a encerrar a los indios que iban prendiendo en algunas de las casa, pero muchos de ellos volvían a escaparse, porque algunas de ellas están comunicadas entre sí. Y algunos indios, hizo constar en su informe el capitán Zaldívar, daban muerte a otros para evitar la traición. La expedición de Zaldívar hubo de redoblar los combates para reducirlos.
Eran las cinco de la tarde cuando Acoma cayó.
Unos quinientos asediados fueron capturados.

11 de enero de 1599. San Juan Bautista, Nuevo México.
Tras tomar declaración, el día 3 de enero a Alonso del Río, Alonso Sánchez, a los indios Bernabé Pedro, Juan Melchor, Sebastián Miguel, Juan Francisco y Jusepe, a Asensio de Arechuleta, Francisco de Olague y Juan Cortés, y a Alonso Martín Barba y Francisco de Sosa, el gobernador Juan de Oñate se dirigió a los religiosos para preguntarles qué es necesario para que una guerra sea justa. Y en los días siguientes preguntó su parecer a los soldados y oficiales. Y de todas esas consultas Juan de Oñate llegó a una conclusión: no se podía demorar más tiempo el castigo a los indios de Acoma.
Por ello, Juan de Oñate nombró como capitán general de la campaña de castigo a Vicente de Zaldívar, hermano del infortunado maese de campo, y sobrino del Gobernador. Y les dio las instrucciones que recogió su secretario Juan Gutiérrez Bocanegra:
-Iréis hasta Acoma con todos los soldados y máquinas de guerra. Por los caminos y pueblos que pasareis, haréis a los naturales muy buen tratamiento, no consintiendo que se les haga ningún agravio y para esto echaréis todos los bandos necesarios y convenientes. Llegado al pueblo de Acoma, considerareis con mucha  atención  y cordura la fuerza que tienen los dichos indios y en la parte más cómoda que pareciere, con toda diligencia plantareis la artillería y mosquetería y pondréis los capitanes y soldados en sus puestos en orden de escuadrón, sin hacer ruido ni disparar arcabuz.
De todo ello tomaba nota Juan Velarde, el secretario de cámara del Gobernador, que proseguía con sus instrucciones:

-Llamaréis de paz a los dichos indios de Acoma, requiriéndoles una y dos y tres veces que se bajen de la dicha fuerza, abatiendo las armas y sujetándose al dominio del Rey Nuestro Señor. Les pediréis que traigan a los movedores del motín y a los matadores y culpados con los que se hará justicia. Que se bajen del sitio fuerte hasta el llano, donde los ministros del Santo Evangelio que para este efecto ha enviado Su Majestad a estos reinos y provincias cómodamente los puedan enseñar las cosas tocantes a nuestra Santa Fe Católica. Que den los cuerpos de los que mataron y todos sus bienes y armas y el herraje que desenterraron tres lenguas de nuestro pueblo.

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