martes, 30 de septiembre de 2014

MARIA RAMOS. VESTIGIO DE GUADALCANAL EN COLOMBIA. (2 de 2)

Rafael Ángel Rivero del Castillo
Revista Guadalcanal año 2014

De esta forma llegamos al viernes 26 de diciembre del año 1586, entre las ocho y las nueve de la mañana y tras su acostumbrado rezo matutino, María Ramos salía de la capilla cuando se encontró con una India llamada Isabel y el hijo mestizo de esta llamado Miguel, de cuatro o cinco años. Estaban hablando en la puerta de la capilla cuando el niño Miguel dijo a su madre: 

“Madre, mira a la Madre de Dios, que está en el suelo”.

Tras esta aparición el lienzo aparece milagrosamente renovado por completo con las imágenes bien definidas y con los colores originales.                                               
          
Comienza entonces un proceso llevado a cabo por una comisión iniciada el 12 de septiembre de 1587 por el arzobispo Don Fray Luis de Zapata, ante el notario Don Andrés Rodríguez y con las declaraciones del Padre Juan Alemán de Leguizamón y de la propia María Ramos, para verificar el milagro llamado de la renovación.

En 1588 se comenzó la construcción del templo que albergaría a Ntra. Señora del Rosario de Chiquinquirá en aquel sitio donde se produjo la aparición. Durante el año siguiente se extendió la devoción entre los habitantes de la zona, gracias a los milagros que tuvieron lugar y que están documentados en el inapreciable libro “La verdadera histórica relación del origen, manifestación , y prodigiosa renovación por sí misma y milagros de la sacratísima Virgen María, Madre de Dios Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá”   Escrita por el Padre Tobar y Buendía, Procurador general  de los religiosos del Orden de Predicadores en el Nuevo Reino de Granada, impreso por primera vez en Madrid en  1694.

            A María Ramos se le construyó un aposento anexo al templo donde viviría al cuidado de la capilla, hasta el fin de sus días en 1623.

            Chiquinquirá es hoy conocida como la Ciudad Mariana y Capital Religiosa de Colombia. El Papa Pio VIII declaró a la Virgen del Rosario de Chiquinquirá patrona de Colombia en 1829. El 9 de julio de 1919 el Arzobispo de Bogotá, Monseñor Herrera y el Presidente de la República Don Marco Fidel Suarez coronaron solemnemente a Ntra. Señora del Rosario de Chiquinquirá como Reina de Colombia. Su santuario fue declarado Basílica en 1927. El Papa Juan Pablo II visitó dicha Basílica el 3 de julio de 1986.
            Toda esta gran devoción de un país entero surgió de la fe de una mujer de Guadalcanal, María Ramos.

            Fray Alonso de Zamora en su libro: “Historia de la provincia de San Antonino del Nuevo Reino de Granada” Editado por Parra León Hermanos. Caracas. 1930, nos dice:

            “La ciudad de Chiquinquirá debe a esta piadosa española (María Ramos) un monumento público. Es la Bernardeta Soubirous[1] de Nueva Granada “

                                                               

-Bibliografía:
“Expediente de concesión de licencia para pasar a Tunja a favor de María Ramos para vivir con su marido Pedro de Santana” Archivo General de Indias. Ref. ES.41091 AGI/22.15.2164/INDIFERENTE 2094 N.4
 “Licencia de pasajeros a Indias de María Ramos, casada con Pedro de Santana, con sus dos hijos Ana de los Reyes y Sebastián al Nuevo Reino de Granada” Archivo General de Indias. Ref. ES.41091.AGI/10.42.3.15/CONTRATACION,5229,N.6,R.13
 “Verdadera histórica relación del origen, manifestación, y prodigiosa renovación por sí misma y milagros de la imagen de la sacratísima Virgen María de Dios Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá”. Autor Fray Pedro de Tobar y Buendía. Madrid. 1694
Historias de la literatura en Nueva Granada”. Autor José María Vergara y Vergara. Imprenta de Echevarría hermanos. Bogotá. 1867.

 “Historia de la Provincia de San Antonino del Nuevo Reino de Granada”. Autor Fray Alonso de Zamora. Parra Edición Hermanos. Editorial Sur América. Caracas. 1930.
La emigración peninsular a América: 1520-1539. Autor Peter Boyd-Bowman. Kalamazoo College, Michigan. Diciembre. 1963.

Rasgos socioeconómicos de los emigrantes a Indias. Indianos de Guadalcanal. Sus actividades en América y sus legados a la metrópoli. Siglo XVI”. Autor Javier Ortiz de la Tabla Ducasse. En Actas III Jornadas de Andalucía y América. Huelva. 1983

 “Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá, Historia de una tradición” Autor Julio Ricardo Castaño Rueda. Editorial Epígrafe. Bogotá. 2005.





[1] Bernardeta Soubirous: pastora a la que se apareció la Virgen de Lourdes en 1858.

viernes, 26 de septiembre de 2014

MARIA RAMOS. VESTIGIO DE GUADALCANAL EN COLOMBIA. (1 de 2)

Rafael Ángel Rivero del Castillo
Revista Guadalcanal año 2014


            Cada vez es más conocida la elevada contribución de Guadalcanal a la emigración hispanoamericana, principalmente durante el siglo XVI, estimada por algunos autores en más de 500 individuos.
Una de estas emigrantes guadalcanalenses fue María Ramos. Nació en Guadalcanal en 1550 y se casó en primeras nupcias con Alonso Hernandez con quien tuvo una hija en 1566, llamada Ana de los Reyes. Enviudó y volvió a casarse con Pedro Aguilar de Santana, natural de Zafra, con quien tuvo un hijo varón en 1572, Sebastián.
Pedro Aguilar de Santana emigró junto a su hermano Francisco al Nuevo Reino de Granada (actual Colombia) en 1573 en pos de su tío Antonio de Santana.
Antonio de Santana fue uno de los primeros conquistadores y personajes relevantes en el Nuevo Reino de Granada, a donde llegó en 1528. En 1540 se establece en la ciudad de Tunja, de donde obtiene la Encomienda de esta ciudad y de la ciudad de Chiquinquirá en 1560.
Antonio de Santana encargó en 1562 para una capilla que poseía en su casa de Suta, pueblo en que residía, una Imagen de Nuestra Señora del Rosario. Hizo el encargo a Alonso de Narváez pintor procedente de Alcalá de Guadaira y residente en Tunja, que pinta una imagen de la Virgen en una manta de algodón que era el lienzo que se usaba en aquel tiempo.
Pasado el tiempo, y puesto que la capilla no era más que una cabaña de cañas y paja, la Imagen de Nuestra Señora del Rosario acabó desfigurada, borrada y sin color por efecto del agua y la humedad. En 1574 el Padre Juan Alemán de Leguizamón cura del Pueblo de Suta pide a Antonio de Santana otra imagen para poner en el altar en sustitución de la deteriorada imagen de Nuestra Señora del Rosario. No lo consigue y el Padre Alemán la cambia por la imagen de Cristo Crucificado que le envía su padre.
La imagen de La Madre de Dios del Rosario es devuelta a Antonio de Santana y su mujer Catalina García de Irlos la envía al Pueblo de Chiquinquirá, donde no había ninguna imagen.
En 1583 Francisco Aguilar de Santana vuelve a España.
El día 31 de julio de 1584, María Ramos solicita licencia para viajar de Guadalcanal a Tunja para vivir con su marido, a instancias de este,  puesto que había hecho fortuna y estaba bien acomodado en la citada ciudad. Viajan con Maria Ramos sus dos hijos y su cuñado Francisco.

Licencia para viajar a Tunja de María Ramos
Cuando María Ramos llega a Tunja se da cuenta que su marido comienza a tratarla  con desagrado y frialdad. Al año siguiente (1585) decide viajar a Chiquinquirá donde vive Catalina García de Irlos tras la muerte de su marido Antonio de Santana, para darle el pésame. Allí es bien acogida por Catalina y decide quedarse, puesto que aquel sitio la consuela por su soledad y quietud.

 Era María Ramos, mujer devota que buscó un sitio para rezar, encontrando en una cabaña cercana el lienzo de Ntra. Señora del Rosario, que ya muy deteriorado estaba tirado por el suelo de dicha cabaña que hacía las veces de capilla. Con la ayuda de una mestiza llamada Ana Domínguez recompone el cuadro y vuelve a colgarlo en la pared. En la citada cabaña-capilla pasaría María Ramos varias horas al día rezando quizás para superar el hecho de haber viajado desde Guadalcanal para acabar rechazada por su marido en tierras tan lejanas.  Continuamente repetía: “¿Hasta cuando, Rosa del Cielo, habéis de estar tan escondida? ¿Cuándo será el día en que os manifestéis y os dejéis ver al descubierto, para que mis ojos se regalen en tu soberana hermosura que llene de gustos y alegrías mi alma?

domingo, 21 de septiembre de 2014

Guadalcanal en los libros y guías de viajes (siglos XVI – XIX) (5 de 5)

                                           Salvador Hernández González
                                           Revista de Guadalcanal año 2014

“Al salir de Llerena el camino discurre durante cuatro leguas por vastas llanuras de trigo punteadas por colinas cónicas hasta Guadalcanal, que según se dice, ha sido la céltica Tereses. Las minas de plata y plomo están situadas a cosa de una milla al nordeste. El río Genalija [sic] separa a Extremadura de Andalucía. Estas minas fueron descubiertas en 1509 por un campesino llamado Delgado que, arando, topó con mineral. En 1598 fueron arrendadas a los hermanos Marco y Cristóbal Fugger, de Augsburgo, que también tenía arrendadas las minas de mercurio de Almadén; y ellos, guardando bien su propio secreto, extrajeron del Pozo rico tales riquezas que su nombre acabó siendo proverbial y Ser rico como un Fúcar quería decir en los tiempos de Cervantes lo mismo que ser tan rico como Creso. Constituyeron una calle en Madrid a la que dieron su nombre. Sus descendientes, en 1635, fueron obligados a renunciar a las minas, pero antes, y llevados del despecho que sentían, desviaron hacia ellas un arroyo. A pesar de todo la fama de sus adquisiciones sobrevivió a esto y tentó a otros especuladores con sueños de mundos de oro; y en 1725 lady Mary Herbert y míster Gage trataron de drenar las minas; son los que menciona Pope:
¡Almas afines! Cuyas vidas une la avaricia, y un mismo hado entierra en las minas asturianas.
Un ligero error por parte del poeta, tanto por lo que se refiere al metal como a la geografía.
El proyecto se quedó en nada, como tantos otros créditos, etc.: Châteaux en Espagne; y los obreros ingleses fueron saqueados por los españoles, que no querían que “herejes y extranjeros” vinieran a España a llevarse el oro. En 1768 un cierto Thomas Sutton hizo otra intentona de explotar las minas”.
Por otra parte, la revolución de los transportes que supuso la llegada del ferrocarril en la recta final del siglo XIX, junto con la mejora de los caminos, favoreció la edición de numerosas guías del viajero que recogían la herencia de aquellas primeras guías de caminos de postas propias del siglo XVIII. Su finalidad es obviamente facilitar al viajero una información ajustada y precisa sobre las vías de comunicación y medios de transportes, junto con apretadas reseñas de las comarcas y poblaciones por las que discurren las rutas en cuestión, ya sean carreteras o la red de ferrocarriles. Las fichas de las localidades suelen responder generalmente a un esquema que recoge los datos básicos de sus coordenadas geográficas, vías de comunicación, número de habitantes, aspectos socio – económicos y breves alusiones a la historia y al patrimonio artístico. Este planteamiento emparenta en cierto modo estas guías de viajes con los diccionarios geográficos, que como ya se ha dicho alcanzaron tan amplio desarrollo editorial durante los siglos XVIII y XIX y de los que son en cierto modo continuadoras, si bien las guías potencian lógicamente la información práctica y de utilidad para el viajero y dejan en un segundo plano el componente erudito.
Dada la abundancia de este tipo de obras, no siempre fáciles de localizar, señalaremos algunas muestras de aquellas que hemos manejado, bien físicamente o bien en formato digital, y que incluyen, en apretado y casi telegráfico texto, la reseña de Guadalcanal. En este sentido, un autor prolífico en este género fue Francisco de Paula Mellado, autor de numerosas guías de viajes, entre las que su España geográfica describe en 1845 a nuestra localidad con el siguiente texto de tono enciclopédico[1]:
“GUADALCANAL: Villa situada a quince leguas de Sevilla, en terreno llano cerca de Sierra Morena. Su fundación es remota y su nombre de origen arábigo. Conserva inscripciones del tiempo de los romanos. Consta de 966 vecinos y 3.884 habitantes. Pertenece a la diócesis de León en su priorato de San Marcos y al partido judicial de Cazalla de la Sierra. Tiene tres parroquias, un pósito, un hospital, tres conventos de monjas, uno que fue de frailes y un estanco. En la quinta de 1844 entraron en suerte 279 jóvenes de 18 a 24 años. Pagó de contribución 63.794 reales y cosecha al año común 16.000 fanegas de granos y legumbres, 7.000 arrobas de vino y 3.000 de aceite, que con sus pastos y frutos menores importan 674.000 reales. Hay granjería y tráfico de ganados, molinos harineros y una mina de plata en su término, explotada en la actualidad”.
La llegada del ferrocarril a Guadalcanal, como estación incluida en la línea Mérida – Sevilla, supondrá el que nuestra localidad figure en algunas de las guías que nacen para orientar al viajero en la utilización de la red ferroviaria española. Si bien esta línea que comunica Extremadura con Sevilla no vino a completarse en su trazado completo hasta 1885, ya poco antes, en 1881, Comas Galibern describe el recorrido en su Guía del viajero en España, dejándonos la siguiente ficha sobre nuestra localidad[2]:
“Guadalcanal, a 101 kilómetros de Sevilla, villa de unas 5.441 almas, en cuyo término municipal existen varias minas de plomo que fueron en otro tiempo muy ricas. Actualmente hállanse por decirlo así, abandonadas, a consecuencia de la decadencia en que la industria minera se encuentra. Esto sin embargo, con una dirección bien entendida y con capitales suficientes, estos yacimientos se podrían explotar  con buen éxito.
Esta población es muy industriosa, y además de esto recoge aceite y un vino de grande estima”.
De tono parecido, pero con fichas aun más sintéticas, es el Consultor del viajero, de Julián Aguilar, del que hemos utilizado la tercera edición publicada en Madrid en 1886. Destinado también al viajero por ferrocarril, incluye el recorrido y horarios de la línea de Mérida a Sevilla, al tiempo que las poblaciones atravesadas por aquélla quedan reseñadas en apretados párrafos en los que se proporcionan los datos básicos de utilidad práctica para el viajero, como distancia de la estación al casco urbano, establecimientos de hospedaje y servicios de ocio. Así de Guadalcanal se incluye esta escueta ficha[3]: 500 metros a pie para llegar al pueblo. Para alojamiento, las posadas o algunas casas particulares que reciben huéspedes”.
Conviviendo con el auge de estas guías de viajes, el Romanticismo, al promover el estudio de la historia y el patrimonio como señas de identidad nacionales, dio un importante impulso a la publicación de las corografías o descripciones regionales, en algunos casos formando parte de colecciones que abarcaban la totalidad del país. Por sus planteamientos y contenidos informativos estas guías regionales son herederas y al mismo tiempo deudoras de la larga serie de diccionarios geográficos que se inician en el siglo XVII y que cuenta con ejemplos tan conocidos como los de Madoz y Miñano, de los que ya dimos cuenta en su momento para Guadalcanal[4]. Nuestra localidad aparece reseñada en algunas de estas obras corográficas, aunque en menor medida que en los diccionarios geográficos. En 1896 Valentín Picatoste publicó el volumen correspondiente a la provincia de Sevilla, que forma parte de su inconclusa colección Descripción e historia política, eclesiástica y monumental de España, donde se reseña nuestro pueblo como “centro industrial y agrícola de alguna consideración, célebre antes por sus ricas minas de plomo argentífero, hoy dadas al olvido” [5].
Sí se completó en cambio la España Regional de Ceferino Rocafort y Casimiro Dalmau, publicada en Barcelona entre 1913 y 1919. A Andalucía se dedica el volumen I, donde se plantea un recorrido regional articulado en función de la división administrativa en partidos judiciales, los cuales a su vez quedan encuadrados por aspectos como la situación geográfica, límites políticos y administrativos, accidentes geográficos (orografía, cauces fluviales, etc.), red de comunicaciones (ferrocarriles y carreteras), etc. De cada población se indica el número de habitantes, la distancia a la capital de provincia, comunicaciones, producción económica y monumentos de interés. Así de Guadalcanal, perteneciente al partido judicial de Cazalla de la Sierra, se indica lo siguiente[6]: “Villa de 6.563 habitantes, a 110 kilómetros de Sevilla, con estación de ferrocarril. Hállase situada en la sierra de su nombre, en el corazón de Sierra Morena. Cosecha aceite, cereales y vinos; explota minas de plata y de hierro; fabrica harinas, gaseosas y ladrillería; cría ganados, y celebra feria el 4 de septiembre”.
En definitiva, la llegada del siglo XX da paso a un nuevo tipo de guías regionales y libros de viajes de texto conciso, más atento a la información objetiva y práctica que a la vivencia romántica del camino, que surge como inmediato precedente de las numerosas guías con las que en nuestros días el viajero o el turista sigue recorriendo este rincón de la Sierra Norte, tan cargado de historia y riqueza patrimonial, a cuyo conocimiento hemos querido contribuir con esta apretada antología de textos.



[1] MELLADO, Francisco de Paula: España geográfica, histórica, estadística y pintoresca. Madrid, 1845. Pág. 765.
[2] COMAS GALIBERN, José: Guía del viajero en España. Itinerario artístico y pintoresco por la Península Ibérica. Barcelona, 1881. Pág. 339.
[3] AGUILAR, Julián: El consultor del viajero. Madrid, 1886. Pág. 162.
[4] De este tipo de textos, difíciles a veces de localizar y de desigual valor informativo, nos hemos ocupado con anterioridad en relación con la localidad de que tratamos. Véase HERNÁNDEZ GONZÁLEZ, Salvador: “Guadalcanal en los Diccionarios histórico – geográficos (siglos XVII – XIX)”, Revista de Feria y Fiestas de Guadalcanal (2006), págs. 139 – 153.
[5] PICATOSTE, Valentín: Descripción e historia política, eclesiástica y monumental de España para uso de la juventud. Provincia de Sevilla. Madrid, 1896. Págs. 15 – 16.
[6] ROCAFORT, Ceferino – DALMAU, Casimiro: España Regional. Barcelona, 1913 – 1919. Vol. I, pág. 402.

miércoles, 17 de septiembre de 2014

Guadalcanal en los libros y guías de viajes (siglos XVI – XIX) (4 de 5)

                                   Salvador Hernández González
                                Revista de Guadalcanal año 2014

El Señor Don Joseph de Carvajal, Ministro de Estado, que deseaba informarse de lo que era esta mina, me mandó examinarla, y me hizo entregar varios papeles antiguos, que se reducían a la historia de lo que en ella se ha trabajado y dos planes de sus pozos y galerías. El primero de estos planes incluía once pozos desde ochenta a ciento y veinte pies de profundidad, y el segundo, que me pareció hecho por persona más inteligente, no contenía más que diez. Del extracto que hice para aquel Ministro se sacan dos verdades y cinco conjeturas.
Las dos verdades son, que los dos hermanos Fúcares abandonaron esta mina el año de 1635; y que entonces las betas de plata eran muy ricas. La primera conjetura es que habiendo querido el Ministerio subir el arriendo y poner nuevos derechos a los dichos Condes Fúcares, estos introdujeron una corriente de agua en la mina, que para sus trabajos tenían desviada, y la inundaron y abandonaron precipitadamente; la segunda, que estos Asentistas pusieron máquinas y acuñaron moneda dentro de la misma mina para defraudar los derechos del Rey, con cuyo dinero se granjearon protectores poderosos en la Corte, y así pudieron evadirse de España; la tercera, que la última galería se hundió, y que aunque ahora se compusiese, no daría para los gastos de la obra; la cuarta, que hay un manantial de agua en el último pozo tan abundante, que sería de un coste inmenso el desaguarle, y se correría el riesgo de no hallar la beta, o de hallarla exhausta; la quinta, que la abundancia de plata de las minas de América hizo olvidar los trabajos de ésta; y la política persuadió que debía reservarse para cuando aquellas pudiesen faltar.
Varios autores antiguos y modernos han celebrado la riqueza prodigiosa de esta mina. El Cardenal Cienfuegos en su Historia de San Francisco de Borja hace un elogio grande de ella. La Historia de la Casa de Herasti, pág. 264, dice que esta mina había producido ocho millones de pesetas, cuya suma se empleó con otras en la fábrica del Escorial. Alonso Carranza en su Tratado de Moneda de España, pág. 101, afirma que una semana con otra se sacaban de Guadalcanal sesenta mil ducados y que al lado de la mina se había fundado el lugar por los que acudían a los trabajos[1].
A legua y media hacia poniente de la mina de Guadalcanal hay otra mina en una peña muy alta, que ya los antiguos tantearon, según se ve por un pozo y una galería que se distinguen de las demás obras modernas. La beta se presenta mal, y a mi entender, es una vena trastornada: esto es, que es más rica en la superficie que en lo profundo, pues a la vista tiene seis pies de extensión, y se compone de espato y cuarzo. Corre de norte a sur en el primer pozo, que es el antiguo; pero en los modernos se nota que muda del este al oeste, siguiendo la dirección de la montaña”.
El siglo XIX será un siglo viajero por antonomasia, de acuerdo con la nueva mentalidad del Romanticismo, que impone el viaje por placer y para captar lo desusado, el color local. España se convierte en la meta de numerosos viajeros extranjeros, que acuden atraídos por el exotismo de unas tierras en las que el paso de la Historia parece haberse detenido y que sigue brindando los mismos atractivos que habían despertado el interés de los viajeros dieciochescos.
La situación de Guadalcanal como tránsito entre Extremadura y Andalucía favoreció el paso de algunos de estos viajeros románticos. El primero fue el francés Alexandre de Laborde, escritor, viajero, anticuario y político (1773 – 1842). Su pasión por las artes le llevó a viajar por Inglaterra, Holanda, Italia y España. Su primera toma de contacto con nuestro país se produjo durante el reinado de Carlos IV y bajo el patrocinio del Secretario de Estado Manuel Godoy. Fruto de esta primera estancia – a la que seguiría una segunda acompañando a Napoleón I en la invasión de España por las tropas francesas – fue la publicación del Itinerario descriptivo de España (1809) y el Viaje pintoresco e histórico de España (1806 – 1820). En esta última obra, de la que utilizamos la traducción publicada en Valencia en 1826, Laborde expresa sus impresiones al pasar por Guadalcanal en su vuelta de Mérida a Sevilla, en un breve texto que en algunos aspectos sigue muy de cerca al Viaje de España de Ponz, al que ya nos hemos referido[2]:
“Guadalcanar [sic] es una villa de cerca de 1.000 habitantes, con 2 parroquias, 2 conventos de religiosos y 2 de religiosas, cuya jurisdicción es del orden de Santiago. A un cuarto de legua entre N. y E. están las minas de la plata, cuyo producto es bastante considerable, y su explotación digna de verse: en sus minas se ha encontrado en estos últimos tiempos un 10 por 100 de platina, metal que hasta ahora se creía existir sólo en América”.
Este interés por las minas es compartido por otro de los grandes viajeros decimonónicos, Richard Ford (1796 – 1858). Nacido en Londres, cursó estudios de Derecho, con vistas a una profesión de abogado que nunca llegó a ejercer, pues sus intereses se encaminaban más a la estética que a la abogacía. Dado que poseía una rentable fortuna y estaba dotado de gustos refinados, entre 1815 y 1822 realizó cuatro giras por Europa, continuadas por el viaje que emprendió en 1830 con destino a Andalucía, con la intención añadida de buscar mejoría para el estado de salud de su esposa Harriet Capel, con la que se había casado en 1824. Desde su llegada a Sevilla en el otoño de 1830 y hasta su vuelta a Inglaterra en 1833, Ford emprenderá un largo recorrido por España, que plasmó en obras como el Manual para viajeros por España y lectores en casa, publicado en 1844. Dentro de su periplo viajero, el paso por Guadalcanal se produjo en la primavera de 1831, cuando regresaba a través de Extremadura y con destino a Sevilla, del viaje que había emprendido en el mes de abril a Madrid[3]. En su crónica viajera, Ford da breves noticias del descubrimiento de los yacimientos, el arriendo de las minas a los banqueros Fugger, el abandono de la explotación y los sucesivos intentos por reanudar la actividad extractiva[4]:




[1] [Nota de Bowles] “Esto se escribía hace veinte años. Después las cosas han mudado mucho de semblante, porque una compañía de extranjeros ha emprendido el beneficio de est mina con permiso del Rey; y no obstante haber consumido capitales muy cuantiosos, y haber desaguado los pozos, hasta ahora no han podido dar con la beta”. Se refiere Bowles a los sucesivos intentos acometidos en el siglo XVIII para recuperar la explotación de estas minas, entre los que adquirió cierta notoriedad el de Lady Mary Herbert. Véase MURPHY, Martín: “Lady Mary Herbert, una minera en Sierra Morena”, Archivo Hispalense nº 239 (1995), págs. 29 – 43; y MALDONADO SANTIAGO, José Manuel: “Apuntes sobre la Empresa Real Minera de Guadalcanal”, Revista de Feria y Fiestas de Guadalcanal (2005), págs. 175 – 183.

[2] LABORDE, Alexandre de: Itinerario descriptivo de las Provincias de España. Valencia, 1826. Pág. 242.
[3] ROBERTSON, Ian: “Richard Ford y las cosas de España”, en La Sevilla de Richard Ford (1830 – 1833). Fundación El Monte, Sevilla, 2007.
[4] FORD, Richard: Manuel para viajeros por Andalucía y lectores en casa. Reino de Sevilla. Turner, Madrid, 1980. Págs. 295 – 296.

sábado, 13 de septiembre de 2014

Guadalcanal en los libros y guías de viajes (siglos XVI – XIX) (3 de 5)

                                             Salvador Hernández González
                                          Revista de Guadalcanal año 2014
Autorretrato de Antonio Ponz

      Esta es la época en la que se consolida la moda del Grand Tour o viaje europeo de estudios y formación, que acabará incorporando a España como una de sus etapas, en virtud de sus atractivos paisajes, su pasado marcado por la presencia islámica que le daba un sello peculiar frente al resto de Europa, su patrimonio monumental y artístico o la variedad y riqueza de sus costumbres, gastronomía, expresiones festivas, etc. Se consolidan una serie de rutas “típicas” que recorren el país de norte a sur, con entrada por el País Vasco o Cataluña, para atravesar la Meseta en dirección a Andalucía.
Estos viajeros, tanto extranjeros como nacionales, estaban movidos por diferentes intereses que iban desde el simple placer de viajar para conocer otros lugares y otras gentes, hasta el viaje de estudio, bien de la Arqueología y de la Historia del Arte, bien de la geografía y de la naturaleza. En este sentido, una obra clásica fue el Viaje de España de Antonio Ponz, obra que cimenta la historiográfica artística española y que ha sido considerada como el primer catalogo de nuestro patrimonio monumental. En el volumen VIII, que comprende el camino descendente desde las tierras de Castilla – León a través de la provincia de Cáceres para atravesar Extremadura en dirección a Andalucía, Ponz atraviesa nuestra comarca y plasma unas sintéticas impresiones sobre su paso por nuestra población[1]:
“Guadalcanal, perteneciente a la Orden de Santiago, es villa, a lo que dicen, de mil vecinos, abundante de viñas, olivares, y demás cosechas, con dos parroquias, dos conventos de monjas y dos de frailes. A distancia de un cuarto de legua entre norte y oriente están las famosas minas de plata, en que se trabaja actualmente con utilidad. Se ha formado de los jornaleros y jefes que hay en ellas una mediana población, y son dignas de ver las máquinas inventadas para su desagüe; y asimismo sus profundísimos pozos, particularmente uno de ellos, donde se trabaja al presente”.
Precisamente las célebres minas fueron el motivo de la visita de otro erudito, el naturalista irlandés Guillermo Bowles, nacido en Cork alrededor de 1720 y fallecido en Madrid en 1780. Debió estudiar leyes en Inglaterra, para pasar a París hacia 1740, donde se aplicó al cultivo de la historia natural, la química y la metalurgia. Aquí conoció a Antonio de Ulloa, quien gestionó la contratación del irlandés por parte del gobierno español para mejorar los sistemas de explotación de las minas de mercurio de Almadén en la provincia de Ciudad Real. Posteriormente realizó otra misión de estudio en las antiguas minas de Guadalcanal, con lo que inició a partir de entonces numerosas expediciones por toda la península en compañía de algunos técnicos. El resultado de estos estudios y exploraciones geológico – mineras lo recogió en su Introducción a la Historia natural y a la Geografía física de España, obra que conoció varias ediciones (1775, 1782 y 1789) y que en realidad no se trata de un libro de viajes, sino de un compendio del estado de las riquezas naturales españolas de la época, que resulta muy ilustrativo sobre nuestros paisajes y medio natural[2]. El trabajo de campo se acometió en 1754, con punto de partida en las minas de mercurio de Almadén. De aquí se adentró en Extremadura y alcanzó Guadalcanal, entonces perteneciente a dicha región, de cuyas explotaciones mineras nos dejó una semblanza en los siguientes párrafos que transcribimos íntegros dado el interés de esta poco conocida obra como fuente para el estudio del medio físico local en el pasado[3]:
“Desde aquí [Berlanga] en cuatro horas llegamos a Guadalcanal por un llano y algunas colinas que hay hasta el pie de Sierra Morena, de la cual se andan dos leguas antes de entrar en dicha villa, que tendrá de setecientos a ochocientos vecinos. Hay en sus cercanías abundancia de zumaque, cuya hierba se corta en el mes de agosto, y su tallo, hojas y flores se muelen y llevan a vender a Sevilla para curtir cueros.
Las cimas de las montañas de Sierra Morena que hay alrededor de Guadalcanal son todas redondas como bolas, juntas unas con otras, y casi de la misma altura; en lo cual se diferencian de las restantes de España, que, por lo regular, son puntiagudas, especialmente las de los Pirineos, donde se levantan picos sobre picos, pudiendo éstas compararse al mar agitado de una borrasca; y las de Guadalcanal a la uniformidad de las olas en tiempo bonancible y sereno.
Las piedras de estas montañas son muy duras, y se parecen en el color a las piedras que llaman de Turquía[4]; su figura es como la de la pizarra compuesta de hojas; descansan o sientan perpendicularmente, y corren de oriente a poniente. Escupen el aceite y el agua, y por eso no son a propósito para amolar.
La mina está a una legua de la villa en el terreno más bajo de aquellos alrededores cercado de cerros. En la beta del pozo nombrado Campanilla, que está a doce pasos de otro llamado Pozo – rico, se ven tres betas que descienden y van a dar a este último. La una viene de levante y la otra de poniente, y se juntan con la tercera, que es la buena, cortando la dirección de las pizarras de norte a sur para formar el tronco de la vena. Estas betas son pequeñas, pues no tienen más de tres pulgadas de ancho; pero van acompañadas de cierta dirección regular de tierra en forma de beta de dos pies de anchura con piedrecillas de cuarzo; todo lo cual es extraño, y no hay a que compararlo en el país. La gran beta corre de norte a sur, según se descubre por más de doscientos pasos en la superficie. Hay dos arroyadas, que regularmente no corren en el estío, por ser país muy seco, las cuales tienen su curso del este al oeste, al pie de dos cerros contrapuestos a cosa de 300 pasos de distancia uno de otro. Estas dos arroyadas parece son los límites de la mina, porque se observa que ni los antiguos ni los modernos han cavado jamás al sur ni al norte de los dos cerros referidos, no obstante que han hecho quince pozos al este y oeste del Pozo – rico, llamado así porque de él se extraía el mineral, bajando a buscarle por el pozo vecino dicho Campanilla. En éste hice yo excavar cerca de cincuenta pies por orden del Ministerio, para ver si las galerías estaban hundidas como se aseguraba; y a dicha distancia hallamos el agua, y vimos que la madera de la escalera estaba toda podrida, bien que las galerías se mantenían sólidas y firmes. Por los escombros se infiere que esta mina se componía de cuarzo, espato blando de color de ratón, pizarra aherrumbrada, hornestein, piritas, algo de plomo y mucha plata. En el Pozo rico abundan tanto las aguas de materia vitriólica, que las maderas están llenas de hermosos cristales de vitriolo marcial, o verde; y al lado del pozo de San Antonio hay una mina o banco de vitriolo nativo en la piedra.



[1] PONZ, Antonio: Viaje de España, vol. VIII. Madrid, 1784. Págs. 217 – 218.
[2] RECIO ESPEJO, José Manuel: “Guillermo Bowles: un naturalista por la España de mediados del siglo XVIII”, Boletín de la Real Academia de Córdoba de Ciencias, Bella Letras y Nobles Artes, nº 150 (2006), págs. 69 – 80.
[3] BOWLES, Guillermo: Introducción a la Historia Natural y a la Geografía Física de España. Madrid, 1782. Págs. 63 – 68.
[4] [Nota de Bowles] “Costureica, en francés gris de Turquía, es piedra arenisca, o amoladera, de grano muy fino y color pardo. Estando blanda y enxuta, muerde bien en el acero, pero untada con aceite se endurece: puesta al fuego se emblanquece; y si es mucho el calor se medio vitrifica.

martes, 9 de septiembre de 2014

Guadalcanal en los libros y guías de viajes (siglos XVI – XIX) (2 de 5)

                                                Por Salvador Hernández González
                                                Revista de Guadalcanal año 2014

En uno de sus viajes a Extremadura, Hernando Colón emprendió el camino de regreso a Sevilla a través de nuestra Sierra[1]. Así comenta que “partí de Valverde para Guadalcanal que ay dos leguas grandes de cerros e syerras quanto más adelante. E a más que llegamos a Guadalcanal con media legua subimos una sierra que estará de subida e abaxada media legua e desde esta syerra en adelante fasta Sevilla es Syerra Morena”. Nuestra localidad “es lugar de mil quinientos vecinos, está entre dos syerras en un valle hondo e es del Maestradgo de Santyago. E es en la Syerra Morena el postrer lugar del Maestradgo de Santyago. Es tierra de Sevilla e es lugar de buenos vinos”.  
Guadalcanal fue también lugar de paso de otro ilustre viajero, el humanista, escritor y político veneciano Andrea Navagero (1483 – 1529). Entre sus múltiples actividades, fue embajador de la República de Venecia ante la corte de Carlos V, entre 1525 y 1528, para gestionar un tratado de paz entre la Sginoria veneciana y España y lograr la libertad  de Francisco I, rey de Francia. En el desempeño de este cometido se incorporó al cortejo del largo viaje que hizo la Corte con destino a Andalucía para la celebración de las bodas de Carlos V e Isabel de Portugal en 1526. De este periplo nos dejó escrito una crónica que constituye uno de los más antiguos y  conocidos libros de viajes por España. La comitiva regia partió de Toledo en febrero de dicho año 1526 con destino a Andalucía, siguiendo el itinerario que a través de Talavera de la Reina conducía a Extremadura, a la cual se ingresaba por la zona de Guadalupe, para descender por la comarca de la Serena hacia las campiñas pacenses y desde aquí atravesar la Sierra Morena sevillana para alcanzar el valle del Guadalquivir. Siguiendo esta ruta, los primeros días de marzo se emplearon en atravesar Guadalupe y poblaciones de la Serena como Campanario, Quintana y Campillo, para continuar, ya en la campiña, por Berlanga y alcanzar pronto Guadalcanal, como así lo refiere el propio Navagero[2]:
“El día 6 [de marzo] cruzamos Guadalcanal, a dos leguas, pasando en el camino los torrentes de Molincete y Sotillo; hay también otro cauce llamado Alcanal, del que toma nombre el pueblo. El mismo día llegamos a Cazalla, a tres leguas; Guadalcanal y Cazalla son dos pueblos grandes, con más de mil vecinos cada uno; tienen abundancia de bonísimos vinos y se hallan en un paraje de Sierra Morena llamado Sierra [de] Constantina, en la que también hay un pueblo de este nombre, a poca distancia de los anteriores, asimismo abundante de buenos vinos. Todo el terreno de Guadalupe al Ana y del Ana a esta parte se llama Extremadura, y es al que los antiguos llamaban Betulia. La Sierra Morena son los Montes Marianos”.
A finales del siglo XVI nuestra comarca registró el paso de otro interesante personaje, el noble alemán Erich Lassota de Steblovo. Se trata de un militar que durante cuatro años, de 1580 a 1584, estuvo al servicio de Felipe II, tomando parte no sólo en las jornadas guerreras de la conquista de Portugal, sino también en la expedición que se llevó a cabo contra los insumisos habitantes de la isla Tercera. Este personaje pertenecía a la rama silesiana de una noble y antigua familia polaca. En 1579, hallándose en Praga, se enteró de las pretensiones que el monarca español tenía sobre la corona de Portugal (que había quedado sin titular por la muerte en África del joven rey don Sebastián) y de la posibilidad de enrolarse en las tropas mercenarias que se estaban reclutando a tal fin. Fue entonces cuando Lassota, impulsado de sus deseos de ver mundo y de contribuir con su espada a una campaña que esperaba sería victoriosa, volvió a su patria a fin de realizar los preparativos necesarios para guerrear en la Península Ibérica. A tal efecto se dirigió a Italia, por ser allí el punto a que debían acudir y donde se congregaban los alistados para formar las banderas alemanas que tomarían parte, junto a los españoles, en la nueva campaña. Su llegada a España se produjo el 6 de febrero de 1580 al arribar al puerto de Cartagena. Desde este punto su contingente retomó la travesía marítima para desembarcar en la localidad gaditana de El Puerto de Santa María. Aquí se inició la ruta terrestre hacia el frente de guerra luso, que les llevaría a atravesar las provincias de Cádiz y Sevilla con destino a Extremadura como punto de enlace con la frontera portuguesa. Terminada la campaña, volvió a Silesia y entró en 1585 en Praga al servicio del emperador Rodolfo, para pasar más tarde al servicio del archiduque Maximiliano, que aspiraba al torno de Polonia[3]. Con respecto a su recorrido por la sierra sevillana, éste comenzó el 27 mayo de dicho año 1580 atravesando la Ribera del Huéznar en Villanueva y prosiguió por Constantina, San Nicolás y Alanís, para llegar el 2 de junio a Guadalcanal, “grande y hermosa villa, a dos millas”, desde donde se dirigieron al día siguiente a Ahillones para proseguir su recorrido por la región extremeña[4].
Ya en el siglo XVIII, la Ilustración supone una época clave para la literatura viajera, pues no en vano el libro de viajes se configura ahora como género literario. Para el pensamiento ilustrado, el viaje representaba una de las vías del conocimiento, como forma de aprendizaje y adquisición de saberes. El viajar permitía acercarse a la variedad del hombre dentro de la especie y a la diversidad de las culturas en el tiempo y en el espacio. Así el viajero adquiere conciencia de la diversidad cultural, que se observará sin perjuicios, con objetividad. Frente a la tradición libresca de los siglos anteriores – recordemos que algunos viajes eran pura ficción literaria, al elaborarse mediante el acopio de datos de aquí y de allá, especialmente de los diccionarios geográficos que comienzan su despegue editorial – ahora en el siglo XVIII los viajeros pretenden reflejar lo que ven, sin inspirarse en los libros, convirtiéndose en observadores positivos.



[1] Ibídem, tomo I, págs. 286 – 287.
[2] NAVAGERO, Andrés: Viaje a España del Magnífico señor Andrés Navagero (1524 – 11526) Embajador de la República de Venecia ante el Emperador Carlos V. Editorial Castalia, Valencia, 1951. Págs. 51 – 52.
[3] GARCÍA MERCADAL, José: Op. cit., vol. II, págs. 411 – 412.
[4] Ibídem, pág. 414.

viernes, 5 de septiembre de 2014

Guadalcanal en los libros y guías de viajes (siglos XVI – XIX) (1 de 5)

                                                   Por Salvador Hernández González
                                                Revista de Guadalcanal año 2014

La situación geográfica de Guadalcanal en el extremo norte de la provincia de Sevilla y lindante con la vecina Extremadura, a la que perteneció como se sabe hasta su incorporación a Andalucía con los cambios administrativos del siglo XIX, la ha convertido en uno de los puntos de tránsito de los antiguos caminos que, como variantes o ramales secundarios de la Vía de la Plata, comunicaban Andalucía con las tierras extremeñas. Si bien, a diferencia de las poblaciones situadas justo al pie de la Vía de la Plata, no ha gozado del tránsito de viajeros con la misma intensidad que aquellas, cabe no olvidar que Guadalcanal, junto con Cazalla, Constantina y El Pedroso marcaban los hitos de ese otro camino, menos conocido, que a través de la Sierra Morena sevillana descendía al Valle del Guadalquivir. 
Como consecuencia, son pocas las citas que nos brindan los libros y guías de viajes sobre Guadalcanal, pero en todo caso hemos podido recoger una selección a modo de muestra de unos textos poco conocidos y en ocasiones de difícil acceso, lo que por otra parte acrecienta todavía más si cabe su interés. Para su localización nos han sido de gran utilidad algunos repertorios bibliográficos, como los de García – Romeral sobre viajeros españoles[1] y García Mercadal[2] sobre los viajeros extranjeros por España y Portugal, este último de especial interés por facilitarnos textos de los que no contamos con edición en lengua castellana. La consulta de estas obras de referencia se ha completado con el manejo de las ediciones de aquellos viajes que hemos tenido a nuestro alcance y con la búsqueda cibernética de otros textos en formato digital. Para la localización de estos últimos resultan muy operativas algunas webs especializadas, entre las que destaca por su riqueza de contenidos la Biblioteca Digital Hispánica[3].
Si para la Edad Media son escasos los testimonios literarios de esta naturaleza, a partir del Renacimiento y especialmente durante el Barroco se hacen más frecuentes los relatos de viajes, primando la modalidad de las Corografías y las Relaciones topográficas, que tienen el común denominador de facilitar la enumeración de las poblaciones junto con algunos datos escuetos sobre el número de vecinos, topografía del lugar o algunos rasgos del paisaje.
Precisamente en los inicios de la Edad Moderna, Guadalcanal asistió al paso de unos viajeros tan ilustres como los Reyes Católicos. A principios de 1502 Fernando de Aragón e Isabel de Castilla emprendieron el camino de Sevilla a Toledo, a través de una serie de etapas que discurrieron por Cazalla, Guadalcanal, Fuente del Arco, Llerena, Valencia de las Torres, Campillo, Zalamea, Quintana de la Serena, Campanario, Acedera, Caserío del Rincón, Guadalupe, Villar del Pedroso y Talavera de la Reina. Aunque este viaje regio no ha dejado un relato descriptivo, se conocen algunos detalles de los gastos de la comitiva a su paso por nuestra zona gracias a la documentación conservada en el Archivo General de Simancas[4]. Así en una nómina del 18 de mayo de 1502 se recogen los pagos a los peones que transportaron las andas en las que viajó la Reina Isabel, medio de transporte utilizado para garantizar a la soberana un mínimo de confort ante su delicado estado de salud. Uno de estos registros contables anota precisamente el abono de sus jornales a los porteadores a su paso por nuestra zona:
“…a quarenta peones que vinieron con las dichas andas desde Cazalla a Guada Alcana [Guadalcanal], a 40 maravedís cada uno, que son 1.600 maravedís.
…quatro peones…desde Guada Alcana a la Fuente del Arco, a medio real cada uno, 407 maravedís”.  
Uno de los más tempranos ejemplos de estos viajeros de la Edad Moderna lo constituye la figura de Hernando Colón (Córdoba, 1488 – Sevilla, 1539), el famoso humanista y bibliófilo hijo del descubridor del Nuevo Mundo, que consiguió reunir en su casa sevillana junto a la Puerta Real una nutrida biblioteca (núcleo fundacional de la que habría de ser la famosa Biblioteca Colombina) y diversas colecciones de piezas artísticas y objetos científicos. Hombre culto y estudioso inquieto, uno de sus más ambiciosos proyectos científicos fue la elaboración de la Descripción y cosmografía de España [5], con la que pretendió recoger “todas las particularidades y cosas memorables que hay en ella”, para lo cual “fue necesario enviar por todos los pueblos de España algunas personas que informasen en cada pueblo de los vezinos que había y de todo lo demás que en él hobiese dino [sic] de memoria y habida la información la truxiesen por fee de escribanos e de testigos fidedignos”. La primera fase consistió en el “trabajo de campo”, es decir, la recogida de informaciones y fue iniciada por Hernando Colón en agosto de 1517 aprovechando seguramente sus constantes desplazamientos por la Península. A este núcleo hay que añadir las contribuciones de sus colaboradores, quienes de acuerdo con las prescripciones del organizador y provistos de un permiso real concedido por el Consejo de Castilla, recorrieron casi todas las regiones españolas. Las descripciones de las localidades, tanto las recorridas por el propio Hernando Colón como las visitadas por sus colaboradores, atendían a la recogida de unos datos básicos: nombre del lugar, tipo de población, número de habitantes y mención de la ciudad, noble, arzobispado y orden religiosa de la que dependiera jurídica y administrativamente. Además se da cuenta pormenorizada de la distancia en leguas desde la población en cuestión a las de los alrededores, al tiempo que se detallan las características del terreno y la existencia de ríos y otros pormenores topográficos y geográficos[6]. La información obtenida se reunió en una serie de cuadernos manuscritos que vinieron a unirse sólo algunos decenios después de la muerte de Hernando Colón, dando como resultado el que la obra haya permanecido inédita hasta su edición a comienzos del siglo XX, la cual a su vez ha servido de base a la más reciente reedición facsímil, que es la que aquí utilizamos[7].



[1] GARCÍA – ROMERAL, Carlos: Diccionario biobibliográfico de viajeros por España y Portugal. Ollero Ramos, Madrid, 2010.
[2] GARCÍA MERCADAL, José: Viajes de extranjeros por España  y Portugal desde los tiempos más remotos hasta comienzos del siglo XX. (6 vols.). Consejería de Cultura de la Junta de Castilla y León, Salamanca, 1999.  
[3] http://www.bne.es/es/Catalogos/BibliotecaDigitalHispanica/Inicio/index.html
[4] ALSINA DE LA TORRE, E.: “Viajes y transportes en tiempos de los Reyes Católicos”, Hispania nº 56 (1954), pág. 391.
[5] CRIADO DE VAL, Manuel: “La Cosmografía de Hernando Colón”, en Actas del I Congreso de Caminería Hispánica. Guadalajara, 1993. Vol. I, págs. 335 – 350.
[6] RODRÍGUEZ TORO, José Javier: “La Descripción y cosmografía de España (o itinerario) de Hernando Colón y sus aportaciones a los historiadores”, Historia, Instituciones, Documentos, nº 27 (2000), págs. 275 – 277; WAGNER, Klaus: “El itinerario de Hernando Colón según sus anotaciones: datos para la biografía de un bibliófilo sevillano”, Archivo Hispalense nº 203 (1983), págs. 81 – 100.
[7] COLÓN, Fernando: Descripción y cosmografía de España. Padilla Libros, Sevilla, 1988. (Edición facsímil de la publicada por la Sociedad Geográfica, Madrid, 1910).