jueves, 26 de junio de 2014

Las exploraciones españolas del Pacífico (1521-1606): ¿éxito o fracaso? (7 de 7)


Por la Dra. Annie Baert, hispanista, profesora de español y especialista en Estudios Ibéricos, en la Universidad de la Polinesia francesa, En Tahití.

                                                        Traducción de José Mª Álvarez Blanco.

De hecho, fue necesario que transcurrieran 20 años para que una nueva expedición fuera enviada hacia el oeste del Pacífico, con la misión de ir a las Filipinas, sin tocar en las Molucas, y descubrir finalmente el medio de volver a México, como precisan las instrucciones enviadas a Miguel López de Legazpi, nombrado «Gobernador y Capitán General de las Islas del Poniente». Se sabe que los dos navíos partieron hacia el este — el de Alonso de Arellano, parece que sin autorización expresa y el de Fray Andrés de Urdaneta, debidamente misionado — alcanzaron su objetivo, y Legazpi pudo ejercer en la nueva colonia las funciones que le habían sido atribuidas.

Nuestro centro de interés se desplaza ahora hacia el sur, con las expediciones organizadas desde el Perú. A partir de 1563, Felipe II dirigió «Instrucciones sobre los nuevos descubrimientos marítimos» a su representante en Lima, el gobernador Lope García de Castro. Si bien en dichas instrucciones se encuentran los habituales consejos para la navegación o las tomas de posesión, difieren de las del periodo precedente porque traducen preocupaciones de orden «etnológico»: los navegantes debían informarse sobre las costumbres de las poblaciones encontradas, su religión, su gobierno o su agricultura[1]. Estas fueron las instrucciones que se aplicarían para el primer viaje de de Mendaña (1567-1569), completadas sin duda por órdenes expresadas al menos oralmente, de las que se encuentra mención indirecta en los numerosos documentos que tratan del descubrimiento y eventualmente, de la colonización — que se denominaba en la época «población», y que no habría que confundir con la «colonización de la población», empleada más tarde en Australia o en Nueva Caledonia. El propio Lope de Castro escribió: «Conforme a las órdenes de Su Majestad de proceder al descubrimiento de ciertas islas del Mar del Sur de las que he tenido conocimiento […], he nombrado a  Álvaro de Mendaña capitán general de estos navíos y gobernador de las tierras que descubrirá y poblará». En el relato de Gallego leemos: «El gobernador Lope García de Castro hizo armar dos navíos para el descubrimiento de ciertas islas que Su Majestad Felipe II había ordenado… ». O en el relato de Mendaña se lee: «Vuestra Señoría hizo armar una flota para el descubrimiento de nuevas tierras en el Mar del Sur, de la cual me encargó … ». Sarmiento precisó que el gobernador «había dado las mismas Instrucciones que las que Vuestra Majestad da para los descubrimientos marítimos y las instalaciones en tierra», Pedro de Ortega declaró que el gobernador Lope de Castro había enviado a Mendaña «al descubrimiento de las Islas Occidentales», el relato denominado «de la Plata» indica que «la instrucción dada a Mendaña era "poblar" la tierra que descubriera». Se conocían entonces tres documentos en los que las islas a descubrir  se denominan claramente «de Salomón»: una carta del Procurador del Tribunal de Lima, Juan Bautista Monzón, según la cual Lope de Castro había nombrado a Mendaña gobernador «de las islas que se llaman aquí de Salomón», un correo de Felipe II, que escribía al virrey Toledo que Lope de Castro había «confiado el descubrimiento y la colonización de las islas  de Salomón» a Mendaña, o incluso un texto del juez Barros que habla «del descubrimiento de las islas de Poniente de la Mar del Sur comúnmente llamada islas de Salomón[2]». Queda claro que la principal misión de esta expedición era encontrar islas todavía desconocidas, situadas en el Pacífico, al oeste del Perú, y que algunos llamaban las «islas Salomón». Por tanto, se puede admitir que dicha misión se cumplió, aun cuando antes de esta fecha ningún archipiélago llevaba el nombre de Salomón, y que si el viento y el azar hubieran conducido a  Mendaña a otro grupo de islas, las hubiera llamado igualmente «de Salomón».

Las Instrucciones de 1563 fueron precisadas por otros dos textos de 1573, más largos y detallados, expedidos por Felipe II. Una novedad que aportaban era que la Corona no financiaría más ningún viaje, los cuales serían confiados en lo sucesivo de preferencia a religiosos o, en su defecto, a hombres «buenos cristianos y amigos de la paz», y el recordatorio de las obligaciones de los pilotos y del comandante de informarse de las costumbres, creencias y recursos de las islas, y de escribir cada día el relato fiel de los acontecimientos, de hacerlo firmar por varios testigos y de rendir debida cuenta[3]. Mendaña estuvo pues sometido a las condiciones de estos documentos, así como a otro titulado, «Capitulación que hizo el Rey Felipe II con Álvaro de Mendaña para descubrir y poblar las islas occidentales que están en el paraje del Mar del Sur», firmado el año siguiente, para su segundo viaje. Se trata de un tipo de contrato que precisaba en primer lugar que era él quien había solicitado la autorización de llevar a cabo esta empresa, y quien exponía los «compromisos» de las dos partes. El rey le concedía el monopolio del proyecto «para dos vidas», y le nombraba marqués de la Mar del Sur. Por su parte, debía financiar toda la operación y depositar una fianza que garantizara el éxito la instalación de una colonia española, donde fundaría tres ciudades[4]. Este texto no menciona expresamente las Islas Salomón, ni la de San Cristóbal, pero si «las islas que haya descubierto y otras que pudiera descubrir». Quirós, en el comienzo de su relato, expone claramente que este era el objeto de la expedición: «Dios permitió que en la Ciudad de los Reyes [Lima] residencia de los vice-reyes del Perú, Álvaro de Mendaña, adelantado, anunciara el viaje que, por orden de su Majestad, se disponía a hacer a las Islas Salomón». También lo confirma cuando cuenta que, el 17 de noviembre de 1595, « la gobernadora anunció a los pilotos que quería abandonar esta isla y buscar San Cristóbal», el punto de cita donde podía encontrarse la Santa Isabel desaparecida[5]. Se comprueba en consecuencia que Mendaña no cumplió ninguna de sus misiones: no fundó una colonia española en las Salomón, que incluso no volvió a encontrar  — aunque se puede admitir que al menos si lo consiguió al menos una de sus naves, la Santa Isabel.

Si, en la isla de Santo, en mayo de 1606, Quirós declaró a sus compañeros que el rey no le había dado «ninguna instrucción», no se le creerá completamente porque el mismo insertó en su relato cédulas reales que pueden ser leídas como una orden de misión: « …que vaya inmediatamenteal descubrimiento de las tierras australes.... Espero [de este descubrimiento] que expanda nuestra santa fe en poblaciones lejanas…». Además, en su correo al vice-rey Monterrey, Felipe III precisaba incluso más claramente: «va por orden mía al descubrimiento de la zona desconocida del sur y otras regiones (como está precisado en las órdenes de misión que le he remitido para este fin)… », documentos que no se han encontrado. Se tiene también la carta dirigida por el conde de Monterrey al conjunto de la flota el día de sus partida del puerto del Callao, que recuerda que su fin es «la salud de numerosas almas […] y el aumento de los Estados» de la Corona de Castilla. Se dispone también de las Instrucciones que dio Quirós a su tripulación y en particular a su segundo, Luis Váez de Torres, en la mar, el 25 de enero de 1606, que evocan su «encargo de descubrir las regiones australes desconocidas… [6]». Así pues, ¿se cumplió que esta fuera una expedición con fines principalmente geográficos?. Los términos «descubrimiento de tierras australes» o «descubrimiento de la zona desconocida del sur» son suficientemente imprecisos para que se puede responder afirmativamente, como hizo por otra parte el propio Quirós en la primera Petición que dirigió a la Corona después de este viaje en diciembre de 1607 : « …he descubierto 23 islas y tres grandes partes de tierra que, en mi opinión, no forman más que una, y que sin duda son un continente…[7] », afirmación que no cesó de repetir hasta su muerte. Por el contrario, si por «tierras australes», se entiende «continente austral», es evidente que Quirós no cumplió — y no pudo cumplir — este objetivo, pero fue preciso esperar casi dos siglos para estar seguros. Cabe preguntarse si su empresa tenía también un fin misionero o evangelizador. Nos está permitido considerar que, que incluso si se trataba de una preocupación sincera del  Descubridor, las condiciones del viaje y en particular, la corta duración de las estancias en las diferentes islas (la máxima fue un mes en Santo), las hacía perfectamente ilusorias. Ello no impide que la preocupación evangelizadora fuera recogida por numerosos eclesiásticos del comienzo del siglo XVII, que ya no se interesaban por la cuestión geográfica, considerando que ya se habían «descubierto 3000 islas», y que «pudieran ser 11000», sino únicamente en la «conversión apostólica de las Tierras Australes[8]».

En cuanto a las observaciones, sobre los habitantes de las islas Salomón, Marquesas, Tuamotu o Vanuatu, que estos navegantes relataron con la intención de ser conocidas por sus lectores europeos, fueron las primeras que recibieron y son siempre extremadamente valiosas, sobre los ornamentos corporales, las diferentes clases de embarcaciones, el modo construir las casas, los lugares de culto, etc., hasta tal punto que actualmente son los propios habitantes del Pacífico lo que solicitan tener acceso a ellas y está a punto de aparecer un programa de publicaciones y de traducciones sistemáticas de todo lo que concierne a su pasado.


En conclusión, no es este el momento de preguntarse, por ejemplo, si hay que lamentar que Mendaña no hubiera llevado a cabo la colonización de las Islas Salomón, o que la ciudad de Nueva Jerusalén que fundó Quirós en Santo no hubiera tenido más que una existencia virtual. La historia no es un juez. Por esto no se puede hablar de «éxito», a la vista del espantoso precio humano de las exploraciones españolas de este «largo siglo XVI», o de las imprecisiones de las posiciones geográficas, pero tampoco se hablará de «fracaso» del objeto de estas expediciones, habida cuenta de los descubrimientos realizados, en condiciones que es difícil de imaginar y de las perspectivas que abrieron a sus sucesores, que las conocían tan bien que las llevaban en sus bibliotecas de a bordo..

No se podía esperar más de viajes realizados en una época que para los franceses se extiende desde el comienzo del reinado de Francisco I hasta el final del de Enrique IV, en la que las ideas, el conocimiento y las técnicas balbucían e incluso luchaban contra numerosos prejuicios que, si bien tuvieron una larga duración, habían comenzado por otra parte a ceder terreno al bien denominado Siglo de las Luces.



[1]«La orden que se ha de tener en los nuevos descubrimientos por mar, instrucción al licenciado Castro», en Austrialia Franciscana, op. cit., III, pp. 249-251.
[2]Austrialia Franciscana, op. cit., III, pp. 3-62, 95, 181 ; IV, p. 262, 300, 333, 345, 421, 480, 482. 
[3]Ordenanzas de descubrimientos, nuevas poblaciones y pacificaciones, ed. de Antonio Muro Orejón, CSIC, Sevilla, 1967 (148 artículos, 39 páginas), y la Instrucción para hacer las descripciones, ed. de Ismael Sánchez Bella, en Dos estudios sobre el Código de Ovando, Pamplona, 1987, Ediciones Universidad de Navarra, (135 articles, pp. 140-211).
[4]Madrid, 27-4-1574, en Austrialia Franciscana, op. cit., V, pp. 62-82
[5]Histoire de la Découverte…, op. cit., pp. 41, 125. Allen & Green : «Mendaña 1595 and the Fate of the Lost Almiranta», The Journal of Pacific History, vol. VII, 1972, p. 73-91. 
[6]Histoire de la Découverte…, op. cit., pp. 257, 180-186, 193 y 196.
[7]Petición nº 16, en Memoriales de las Indias Australes, op. cit., p. 136.
[8]Véanse los dos breves del papa Clemente VIII, y la Petición del Dr Sebastián Clemente al papa Gregorio XV, en Austrialia Franciscana, op. cit., I, pp. 5-8 et 214-216. Véase también a este respecto Annie Baert: «Prémices de l’évangélisation dans le Pacifique», in Claire Laux (s.d.) : Les écritures de la mission dans l’Outre-Mer insulaire (Bruxelles, Brepols Publisher, 2006).

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