viernes, 28 de marzo de 2014

EL OCÉANO COMO TUMBA - Un episodio guadalcanalense


El Mar del Sur, el Océano Pacífico…
Una inmensidad de agua de salada…
Esa fue la tumba de Francisco Hernández Carrasco, soldado de la armada que iba en demanda de las Islas de Poniente, también llamadas Filipinas, que así las llamó Magallanes, 44 años antes, en honor del entonces joven príncipe.

Las órdenes que don Miguel López de Legazpi llevaba para esta armada eran la de hallar la ruta más segura hacia aquellas tierras, que fueron la tumba del desdichado Magallanes. Y sobre todo era importante encontrar el tornaviaje, es decir, el camino de regreso, evitando los vientos y tempestades que azotaban aquellas aguas y que tanto hicieron penar al desdichado Villalobos. Había que ganarles la partida a los portugueses, que ya dominaban las Molucas, habían establecido su colonia de Macao y habían llegado hasta Japón. Ganaban la carrera por la tierra de la Especiería. Y poco importaba que las Islas de Poniente, en verdad, entraran en la jurisdicción portuguesa en virtud del Tratado de Tordesillas de 1494. Su Majestad el rey don Felipe no estaba dispuesto a dejarse ganar por los portugueses. 
Pero de eso era mejor que no se enterara el bueno de fray Andrés de Urdaneta, que tenía, o creía tener, planes diferentes. El bueno de Urdaneta, uno de los hombres más audaces e inteligentes que han surcado los mares. Y uno de los más incomprendidos.
Pero el virrey Luis de Velasco tenía muy claro su cometido: poblar las islas de Poniente y fundar una colonia, que sirviera de puerto seguro para los navíos de Su Majestad. Velasco, sabedor del valor de Urdaneta, lo incluyó en la armada de Legazpi, que de mar sabía lo justo, todo lo contrario que el agustino, que era un notable cosmógrafo. Pero había cosas que Urdaneta no tenía por qué saber. 

El agustino Urdaneta ya había participado en la expedición de Loaysa y que había estado diez años en las Molucas. Era un hombre de enorme valía y de experiencia notable. Y era el alma de la expedición. Su prestigio aseguraba alianzas, sin duda. Porque no se trataba de una expedición más. No. Estaba en juego la presencia del Imperio en Asia y el dominio absoluto del Mar del Sur, aquel al que algunos, años después, bautizaron como El lago español. Y así se lo dijo al propio Felipe II el virrey Velasco. Urdaneta era imprescindible, sobre todo para el asunto del tornaviaje, el peligroso viaje de vuelta a Nueva España.
-Es la persona que más noticia y experiencia tiene de todas aquellas islas y es el mejor y más cierto cosmógrafo que hay en esta Nueva España-
Pero había más: había que establecer un puerto seguro para la ruta desde Nueva España, y había que evangelizar a los naturales de las islas que se encontraran y de las que se tomara posesión. Además, Legazpi llevaba la instrucción de buscar a los supervivientes de la expedición de Ruiz de Villalobos, que 22 años antes había intentado llegar a las Islas de Poniente y volver. La expedición fue un desastre, y se tenía por ciento que algunos de los hombres de aquella infortunada aventura todavía seguían allí, pues alguno de ellos había sido rescatado por otros navíos españoles después de haber vivido varios años entre los naturales en islas perdidas en medio de aquel inmenso océano.
La armada tenía una misión importante, pues. Y pronto la noticia corrió por toda Nueva España. Las promesas de aventura, gloria y riqueza, y los elevados propósitos de la misión atrajeron a muchos jóvenes. Uno de ellos fue Francisco Hernández Carrasco, que se enroló portando sus propias armas y toda su hacienda, que por otra parte no era mucha. Se alistó en la compañía del almirante, que iba en la nao capitana, y fue el maestre de campo de la compañía de Mateo del Sauz.
Se zarpó el 21 de noviembre de 1564. Eran 350 hombres embarcados en cinco naves: el galeón San Pedro, que era la nao capitana, el San Pablo, los pataches San Juan de Letrán y San Lucas, y el bergantín Espíritu Santo. Dos días, antes, y como era tradición, se habían bendecido las armas y los estandartes. Era el capitán general el ya citado Legazpi, pese  que no era marino. Estaba viudo y enroló a su nieto, Felipe de Salcedo. Andrés de Urdaneta era uno de los pilotos.
Se inicio la jornada con derrota del sudoeste, en principio sin viento, aunque luego fue apareciendo. Dos días después, estaban a cien leguas de las costas mexicanas, y pronto empezaron los problemas. Fue al cuarto día de navegación, momento en el que se revela  a Urdaneta los propósitos principales de la expedición: llegar a las Islas de Poniente y establecer en ellas una colonia. Había que hacérselo saber porque era el momento de mudar la derrota. Urdaneta se oponía y se opuso: aquellas islas eran portuguesas. Pero no tuvo más remedio que acatar las órdenes. De hecho, se ofreció a dirigir las operaciones para encontrar la mejor ruta hacia las Filipinas. Tal era su carácter.
Hacia el 1 de diciembre desapareció el patache San Lucas. En principio se pensó que se habían perdido en medio de los fuertes vientos y las aguas embravecidas. Luego se supo que, simplemente, el capitán Alonso de Arellano y el piloto Lope Martín, habían decidido desertar. Llegarían a Filipinas y regresarían a la Nueva España, el 9 de agosto de 1565. Pero esa es otra historia.
Los vientos alisios empujaron al resto de la armada a una velocidad de unas treinta leguas diarias. Y así llegaron a lo que hoy son las Islas Marshall, a las que llamaron De los Barbudos por el aspecto de sus naturales, y a las que llegaron el 9 de enero. Pero para entonces, Francisco Hernández Carrasco había muerto, enfermo, agotado por el viaje. Su cuerpo yacía ya en el fondo del mar. No fue el único que murió en aquel viaje sin llegar a ver las Islas de Poniente. También murieron los soldados Juan Ruiz de Aulestia, natural de la localidad del mismo nombre, Aulestia; Francisco Gómez, de Gibraléon, en Huelva; el artillero veneciano Jerónimo Juan, y el grumete de la nao capitana, Ochoa de Arratia.
Tras llegar a Guam, en las Islas Marianas, y donde murió el infortunado Ochoa de Arratia a manos de los naturales, llegaron al archipiélago de los Ladrones, como entonces las llamaban los españoles, el día 23 de enero. Y el 13 de febrero llegaban a la isla de Samar, ya en las Filipinas. Estuvieron en Leyte, en Cebú. Y allí, en uno de los poblados, en una choza, encontraron la imagen del Santo Niño que 44 años antes había dejado allí Magallanes. Y por ello se instituyó allí la Cofradía del Santísimo Nombre de Jesús.
El 1 de julio de 1565 inició el viaje de vuelta parte de la expedición. Lo hizo en una sola nao, la San Pedro, con el joven nieto de Legazpi, Felipe de Salcedo, como capitán. Pero fue Andrés de Urdaneta, sin duda, el que consiguió que, cuatro meses, después, llegaran a Acapulco, en Nueva España. Era el 1 de octubre y la armada había conseguido su cometido principal: encontrar el tornaviaje desde las Filipinas, o Islas del Poniente, hasta la Nueva España, ruta que después llamarían El galeón de Manila. Legazpi se queda en las Islas de Poniente, funda Manila el 24 de junio de 1571. Muere en las Filipinas el 20 de agosto de 1572.
Pero Francisco Hernández Carrasco no pudo ver nada de esto. Aquel 8 de diciembre de 1564, en medio de ninguna parte, en aquella inmensidad de agua, moría. Dejaba, según el auto que duerme en los archivos, 49 pesos de oro, que debían ser heredados por sus padres, Francisco Hernández Carrasco y María Díaz.
Para Francisco Hernández Carrasco no hubo Islas de Poniente. Para este joven soldado no hubo regreso. Y ni mucho menos gloria y fortuna. Para Francisco Hernández Carrasco sólo hubo pesar, enfermedad y muerte.
Y un océano como tumba, lejos, muy lejos, de su Guadalcanal natal.

JESÚS RUBIO
16 de marzo de 2014. Olías del Rey, Toledo.



BIBLIOGRAFÍA

Derroteros y relaciones de los pilotos al viaje de Filipinas. 1568. Archivo General de Indias. Patronato, 23, R.16.

GARCÍA-ABÁSOLO, Antonio. Compañeros y continuadores de Urdaneta. Vascos en la Ruta de la Seda. Capítulo del libro Andrés de Urdaneta, un hombre moderno, que recopila trabajos del Congreso Andrés de Urdaneta, un hombre moderno, celebrado en Ordizia (Guipúzcoa) en 2008. Susana Truchuelo García, editora.

Información sobre bienes de difuntos. Ochoa de Arratia y otros. 1567. Archivo General de Indias. Contratación, 472, N.3, R.3.

SIERRA DE LA CALLE, Blas. La expedición de Legazpi-Urdaneta (1564-65). El tornaviaje y sus frutos. Valladolid, 2006.


Relación del viaje y derrotero de la Armada de Legazpi. 1564. Archivo General de Indias. Patronato, 23, R.19.

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