sábado, 7 de diciembre de 2013

ANTONIO MUÑOZ TORRADO - ÚLTIMOS DÍAS DE LA FERIA DE GUADITOCA - 4

Ni que decir tiene que la Iglesia, hermosa de suyo, estaba engalanada, no siendo el menor de sus adornos las ricas colgaduras de damasco rojo que recurrían sus muros. A la puerta estaba el bufete para recibir limosnas y regalos, y lo mismo se depositaba el maravedí que la moneda de plata; allí se quedaban alhajas y joyas, gallinas y queso, turrones y frutas; cada uno dejaba lo que sus posibles le permitían a su devoción, y todo se vendía después y reducía a dinero.
            La función principal se celebraba el segundo día de Pascua por el Clero de Santa María, y antes de ella se cantaba la misa que dejó dotada perpetuamente D. Alonso Carrasco, el restaurador del Santuario.
            La última tarde salía la procesión; en ella formaban primero las mujeres, que llevaban en andas de plata el Niño Bellotero, y después los hombres con la imagen de la Virgen en sus andas de plata también; desfile triunfal en medio de aquella multitud devota y creyente, que mezclaba los vítores con los suspiros, las alabanzas con las súplicas. Lentamente recorría el cortejo la gran plaza que está delante del Santuario, siguiendo la acera derecha de los portales, para volver por la izquierda, y de una costumbre de entonces, aún quedan vestigios: al pasar por los puestos de confituras, arrojaban puñados de ellas a las andas de la Virgen, sin que faltara quienes se apresuraran a participar del obsequio, aun con alguna exposición de daño por la aglomeración de gentes.
            Deteníase el cortejo, antes de entrar en el templo, en la margen del río, y colocábanse las andas de la Virgen en la peña de la aparición, siendo este el momento de mayor entusiasmo para aquella abigarrada multitud, compuesta de andaluces y extremeños, de traficantes de ganados y de aristócratas linajudos, de damas engalanadas y de mozuelas alegres; de devotos cofrades y revoltosos chicuelos; en donde se confundían el platero cordobés, que trajo para negociar las más ricas y delicadas alhajas que producían los orfebres de la ciudad de los califas, con el buhonero, que por todo negocio ganó unos reales vendiendo muñecos de barro entre la gente menuda; el vendedor de refrescos y la pobre mujer buñolera y el gañán que dejó el ganado en la vecina dehesa, con el rico hacendado y el fijodalgo… Momento sublime ¡cuántas peticiones! ¡cuántas lágrimas! ¡cuánto amor!… Desde las orillas del Guaditoca volvía la procesión al templo, no sin detenerse para pujar los mástiles de las andas y tener la honra de entrar sobre sus hombros las veneradas Imágenes en su Santa Casa.
            Los últimos vivas a la Virgen eran el anuncio del desfile de aquella multitud, que regresaba a sus hogares hasta el año siguiente.
            Tal era la Feria de Guaditoca.
            ¡Cuántas veces recorriendo aquellos lugares, en medio de la tranquilidad y calma que en ellos se siente, contemplando los restos que respetó la piqueta demoledora y la acción de los años, he recordado aquellos días de gloria para el Santuario, y he querido rehacer en mi fantasía aquél cuadro!

II

LA FERIA DE 1784.- ASISTENCIA DEL CORREGIDOR IRANZOS.- INCIDENTE ENTRE EL PATRONO Y EL COLECTOR DE STA. MARÍA.- MEDIACIÓN DEL CORREGIDOR.- DEMANDA CONTRA EL PATRONATO EN LA AUDIENCIA DEL CORREGIDOR.- COMPETENCIA DE JURISDICCIÓN.- SENTENCIA DEL CORREGIDOR CONDENANDO AL PATRONATO.   

Ocho días antes de la feria de 1784 se había posesionado del cargo de Corregidor de la villa D. Antonio Donoso de Iranzos, Abogado de los Tribunales de la Nación, honrado y probo funcionario, amante del cumplimiento de sus deberes y deseoso de hacer el bien y de favorecer los intereses de la villa; buenas cualidades que en parte neutralizaban el desconocimiento del modo de ser del pueblo que le tocó gobernar, y el recelo con que miraba cosas y personas.

            Era Alférez mayor de la villa y Patrono Administrador del Santuario D. Juan Pedro de Ortega, como heredero del Marqués de San Antonio de Mira el Río, quien alcanzó de Felipe V ambos honrosos cargos para sí y sus sucesores.
            No existía la antigua Hermandad de la Virgen de Guaditoca, y la defensa de sus derechos, la administración de su caudal y el fomento del culto pertenecían, como consecuencia del aquel patronato, a D. Juan Pedro de Ortega. No es ocasión de enjuiciar –porque lo hemos hecho en otra parte[1]- acerca de los bienes, o males, que tal Patronato ocasionó al Santuario, a sus bienes y al culto de la Virgen; pero sí conviene aquí recordar que el tal patronato despertó recelos en la Villa, ambiciones en sus Regidores, perjuicio y merma de los caudales, y a la postre cayó, no sin llevarse como cosas propias, lo que no le pertenecía, dejando sin bienes al Santuario y hasta sin ropas ni alhajas a la Señora.        
            Dado el rango social de D. Juan Pedro, pues pertenecía a la rancia nobleza de la villa, y su cargo de Alférez, entró pronto en buena amistad con el nuevo Corregidor, y de labios del aquel oyó éste ponderar lo grandioso de las fiestas de Guaditoca, la importancia del ferial y lo hermoso de aquellos lugares, y creció el Corregidor en deseos de asistir a las fiestas, ya que por cumplir con su cargo, ya también por pasar unos días de honesto esparcimiento, aceptando muy gustoso el hospedaje que le brindaba D. Juan Pedro en las casas del Patrono, contiguas al Santuario, donde podía estar bien acomodados y asistido durante su permanencia en Guaditoca, en aquellos días en que se trasladaban los moradores de la Villa a aquel sitio para asistir a las fiestas en honor de su Patrona.




[1] El Santuario de Ntra. Sra. de Guaditoca.

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