viernes, 13 de septiembre de 2013

PEDRO ORTEGA VALENCIA, HÉROE DE EPOPEYA (3 de 4)

Por Jesús Rubio 

Al cuarto día de navegación, Ortega y los suyos dan con los ingleses y cimarrones, que están atrincherados en uno de sus poblados, que han fortificado. Los ingleses los descubren, salen en un bajel a por ellos, y todos se aprestan al combate. Ortega vuelve a arengarles:

Setecientos arqueros de Ballano
con no pequeño número de ingleses,
en el fuerte, las armas en la mano,
guardaban las cortinas y traveses.
no menos resplandecen en el llano
celdas, golas, láminas, arneses,
que, formando escuadrón a trance en guerra,
vienen a defender no salte en tierra.

En tanto, el mariscal, cuya prudencia
presta denuedo y ánimo al valiente,
se apercibe y dispone a la pendencia,
dando la traza y orden conveniente;
tras lo cual, sin matices de elocuencia,
este razonamiento hace a su gente,
para que sólo al fin de la victoria
aspire pretendiendo honrosa gloria:

“Si nobles hechos dan eterna vida
a quien no empece el torpe olvido y muerte,
porque la fama en siglos extendida
siempre pondera el ánimo del fuerte;
ahora el tiempo, amigos os convida
con la ocasión presente y buena suerte,
de los que apetecéis ilustres nombres,
os habéis de mostrar heroicos hombres.

“Hombres de carne fueron dos tebanos,
Quirino, Eneas, Júpiter y Marte
divinos los hicieron siendo humanos,
por merecerlo así su esfuerzo y arte.
De aqueste premio, invictos castellanos,
sólo el que los imita, alcanza parte:
imitadlos con obras y hechos dignos
de ser unos planetas y otros signos.

“La memoria adornad de cosas tales,
que tenga el mundo envidia y no mancilla,
para que vuestros nombres inmortales
causen a lo a los futuros maravilla.
Vuestros contrarios son perjudiciales
al católico rey y sede silla.
¡Muera la inicua gente, muera, muera,
que contra el Redentor alzó bandera!

“No os digo que mostréis hercúlea mano
en venganza de vuestra injuria propia,
aunque la recibís en que el britano
con la nación se ligue de Etiopía;
pero porque al pontífice romano
le tienen hecho de ofensas grande copia,
como obedientes hijos, dad castigo
a quien de nuestro Padre es enemigo.

“Si en número os parecen desiguales,
seguid la presunción de un pecho hidalgo,
pues testigos seréis de que, en navales
combates, yo por diez ingleses valgo.
Si a defender la religión y umbrales
en servicio del rey Felipe salgo,
bien tengo de esperar que diez a ciento
hemos de castigar su atrevimiento”,

Dijo, y en todos se difunde un celo
cristiano de que fama esclarecida,
por dignos y altos hechos, quede al suelo
de su valor o perder la vida.
Ya la breve oración penetra el cielo,
ya se oye la señal de arremetida,
ya dan en la galera el Santiago,
ya causa en toda parte horror y estrago.
(VII, 560-566)

Comienza el combate. El autor elogia la destreza inglesa, quizás para destacar aún más la valentía de los españoles. Miramontes nos detalla los duelos de algunos de ellos: Salcedo, Melo… y dé cómo van dando muerte a los enemigos. 

En medio de tanto heroísmo, destaca entre todos ellos Pedro Ortega Valencia, que hace gala de un valor que raya en lo temerario:

No cesa por aquesto la batalla,
ni el reteñir de los arneses cesa;
que envía de refresco la muralla
por la vecina escala gente inglesa.
El mariscal, que tinto en sangre se halla,
por medio la crujía se atraviesa
con tan furioso y hórrido semblante,
que no le posa parar inglés delante.

Dándole su valor plantas ligeras,
pasa el árbol de en uno en otro banco,
dejando, en seis siniestras ballesteras,
aqueste muerto, aquel tullido o manco;
pero como a ganar honra y banderas
lleva en la corva popa puesto el blanco,
al blanco de su intento arriba el Marte,
destroza gente, abate el estandarte.

Canta victoria y óyela confuso
el inglés, a quien pasma el caso triste,
suelta las armas, de ellas pierde el uso
y a las de su enemigo no resiste;
y el que, para escapar la vida, puso
más diligencia, escala y barca embiste,
donde, a pesar de la fortuna, espera
vengarse como arribe a la ribera.
(VII, 582-584)


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