jueves, 12 de septiembre de 2013

PEDRO ORTEGA VALENCIA, HÉROE DE EPOPEYA (2 DE 4)

                                                        Por Jesús Rubio
                                         
Pero volvamos a los hechos: en 1576 Oxenham ya está en Tierra aliado con los cimarrones. Llegan por el mar Caribe. Queman el barco y con lanchas, remontan los ríos hasta llegar al Pacífico. Apresan un navío que llegaba de Quito cargado de oro y plata. Después, en tierra, saquean aldeas, profanan iglesias y queman imágenes:

Hasta los sacros templos embaraza
la sacrílega gente detestable,
donde hace ¡Oh Santo Dios! a tus benditos
bultos, torpes oprobios, exquisitos.
(Canto VI, octava 500)

En Panamá se delibera qué hacer. Es evidente el peligro que los ingleses y los cimarrones representan para la ciudad. Finalmente, se decide enviar una expedición. Su jefe será el por entonces Veedor y Factor de Tierra Firme, Pedro Ortega Valencia:


Pero la certidumbre estaba oculta
de a do encontrar podrán con el britano
  y sobre ir a buscalle se consulta
con maduro acuerdo y prudente acuerdo cano.
Después de platicado, al fin resulta
que a las vecinas costas de Ballano
vayan seis bergantines tripulados
de diestros marineros y soldados.

¡Venerable varón, cuyo valiente
pecho y ejercitada disciplina,
en el consejo y parecer prudente,
mostraste por do el caso se encamina;
a ti te llama la ocasión presente,
a ti, conforme la ciudad se inclina,
a ti la Real Audiencia el hecho entrega,
famoso mariscal, Pedro de Ortega!

Por ti, mil levantados pensamientos,
de adquirir fama eterna pretensores,
salen, al resonar los instrumentos,
de pífanos, clarines y atambores,
viendo que tiendes a que ondeen los vientos
tremolantes banderas de colores
y relucen tus armas cecaladas,
ya en otras ocasiones aprobadas.
(VI. 529-31)

Bien. Ya está Pedro Ortega Valencia nombrado. Por las estrofas que anteceden se trata de un militar prestigioso, al que la ciudad encomienda su protección. En el Canto VII conoceremos cómo le va en su lucha contra ingleses y cimarrones.
Las primeras cinco octavas de este canto las dedica el autor a excusarse por no dedicarlas a amores y galanteos. Dice que es soldado y que su inspiración sólo le alcanza para narrar hechos de armas. Y pasa Miramontes a describirnos el zafarrancho ordenado por Pedro de Ortega:

El venerable mariscal mostrando
su ejercitada y plática experiencia,
con ella y su valor asegurando
la dudosa victoria y consecuencia,
cabos y capitanes señalando
de curso y probada suficiencia,
para la muestra y general alarde,
ordena se aperciban una tarde.

Vense bruñidos hierros acerados
relumbrando en las armas enastadas,
ricos arneses, fuertes pavonados
yelmos, morriones, cascos y celadas,
escudos de figuras historiados,
varias, costosas galas, recamadas
bandas, penachos, aparatos, pompas,
banderas, cajas, pífanos y trompas.

Afirma el cuento del bastón y espera
por ver, a la orden de sonante caja,
cómo su diestra gente a la ribera
llenando el hueco de una calle baja.
Calan las cuerdas, sálvalo la hilera,
que en torno de humo pardo el aire cuaja,
cuya nube a la luz de damas bellas
eclipsa, puesta en medio de ellos y ellas.
(VII, 537-539)

A continuación, conocemos a algunos de los más importantes capitanes, alféreces y soldados que van a acompañar a Pedro de Ortega, que en el poema también es aludido como el mariscal o el general, en esta expedición de castigo: Hernando de Berrio, Antonio de Abrego Carreño, Antonio de Medina, Esteban Trejo, Antonio de Salcedo, Francisco Nava, Sosa, Tapia, Agüero, Alonso de Solís, Melo, Callejo, Bautista, Cava, Rosas y Montero, Garnica, Santillán, Pelaino, Espejo y Pinto. Pasado el desfile, embarcan:

Pasada ya la muestra, a Dios propicio
pretende el General tener, y mueve
su gente a que, en contrito sacrificio,
absuelta de las culpas, se releve,
para que, sin escrúpulos del vicio,
con mayor fortaleza el brazo pruebe
contra el inglés, cismático adversario,
inobediente a Cristo y su Vicario.

Agradó a la clemencia soberana
el pío medio y prosperó los fines.
tocando a recoger la capitana
de los seis tripulados bergantines,
no hay corredor, terrado ni ventana,
de donde mil hermosos serafines
no sigan con llorosa y tierna vista
a los héroes que van a la conquista.
(VII, 547-48)

Todo Panamá sale a despedirles. Y ya en la nao capitana, Ortega arenga a los suyos contra los ingleses:

Ninguno se reputa por cristiano
que, viendo el espectáculo presente,
no cobre interior odio al luterano,
herético, sacrílego, insolente.
El grave mariscal tomó la mano,
diciendo: “¡Oh valerosos! ¿quién consiente
ver menosprecio tal a nuestro culto
y en piezas dividido el santo bulto?”

No dijo más, bastó, porque celosa,
con la ira justa, indignación cristiana,
su católica gente, religiosa,
amenazando está a la luterana.
así, de inspiración maravillosa
movido, enderrezó la capitana
al río, do con remo y fuerza nueva
tres días su corriente vencer prueba.
(VII, 553-554)


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