miércoles, 11 de septiembre de 2013

PEDRO ORTEGA VALENCIA, HÉROE DE EPOPEYA (1 DE 4)

                 Por Jesús Rubio  

La Araucana, de Alonso de Ercilla, es el gran poema épico de la conquista de América. Su brillo, talla y fama ha eclipsado a todas las demás. Ninguna otra aventura es capaz de igualarla. Sólo compiten en un mismo plano algunas de las crónicas de la conquista. Nos referimos a las escritas por Díaz del Castillo, Cieza de León, González Oviedo o Cabeza de Vaca, pero en tales casos hablamos de obras en prosa.
Sabemos que La Araucana no es el único poema épico que nos ha llegado sobre los hechos de los españoles en el Nuevo Mundo. Hay más. Ahí están Arauco domado, de Pedro de Oña, o Elegías de varones ilustres de Indias, de Juan de Castellanos. La producción de epopeyas en verso en el siglo XVI es estimable. Y una de ellas nos interesa de manera muy especial. Nos referimos a Armas Antárticas, de Juan de Miramontes y Zuázola. ¿Por qué? Porque uno de sus protagonistas es nada menos que Pedro de Ortega y Valencia.
Pero todo a su tiempo.
Hablemos primero del autor: Juan de Miramontes y Zuázola.
Poco se sabe de los hechos fundamentales de la vida de este soldado y poeta. Se desconoce cuándo y dónde nació. Quienes han seguido sus pasos dicen que pudo ser hacia 1567 y en algún lugar de Andalucía. Pero no hay nada cierto sobre ello. La fecha de su muerte la sitúa Paul Firbas, autor de la edición más completa de su poema, en enero de 1611. De su biografía se conocen pocos datos: pasó a América en 1586, se alistó y combatió, bajo las órdenes del general Álvaro Flores Quiñones, al corsario inglés Francis Drake, que hostigaba desde hacía años las ciudades de  Tierra Firme y levantaba a los esclavos de raza negra huidos al monte, que llamaban cimarrones, contra la Corona Española. Tras esta campaña, pasa al virreinato del Perú en 1588. Está documentado que en 1590 andaba por la ciudad de Arica, en Chile, y que en 1604 entraba a servir como gentilhombre en la compañía de Lanzas y Arcabuces del Virrey Luis de Velasco. Se estima que escribió Armas antárticas hacia 1609. En este gran poema épico se narran algunos capítulos de la conquista de América, entre otros, la guerra civil entre Pizarro y Almagro o la campaña contra el pirata John Oxenham en 1576, que es la que nos interesa, pues en ella participa, como mariscal de las tropas españolas, Pedro de Ortega Valencia. A este episodio dedica Miramontes todo el Canto VII de los veinte que integra la epopeya.
Antes de seguir, un pequeño inciso: también cita Miramontes  a otro guadalcanalense, aunque lo hace de manera testimonial. Se trata de uno de los capitanes de Pizarro, Diego Gavilán, conocido por ser, además, uno de los posteriores fundadores de la actual ciudad peruana de Huamanga. Se le nombra como uno de los capitanes que acompaña al virrey La Gasca. Quede constancia aquí de ello:

Julio Ojeda, Reynaga, Díaz Gamboa.
Vasco, Mañueco, Gabilán, Picado,
Ayancas, Palomares, Silva, Ulloa,
Ondegardo, Valdivia, Mesa, Grado,
Peralta, Peña, Avalos, Balboa,
Tarazona, Sotelo, Maldonado,
Pantoja, Barbarán, Pardavel, Cano,
Gómez, Arias, Falcon, Agasúa, Nano.
(Canto II, octava 158)

Pero vamos a lo granado. Es Pedro de Ortega Valencia, el mismo que combatió a Gonzalo Pizarro, los Contreras y Hernández Girón; el mismo maestre de campo de Álvaro de Mendaña y descubridor de la Isla de Guadalcanal, uno de los héroes de Miramontes. Su batalla contra de Oxenham, que sufre una humillante derrota, es tratada por el autor como una hazaña sólo al alcance de grandes generales de la Historia. Los epítetos utilizados, como se verá, no pueden ser más elogiosos hacia la figura del militar y descubridor de Guadalcanal.
No hay duda de que Armas antárticas no ha tenido la fortuna de la de Ercilla, pero eso no la convierte en una obra desdeñable. Al contrario: al narrar hechos no tratados por otros poetas o cronistas, se le concede un indudable interés. Y ni que decir tiene que para los guadalcanalenses se trata de un hallazgo capital, del que hasta ahora no se tenía noticia. Por una parte, este poema ha sido editado en Hispanoamérica en reducidas tiradas dirigidas prácticamente a estudiosos y especialistas. Por otra, en España, y en Guadalcanal, de la figura de Ortega Valencia sólo se ha estudiado su aventura en las Islas Salomón. Ambas circunstancias han provocado, sin duda, que no se haya tenido puntual conocimiento del protagonismo que a Pedro Ortega Valencia se le da en Armas antárticas.
Y no parece que, hoy día, se tenga en poca estima el valor literario de esta obra. Ya en su Antología de Poetas Hispanoamericanos, Marcelino Menéndez Pelayo refiriéndose a Miramontes, dice: “por lo que conocemos de él no parece de los peores de su clase”. Y esto, viniendo del sabio santanderino, es todo un elogio. Es verdad que Frank Pierce, en su Antología épica del Siglo de Oro, editada en 1961, se olvida de él, pero en años recientes la figura de Miramontes ha sido rescatada y, en cierto modo, reivindicada. Se estima de él su corrección formal y su estilo nada afectado y pomposo. Se destaca, además, el hincapié que hace Miramontes en las descripciones de los lugares por los que discurren las acciones, así como la verosimilitud de los hechos que se narran. Ambas cuestiones conceden a Armas antárticas un gran interés literario y, por descontado, histórico.
El texto estuvo inédito más de tres siglos. Se imprimió por ver primera en 1921. La edición, en dos volúmenes y con una exigua tirada de 200 ejemplares, corrió a cargo del bibliófilo ecuatoriano Jacinto Jijón. Aunque había noticias del manuscrito desde 1879, cuando Félix Cipriano Coronel Zegarra publica un estudio titulado Tres poemas del coloniaje. El original manuscrito parece que perteneció al infante Don Luis y se encontraba en la Biblioteca Nacional de Madrid. La certificación de su originalidad viene dada por la firma de Miramontes en la dedicatoria al Marqués de Montes Claros, que era el virrey del Perú cuando se escribe el poema. Zegarra utilizó una transcripción del original realizada por Manuel Pardo Sánchez Salvador. Hay otra referencia a Armas antárticas en 1888.
El primer intento de publicación del poema es de 1915. Su frustrado editor fue Manuel Serrano y Sanz, que decía que poseía una copia del manuscrito de Miramontes que se guardaba en la Biblioteca Provincial de Toledo. Pero ahí quedo la cosa, en un intento. Hubo otras alusiones al poema en diversos estudios hasta la ya citada edición de Jijón. Más tarde la obra fue reeditada, pero su difusión e impacto siguió sin exceder ciertos círculos de estudiosos, sobre todo en Perú, donde, no obstante, se empieza a considerar ya a Armas Antárticas  como uno de los textos fundacionales de la Literatura Hispanoamericana. Ya en 2006, la Pontificia Universidad Católica del Perú la publica en una monumental edición de Paul Firbas, con un estudio previo muy detallado y con más de 1.700 notas, edición que hace más que sobrada justicia a Juan de Miramontes y Zuázola. Nosotros hemos utilizado una de 1978, de la venezolana Biblioteca Ayacucho, que transcribe de nuevo la obra, cotejándola con la edición de Jacinto Jijón. La transcripción, estudio previo y notas es de Rodrigo Miró. Esta edición, y por supuesto la de Firbas, no son complicadas de conseguir para quien esté interesado en su lectura.
El poema está compuesto por 1704 octavas reales, que es la estrofa heroica por antonomasia. Está dividido, como se ha dicho, en veinte cantos. Juan de Miramontes comienza narrando las hazañas de Pizarro y Almagro en la conquista del Perú, la guerra civil entre ambos y la muerte del conquistador de Trujillo. Eso le ocupa los cantos I y II.  En el III, el corsario inglés Francis Drake relata su plan de ataque a la reina Isabel de Inglaterra, planes que comienzan a llevarse a cabo en los cantos IV y V. Quien ataca el itsmo de Panamá es John Oxenham, lugarteniente de Drake. Oxenham subleva a los cimarrones contra España. En el canto VI aparece por vez primera Pedro de Ortega y Valencia, que protagoniza todo el VII. La lucha entre españoles e ingleses se prolongan a lo largo de los siguientes tres cantos. Diego de Frías es quien ostenta el mando. Después, el autor desarrolla, en los siete cantos siguientes, los amores entre dos indígenas, Chalcuchima y Corycollur. Estos amoríos nos los cuenta el general Pedro de Arana durante el regreso de los españoles a Perú tras la definitiva rendición de Oxenham. Los tres últimos cantos narran las aventuras de un gran conocido de Pedro de Ortega y Valencia, Pedro Sarmiento de Gamboa, en su aventura para poblar el Estrecho de Magallanes en 1580 y su posterior captura por parte de los ingleses.
Pero vamos a los cantos que nos interesan, que son el VI y el VII.

Los hechos aludidos ocurren en 1576. Ese año, Ortega, al sazón Factor y Veedor de la Real Audiencia de Panamá, es comisionado por ésta para enfrentarse a los ingleses que han sellado alianza con los cimarrones. Es una de las grandes acciones de Pedro de Ortega y Valencia, pero que ha quedado en segundo plano por su viaje a las Islas Salomón. Y eso que no fue una acción menor. De hecho, además de concederle notorio prestigio militar, pues fue nombrado mariscal del Ballano, le permitió conseguir una encomienda en el virreinato del Perú, a las afueras de la actual ciudad ecuatoriana de Cuenca. Tal encomienda tenía 602 tributarios. Ortega se asentó en este lugar hasta su muerte. Después, el matrimonio de su hijo Pedro y los posteriores enlaces de los hijos de éste harían emparentar el apellido Ortega con la élite quiteña. 

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