lunes, 30 de septiembre de 2013

NOVELA LÓPEZ DE AYALA - 57

GUSTAVO (continuación)

                                      2ª
Bajó Gustavo la escalera, ansioso ya de verse en presencia de la dama desconocida.
Los diversos lances de aquella noche y el vino, le hacían el hombre más venturoso del mundo.
El resplandor de la luna; el aura que mansamente mecía los árboles; las voces lejanas de la orgía... no podía presentarse un cuadro que más halagase su imaginación. Sólo faltaba una mujer que diese aliento a aquella soledad, y la esperanza de hallarla aumentaba su dicha.
Cruzó la primera calle, y al fin de la segunda, que se extendía a la derecha, se le figuró ver a una mujer lánguidamente recli­nada sobre un banco. La postura no podía ser más poética: apre­suró el paso con intención de arrodillarse a sus pies, sólo por completar el cuadro.
A medida que se iba acercando, la dama misteriosa, que tanto al principio había halagado su imaginación, se iba convirtiendo en una imagen espantosa que hería fuertemente su razón y pugnaba por despertarla del profundo letargo en que estaba sumida.
— ¡Horror! ¡Horror! ¡Es Elena!, dijo a dos pasos de la joven, sin atreverse a aproximarse, temiendo que se convirtiera en evi­dencia tan horrible sospecha.      
Al fin se adelantó: ¡no había duda! : ¡Ella, ella misma! Se frotaba la frente; se restregaba los ojos; la luz de la luna le parecía escasa y maldecía al vino que no dejaba a su razón juzgar con exactitud de aquel lance, que había de decidir de sus creen­cias.
Se trabó una lucha desesperada entre su razón y su embria­guez, que le produjo un dolor agudo en los sesos.
La escéptica filosofía de que se hace alarde en las bacanales; el recuerdo de lo que Guillermo y Moncada habían sospechado acerca de Elena, el recuerdo de Angela, de aquella prostituta con rostro divino...
— No hay duda; es una Angela.
Dudando todavía, se acercó a ella y la tomó violentamente por la mano. La pobre niña le contempló un momento con una expresión angelical; le hizo señas de que se callara y lo apartó algunos pasos del banco en que había estado sentada.
—¡Calla! : ¡no des voces ni hagas ruido!; ¡aquella es la tumba de Elena! ¡No la despiertes!
  ¡Está borracha! dijo Gustavo con una expresión de sorpresa, de desprecio y de ira, imposible de describir.
   ¡Miserable! ¿me conoces?
  ¡ Ay!, que me haces daño ¡Yo no te conozco! Y tú, ¿conoces a Gustavo? Dile que sea bueno, dijo, poniéndole con suavidad las manos sobre los hombros y mirándole cariño­samente.
  Gustavo quedó convencido de que Elena estaba trastornada por el vino,
Su espanto fue disminuyendo, y su razón quedó completamente vencida por su embriaguez: ¡Elena en aquella casa y borracha! quiso reírse, pero no pudo; sin embargo, el desengaño que aca­baba de sufrir mataba completamente todas sus creencias, y en aquel momento le declaraba libre de todos los lazos sociales, y este estado de libertad absoluta empezaba a halagar su cora­zón.
Elena era muy bella; la luz de la luna y la expresión melancó­lica de su locura, aumentaban extraordinariamente su belleza. Gustavo la tenía entre sus brazos.
La noche, la soledad, y un deseo satánico de concluir comple­tamente con el mundo moral, empezaron a inflamar sus venas.
La luna se nubló de repente.

No hay comentarios: