miércoles, 25 de septiembre de 2013

LA GRANDE Y VERDADERA HISTORIA DE FRANCISCO GONZÁLEZ DE GUADALCANAL Y EL DESCUBRIMIENTO DEL MAR DEL SUR (3 de 3)

                                   Jesús Rubio

                                                           VIII
Cuando llegamos al pueblo de Chape, supimos que el dicho cacique ya no vivía, y quien reinaba era su esposa. Llegamos al océano y esperamos en los bohíos hasta que llegaron los nuestros. Allí vimos más oro, pero sobre todo vimos muchas perlas, que aquellas aguas son muy ricas en ellas y por eso ahora a las islas que hay allí se llaman de las Perlas, porque se cogen a puñados.
Cuatro días después de visto el mar, llegaron los hombres que se habían quedado en el poblado de Torecha. Entonces, decidió el capitán que le acompañarían veintiséis hombres a la toma de posesión del Mar del Sur. Los más dispuestos de todos, o al menos, los que a mí me lo parecen, dijo Balboa. Y yo fui uno de ellos. Y ahora le cuento cómo fue aquello, porque no lo olvidaré por más años que viva.
Fue a horas de vísperas, pues hubo que esperar a que las aguas se crecieran un poco. Entonces, primero el capitán, y después todos nosotros, nos metimos en el agua, hasta que nos llegó un poco por encima de las rodillas. Balboa llevaba una espada desnuda en la mano, y en la otra el pendón real de Sus Altezas, en el que estaban pintada una imagen de Nuestra Madre la Virgen Santa María, sosteniendo en sus brazos a su Precioso Hijo, Nuestro Redentor Jesucristo. Al pie de esa imagen estaban pintadas las armas de Castilla y de León. Y entonces, tomó la posesión del Mar del Sur, dando vivas al rey don Fernando, y a su hija, la reina Juana.
Y dijo también que tomaba posesión de todas las tierras andadas hasta llegar a él, y también de todas las que rodeaban aquel golfo, y prometió, y nos hizo prometer a todos, que si algún otro príncipe las reclamaba, habríamos de defenderlas. Y como nadie dijo nada en contra, se dio por hecho que habíamos tomado posesión de todo ello. Y para que constase que todos habríamos de cumplir lo prometido, que insisto era defender aquellas posesiones espada en mano, se tomó nota de los que habíamos participado en ese solemne acto, del que se hablará por muchos años que pasen.
Y yo le digo quienes eran los que allí estábamos. Aparte del capitán, estuvieron el clérigo don Andrés de Vera, don Francisco Pizarro, don Bernardino de Morales, don Diego Albítez, don Rodrigo Velázquez, don Fabián Pérez, don Francisco de Valdenebro, don Sebastián Grijalba, don Hernando Muñoz, don Hernando Hidalgo, don Álvaro de Bolaños, don Ortuño de Baracaldo, don Francisco de Lucena, don Bernardino de Cienfuegos, don Martín Ruiz, don Diego de Tejerina, don Cristóbal Daza, don Juan de Espinosa, don Pascual Rubio de Malpartida, don Francisco Pesado de Malpartida, don Juan de Portillo, don Juan Gutiérrez de Toledo, don Francisco Martín, don Juan de Beas, el escribano don Andrés de Valderrábano y servidor, Francisco Goznález de Guadalcanal. Cuéntenos y verá que somos veintisiete. Los veintisiete del Mar del Sur.
Después probamos el agua para ver que era efectivamente salada y que habíamos llegado por tanto al mar. Y todos nos alegramos mucho por ello, porque era verdad todo aquello y nosotros habíamos sido elegidos por Dios Nuestro Señor para ver aquel momento.
Después, el capitán hizo con su puñal una cruz en el tronco de uno de los árboles en los que batía el mar cuando subían las aguas. Y luego hizo dos más, como tributo a la Santísima Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo, tres personas y un solo Dios Verdadero, en cuyo nombre se había tomado aquel mar y aquellas tierras. Y todos los demás también grabamos cruces en otros árboles.
Volvimos después al pueblo de Chape, y se enviaron emisarios a otras partes para decirles que aquella tierra era nuestra, y que todos aquellos que así lo acatasen no se verían envueltos en guerra.
Y a los pocos días llegó un indio muy principal, familia de la esposa de Chape, y trajo mucho oro y muchas perlas. Y dijo que nos daría canoas y nos diría cómo se pescaban.

                                                               IX
El primer día que salimos a navegar en el golfo de San Miguel era el siete del mes de octubre. Salieron a navegar sesenta hombres. Yo iba con ellos, porque el capitán siempre me tuvo en mucha estima. Además, ya he dicho, era minero, además de muchas otras cosas. Fuimos bordeando la costa y a la noche del día ocho, llegamos a una provincia, en la que mandaba el cacique Cuquera. Su pueblo estaba como unas tres leguas hacia adentro de la costa, y no era fácil llegar hasta él, pues la selva era densa y el terreno bastante quebrado. Poco antes de llegar, los indios huyeron y dejaron el pueblo vacío. Poco a poco, se fueron acercando, y lo hacían con no poco respeto, y mirándonos las barbas, que parecía que les llamaban mucho la atención. El capitán ordenó tomar a uno de ellos, y les hablaba a través de los indios de Chape, y les decía que llamaran a su cacique y que no tuvieran miedo. Al poco vino el cacique, trayendo oro y perlas, y se le dieron a cambio cuchillos y un hacha.
Poco después volvimos al pueblo de Chape. Estaba el capitán obsesionado con las perlas y quería ir a donde estaban y ver cómo se pescaban. Salimos sesenta hombres con él llegamos a una provincia después de dos días de muy mala navegación, pues las canoas no eran muy grandes y el mar se embravecía bastante. Además llovía mucho. El jefe de aquella tierra se llamaba Tumaca, que no nos recibió bien. Tuvimos que reducirle por las armas, matamos a muchos de ellos y les tomamos muchos prisioneros y ninguno de los nuestros resultó herido. Se cogió el oro y las perlas que se encontraron. Y había ostras todavía vivas, recién pescadas. Los indios dijeron que las pescaban en unas islas pequeñas que hay cerca de su tierra, que están en medio delgolfo, como se ha dicho. Balboa llamó a aquella tierra San Lucas, porque se llegó a ella en ese día, y dijo a los indios que fueran a buscar a su cacique, que había huido en medio de la batalla.
No volvió hasta tres días después. Esta vez no opuso resistencia. Y Balboa pidió prestada al cacique una canoa para tomar posesión de aquella costa y vimos que en algunos remos tenían las perlas engarzadas, lo que nos maravilló a todos porque aquello era prueba de aquellas islas eran muy ricas en ellas. Llegamos a una isla pequeña, que llamó, y a otras más que estaban cerca y eran igual de tamaño, de San Simón. Y fue tomando la posesión de más islas. Llegamos a otra a que se llamó Isla Rica, porque se decía que era donde más perlas se pescaban y que está a la parte de Poniente. Y allí se volvieron a consignar los nombres de quienes habían navegado con él por vez primera en el Mar del Sur y habían descubierto todas esas islas, que se llamaban de las Perlas. Y es por ello que aparece el mío, porque yo también estuve allí, y por eso cuento esto, porque lo vi con mis propios ojos, no por lo que me han contado o he leído. Se llamó a todo este archipiélago el de Las Perlas, y jamás hubo nombre más ajustado.
Después volvimos a donde Tumaca y se ordenó a los indios que se echaran al agua y pescaran ostras para nosotros. Se subieron a unas canoas y con ellos algunos de los nuestros y el propio Andrés de Valderrábano tomó nota de todo ello. Lo hicieron y cogieron muchas de ellas, y muy grandes, aunque no sin peligro, porque la mar es brava en esas islas, y más de una vez temimos que se perdieran. Gracias a Dios que no ocurrió nada.

                                                        X
A día tres del mes de noviembre fue cuando dejamos la tierra de Tumaca y nos fuimos costeando por un brazo de mar que estaba tupido de manglares y se juntaban con lo de algunas islas pequeñas que estaban cerca de la costa, hasta el punto que teníamos que cortarlas con las espadas y con las hachas. Iba con nosotros un hijo de este cacique, que se quiso venir con nosotros. Entramos por la boca de un gran río, y al día siguiente llegamos a una tierra cuyo cacique se llama Thevaca, cuyo pueblo tomamos por sorpresa, antes de que se pudieran defender de alguna manera. Pero en seguida se vio que no quería oponerse a nuestra fuerza y se mostraron muy solícitos a todo lo que les decíamos. Nos regalaron preciosas piezas de oro, y también muchas perlas.
Entonces enviamos a algunos de los nuestros a por más canoas al pueblo de Chape. Y mandamos con ellos al hijo de cacique Tumaca, para que se quedara ya allí. Dejamos el pueblo de Thevaca y seguimos avanzando tierra adentro, hasta que llegamos a otro pueblo, cuyo cacique se llamaba a sí mismo Pacra. En todo momento se mostró pacífico con nosotros. El capitán llamó a toda esta tierra de Todos los Santos, porque había sido tal fiesta. Y se llegaron más caciques, cuyos nombres ya no recuerdo. Y todos traían oro, que se debieron de decir entre ellos que si se nos traía oro, no les habría de pasar nada, porque justo es decir que el oro enfebrecía a todos los nuestros. Y no puedo decir que a mí la ambición no me dominara, porque decirlo sería faltar a la verdad. Pero los hay que son capaces de todo por conseguir lo que se proponen, y otros a los que su conciencia les impide acometer algunas acciones. Pero yo vi cosas que fueron crueles, como aperrear a los indios o tomar a sus mujeres y a sus hijas. Y esto son pocos los que lo cuentan. Que muchas veces no nos comportamos como buenos cristianos, le digo. Había ocasiones en que los indios no eran propicios a la pelea, en la que teníamos mucha más ventaja gracias al acero y los arcabuces, y aún así les hicimos la guerra. Pero también le digo que con nosotros iba gente buena, incapaz de no hacer daño nada más que para defenderse. Pero para los indios fue una gran desgracia que en aquellas tierras y en aquellas aguas hubiera oro.

                                                         XI
Pasamos en aquellas tierras la Pascua. Tomamos el oro que nos daban. Y el que no nos daban, también. Pero el capitán decidió que volveríamos a Santa María la Antigua del Darién, porque algunos de los nuestros estaban ya enfermos. Y la gente estaba muy cansada porque el calor y la humedad de estas provincias agotarían al propio Aquiles. Volvimos por el camino andado, y comprobamos que Comogre, amigo del capitán, había muerto ya.
Llegamos a la tierra de Ponca el día diecisiete de enero del año mil quinientos y catorce. Fuimos muy bien recibidos porque ya he dicho que era amigo y había sido bautizado.
Después, en el galeón que nos llevó volvimos a Santa María la Antigua. Llegamos con más de cien mil castellanos sólo en oro, y multitud de perlas, y con muchos indios e indias. Y fuimos muy bien recibidos. Y cuando el rey se enteró de se había descubierto se alegró mucho, y perdonó a Balboa todo lo que se decía que había hecho.
Pero al poco llegó el gobernador Pedrarias, con lo que comenzaron las desgracias del capitán, que acabó, como usted sabe, en el patíbulo, dicen que por traidor del que llegó a ser su suegro, porque de la perdición de Nicuesa, al que subieron en una nao y nunca más se supo, lo declararon inocente. Y fue el propio Pizarro el que lo detuvo en nombre de Pedrarias. Yo no sé qué hay de verdad en ello. Sí le digo que cuanto le he contado hasta ahora es la verdad de lo que pasó en el descubrimiento del Mar del Sur.
Y de mí no tengo mucho más que decirle. Cuando Pedrarias fundó la ciudad de Panamá, en la que ahora estamos, fui uno de los primeros encomenderos. Y lo fui por orden del propio Pedrarias, que andado el tiempo, se mostró muy cruel con muchos de los nuestros. Aquí sigo, con mi encomienda, que me la otorgó el dicho Pedrarias. Está en la provincia del cacique Chagre, en la parte de Pereagil y Conthaco, donde hay sesenta y cuatro personas: Tengo otra más, en la parte llamada de Pocorosa, donde hay otros ochenta tributarios. Esta última se me dio como de regidor perpetuo de Panamá, honor que se me hizo por lo bien que he servido en estas tierras desde que llegué con don Diego Nicuesa, lo que da muestra de que mis méritos no son fabulados. Y en estas encomiendas hay minas de oro, y arroyos auríferos, que alguna vez me han dado rescates de hasta setenta y seis mil maravedíes de oro de diferentes leyes. Y desde mi encomienda me acerco cada vez que tengo ocasión hasta esta ciudad levantada a orillas de este Mar del Sur que vi por vez primera aquel veinticinco de septiembre, siendo uno de los primeros cristianos que lo vieron, algo que yo quiero contar y quiero que se sepa, porque es un hecho singular e importante, que yo no he de olvidar jamás. 

                                                        JESÚS RUBIO
                                                        Septiembre de 2013

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