jueves, 22 de agosto de 2013

NOVELA DE LÓPEZ DE AYALA - 39

GUSTAVO (continuación)

Sosegaronse los ánimos con la salida de Roberto y todos los corazones empezaron a latir tranquilos. Sin embargo, Dª Martina no las tenía todas consigo, porque sabía muy bien que no era hombre el matón que después de irritado tan fuertemente se resignase a deponer su ira antes de haber causado alguna desgracia o de haber concebido algún proyecto inicuo, que por lo tanto sería ejecutado. La presencia y autoridad del Conde la tranquilizaba en parte, y le servía de consuelo el ver que por medio de aquel desgraciado incidente había conseguido que el poeta penetrara en su casa y que pudieran llevarse a efecto los planes del Conde, que tanta utilidad le reportaran.
—¡Ah! ¡Gracias a Dios! Y ¿cómo te sientes, hija mía?
—  Ya me siento mejor, dijo Angela, respirando con ansia y mirando a Dª Martilla con una sonrisa dulcísima.
—  ¡Infame! ¡Y tuvo valor para ofender un ángel de los cielos, como eres tú!
— ¡Y luego dice que me quiere! -dijo la joven, con la expre­sión más inocente del mundo.
Ramira y Fernanda acababan de darle un refresco y para que respirase con más libertad le habían desabrochado la blusa. Su seno redondo y transparente latía medio desnudo, y dos gotas de sangre resaltaban sobre la brillante blancura de su garganta.
— Buenas noches, Caballeros, dijo una figura ridícula, abrien­do una puerta vidriera y examinando la sala con ojos recelosos, Ramira y Fernanda soltaron una estrepitosa carcajada.
— ¿Viene Vd. a defender a su dama?
¿Necesita Vd. todo ese tiempo para hacer coraje?
—  Señoras, yo no sabía los derechos que ese caballero...
— Pero ¡Jesús! ¿Donde ha estado Vd. metido? dijo Dª Martina, sacudiéndole el polvo de que tenía cubiertas las mangas del frac y las rodilleras del pantalón.
—  No sé; me habré caído…
—  ¿Quiere Vd. un refresco?
Gracias.
—  ¿No se sienta Vd. a descansar?
Gracias,
—  Mire Vd. que ya se ha marchado.
— ¿Quién?
— Él.
—  Yo no lo decía… tengo prisa… con que...
— Pero ¿y esa corbata?
— ¿Y ese pelo?
Mirose al espejo nuestro hombre, arreglose la corbata, com­pusose el pelo, acabó de cepillarse los pantalones, y alisó el sombrero.
— Servidor de Vds.
Ramira y Fernanda soltaron la carcajada de nuevo, lo que dio motivo a una severa reprensión de Dª Martina, en que les man­daba que mirasen mas por los intereses de la casa.

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