jueves, 8 de agosto de 2013

NOVELA DE LÓPEZ DE AYALA . 32

GUSTAVO (continuación)

 « Amada mía si estimas en algo mi vida, esta noche a las doce te espero en el jardín de la casa de Baños, Calle de San Dionis, n° 12. Gustavo»,
Su terrible sospecha estaba confirmada: su amante iba, a batirse y quería verla antes o después del duelo, ¿Qué podría hacer que correspondiera al inmenso favor que él la hacía, acor­dándose de ella en tan solemne instante? Este fue el primer impulso de su corazón, «Gustavo me ama». Esta idea fortaleció sus nervios desconcertados, Un movimiento de profunda alegría se insinuó en lo más íntimo de su corazón; pero la idea del riesgo que corría su amor, lo ahogó en su nacimiento.
  Luisa, corriendo, -dijo entregándole la carta-, un manto, un coche, Gustavo está en peligro. ¡Oh, Dios mío, qué cara me cuesta la primera prueba de su amor!
Luisa acabó de leer la carta.
  ¿Y piensa Vd. salir, Señorita?
  ¿Lo dudas? ¿Cómo pudiera? Pero corre… ¡un coche!... ¿qué hora es?
  Las once y media.
  ¡Ah! tenemos tiempo.
Luisa permaneció pensativa: la agitación en que su ama se encontraba, no le permitía pedir explicaciones sobre el asunto: ella había oído hablar del duelo; pero a pesar de todo, no pudo menos de considerar que su ama era una niña lindísima y Gus­tavo un joven que la citaba de noche a un paraje desconocido. Elena tenía delante los cuadros más espantosos; oía crujir espadas y silbar floretes; su débil cabeza, no acostumbrada a contener imágenes tan terribles, empezaba a desvanecerse.
  Corre, Luisa: avisa el coche.
  Cerca está la puerta del Sol; aun sobra tiempo.
—          ¡Qué noche tan oscura!
—          No, Señora; ¡si esta estrellado!
—          ¿Oyes, Luisa? ¿Qué ruido es ese? Parece una proce­sión.
— No, Señora; si es la gente que sale del teatro,
— ¡Ea! no tardes, sal, avisa al coche yo te espero rezando.

Salió Luisa, y Elena se puso de rodillas delante de una virgen que había en la sala cruzó sus manos temblorosas y le pidió que salvara a su amante. La infeliz no se acordó de rezar por sí misma. Un coche para a su puerta: se levanta involuntariamente, recoge el manto que Luisa le había dejado encima de una silla, y como si huyera de una sombra, sale trémula la virgen de su casa.

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