martes, 23 de julio de 2013

NOVELA DE LÓPEZ DE AYALA - 25

GUSTAVO (continuación)

—  ¿Por no haberla conocido?
—   No; porque no me amara.
—  ¿Y bien? ¿qué piensas hacer?
—  Eso es precisamente lo que quiero que me aconsejéis.
—  Desengaña a la mujer que no amas, y entra en relaciones con la otra, dijo Moncada.
—   Sí; pero Elena es de complexión muy delicada, está algo quebrantada de salud, y un desengaño completo pudiera cos­tarle la vida.
—  No, chico; el engaño es el que puede matar a una mujer; el desengaño a tiempo no ha matado a ninguna.
—  Y ¿quién te ha dicho que ya es tiempo de desengañarla?
—  Anoche estuve a su lado; ¡que belleza tan melancólica!; ¡que resignación! ¡qué delicadeza tan sublime!
—   Que el diablo me lleve, dijo Guillermo con explosión, si creo en el amor ni en la virtud de esa mujer. Se me ha encajado en los cascos que debe ser la hipócrita más redomada del mundo.
—  ¡Guillermo! si no sabes respetarla, no hablemos más del asunto.
—  Pero vamos a razones, Gustavo, ¿Piensas tú que si esa mujer fuera lo que aparece, tu dejarías de amarla? La conociste joven, lleno de entusiasmo, de nobleza y de vida; cuando tú no la amas, ella no es la mujer que describes.
              Este argumento no convenció a Gustavo; pero logró sin embargo enfriar el entusiasmo con que la defendía.
— Esa es una sutileza y nada más. No todas las mujeres dignas de ser amadas, inspiran amor.
—  En las circunstancias tuyas, todas.
—          Pues bien Gustavo, -dijo Montada-; mientras más apreciable te parezca esa muchacha, más leal debe ser la conducta con ella. Desengáñala cuanto antes.
—          Ya te he dicho que está indispuesta.
—          El desengaño la curará,
—          No lo creo.
—          Toma, toma; mientras ella advierta que sus males te producen efecto, por sólo el placer de verte triste, será capaz de dejarse morir.
—  Estás insufrible, Guillermo.
—  Como que siempre digo la verdad.
—   Puesto que eres tan sensible que no puedes desprenderte de ninguna, entra en relaciones con las dos a un tiempo.
—          Si; ¡voto al Diablo! el corazón de un artista no debe satisfacerse de un amor solo a una mujer no es bastante para poner a un artista al corriente en todos los secretos de las pasiones amorosas; pero entre dos mujeres ya componen entero todo el corazón mujeril, ¡Ah! ¡Bribón! eso es lo que tú querías, y nosotros tan torpes que no dábamos en ello.
— A nadie se mentir; pero a Elena no le mentiría por cuanto hay en el mundo.
—  Válgate Dios por Elena, y qué gana tengo de que se la lle­ven todos los demonios.
              Gustavo hizo un gesto de repugnancia.
—  Pues, Señor, otro plan se me ocurre mejor que el de Mon­cada.
—  ¿Cuál es?

—  Mañana recorro yo el paseo, la Universidad y el Teatro; formo una lista de todos los muchachos bizarros y emprendedores que conozco, que son innumerables; tú, puesto que no tienes valor o desprendimiento más bien, para desengañar a Doña Elena, harás por lo menos por qué ella se figure que tú no la amas; en este estado empiezan mis galanes uno en pos de otro, y de modo que su señoría no sospeche el plan, a decla­rarle su amor. Ella, al verse tan solicitada, o concebirá un grande orgullo que le dará energía para olvidarte, o encon­trará algún lindo pisaverde que le haga gracia, y Cristo con todos. El plan es excelente y seguro; pero te advierto que el día que consigas lo que deseas, te has de hallar más apesadumbrado que hoy.

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