miércoles, 12 de junio de 2013

NOVELA LÓPEZ DE AYALA - 6

GUSTAVO (continuación)

Guillermo, que hace algunos días anda buscando una oca­sión propicia para darle a Gustavo algunos consejos acerca de su nueva posición, juzgó que ninguna era mejor que la pre­sente: el hombre que come no tiene más remedio que escu­char, y el apetito con que Gustavo lo hacía, le prometía a su presunto consejero una atención, si no muy profunda, al menos no interrumpida.
Esto advertido, tomó la mano al razonar de esta manera:
—  Regocijándonos mutuamente, amigo Gustavo, veníamos Moncada y yo al considerar la favorable ocasión que de hacer fortuna te se presenta. Ten presente que sólo una vez se reúnen en la vida las favorables circunstancias que te rodean ya que tu genio ha sabido proporcionártelas, no hagas por donde tú inexperiencia y falta de consejo las pierda. Has dado el primer paso necesario para crearte una buena posición, que es decir a la multitud: «Tened cuenta con que yo resisto y tengo talento». Tiempo es ya, querido Gustavo, de que todas tus acciones sean regidas por un cálculo prudente y un razonable egoísmo. ¡No arrugues la frente!; los aplausos pasan como el humo; las ilusiones se desvanecen, y sólo dejan en el corazón el remordimiento de haberles sacrificado los intereses materiales de la vida
Dos mujeres te aman; dos amigos te quieren: con esto tienes bastante pasto para el corazón: cuantas nuevas relaciones adquieras, que sólo te sirvan para conocer al hombre y adivinar la manera más segura de esclavizarlo, — Repasa de nuevo las obras políticas de los más notables autores: busca una opinión que te sirva de pretexto: hazte diputado: adquiera tanta malicia como talento tienes, y yo te juro que serás ministro. — Sí, Gustavo: la ambición es la pasión más digna del corazón humano. Ella no es otra cosa que la satisfacción de todas las pasiones. — ¿Eres amigo sincero y leal? satisface tu ambición y harás felices a tus amigos-¿Eres amante apasionado? satisface tu ambición; que tu amada te vea en ruedas de marfil y envuelto en seda, y nunca apartará sus ojos de los tuyos. ¿Anhelas gloria? Levántate un pedestal, habla sobre él a la muchedumbre, y serás escuchado con asombro.
Mucho tiempo debió gastar el metafísico Guillermo en confec­cionar tan elocuente discurso. Gustavo se dejó, arrebatar de sus últimas palabras, imaginose ministro, y siguió comiendo más de prisa.
Moncada, disgustado de los egoístas consejos de su amigo, se levantó de su asiento, diciendo con voz alterada:
— No pretendas arrugar la tersa frente del artista con los siniestros sueños de la ambición. Convengo en que este mundo es  sólo una farsa pasajera; pero en esa farsa hay diferentes papeles, y a mí me gusta más el del hombre que sabe hacerse estimar exclusivamente por su talento. El día que Gustavo se haga ministro, perderá el noble e intenso placer que ahora dis­fruta, el de ver que todo el mundo le aplaude, no movido del interés que envuelven los aplausos que se tributan a un ministro, sino del entusiasmo, de la admiración que inspira su genio. Gustavo, tú has nacido para dominar a la muchedumbre, y es más noble y generoso que la domines con la frente ceñida de una corona de laurel, que de una de oro.
El discurso de Moncada, como era improvisado, no pudo ser ni tan razonado ni tan largo como el de Guillermo. Sin embargo, también produjo su efecto; Gustavo, dejando en el plato el centro de un pastelillo que iba a meterse en la boca, levantó la cabeza entusiasmado, y fijó su mirada penetrante en un retrato de Bellini, que se ostentaba en el testero de la sala, Quiso hablar, pero había comido mucho y estaba poco inspirado; y no ocurriéndosele nada digno de los discursos anteriores, dio a entender el efecto que le habían producido, permaneciendo un rato suspenso y silencioso. Los dos oradores quedaron muy satisfechos de sí mismos; semejantes en esto a la mayor parte de los que aconsejan, que antes vierten sus máximas por que sean escuchadas, que por que sean seguidas, y más atentos a ostentar su superioridad, que a corregir los defectos del aconsejado.

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