martes, 4 de junio de 2013

NOVELA LÓPEZ DE AYALA - 2


GUSTAVO

PRIMERA PARTE
CAPÍTULO I [1]
Juventud, amor y vino

¡Qué bello, qué delicioso aparece el mundo a los ojos de un joven que por primera vez se enamora y se embriaga! A medida que el Champagne ensancha su corazón y acalora su mente, más dulce y encantadora se le aparece la imagen de la mujer querida y es más profunda el inmenso amor que la profesa. El cielo se esclarece, el horizonte se dilata; la brisa es más suave; los campos más amenos, y de lo más íntimo de su corazón, ebrio de amor y de vino, sale un acento de tiernísima gratitud, que bendice al Creador por haberle colorado en medio del Paraíso, ¡Qué figura tan agradable y simpática la de un joven enamorado y borracho!
Perdonad, queridos lectores, estas reflexiones extravagantes, inspiradas por el bullicioso espectáculo de una brillante y esplendorosa orgía, en que varios jóvenes se han reunido, no como la cansada vejez para olvidar sus penas, sino para celebrar sus placeres y aumentar el estruendo de sus alegrías.
Todos los circunstantes no corresponden exactamente al tipo que con tanta ligereza acabamos de describir; pero uno de ellos, favorecido por las continuas atenciones de todos, es un perfecto modelo de vigorosa juventud y de espontáneo y arrebatado entu­siasmo. Nada revela en su morena y aguileña fisonomía la más ligera huella de esa repugnante gangrena de nuestra presente juventud, la duda y el escepticismo. Su frente lisa, ancha y desembarazada, anuncia la fecundidad de sus pensamientos, y su mirada ardiente y luminosa, demuestra la virginidad de su corazón.
Dos meses apenas se habían cumplido desde el día en que el joven Gustavo había pisado por primera vez la deleitable capital de las Españas. Nacido en un modesto pueblo de la provincia de Castilla la Vieja, había hecho sus primeros estudios artísticos en la antigua y célebre Universidad de Salamanca, y a los 22 años se presentaba en la corte, rico de ilusiones, escaso de dinero y autor de una ópera admiración y espanto de cuantas personas habían escuchado sus melodías.
En todas partes la envidia levanta sediciones contra el genio; pero el entusiasmo se encarga de recompensarle generosamente con abundante cosecha de amigos y admiradores. Antiguos condiscípulos de Gustavo, literatos de todas clases, aficionados inteligentes, honrados y ricos, de esos que deseando contribuir eficazmente a los adelantos de las artes no se les ocurre otro medio que emborrachar a los artistas, todos se prestaban sin­ceramente a celebrar el triunfo del nuevo genio.
Ya se habían apurado las doce primera botellas, y el vino, enemigo irreconciliable de las diferencias sociales, a todos los había convertido en verdaderos hermanos; cada uno de los profe­sores concurrentes estaba altamente satisfecho de sí mismo, porque nunca se había creído capaz de tanta sinceridad.
— ¡Brindemos a la salud de la hermosa que reine en el pen­samiento de nuestro Bellini —dijo Moncada, estudiante bullicioso que se enamora perdidamente de la primera mujer que encuentra en la calle, que se dejaría matar por el amigo que hace ocho días aun no le era conocido. y que, sin embargo, hace alarde de escepticismo.
— ¡Brindemos! exclamaron todos. Alzáronse las copas y en la vecina estancia estalló de pronto el armonioso estruendo de una orquesta.
Gustavo levantó su copa, quiso Ilevársela a los labios, y se detuvo un momento: al fin la apuró, pero con tales muestras de indeciso, que cualquiera hubiera conocido que, o no tenía mujer ninguna en quien hacerle aquel obsequio, o que varias se disputaban la preferencia.
— Lo mismo es ocho que ochenta, —dijo Moncada, reparando la indecisión de Gustavo — aunque para mí no hay más que una mujer en el mundo, que se compone de todas las que he conocido y me faltan que conocer: ¡juro ser un modelo de constancia!
—  Así comprendo yo la constancia, repuso Guillermo, estu­diante metafísico y muy dado la explicar absurdos; nadie se ena­mora de una determinada persona, corto dijo no sé quién, sino del amor, y mientras no se averigua de quién es la culpa, si de la mujer, que no sabe seguir agradándonos mucho tiempo, o de nosotros, que no sabemos seguir queriéndola, yo estoy…
Tu estas… dijo Moncada, queriendo acabar la frase de otro.
— Aún no es tiempo: me faltan muchas copas; — y apuró la qué tenía en la mano.


[1] El autor de la primera edición, que manejó las cuartillas originales manuscritas de Ayala, indica que el dorso de la primera cuartilla se podían leer los siguientes apuntes: «Describir la lectura de la ópera.- Carácter de Gustavo.-Ama el amor.- No se atreve a despreciar el amor de la Condesa.- No desecharía amor ninguno.-Todo le parece poco.- No tiene la edad en la que basta y sobra con un amor.-Él acoge todo lo que llega.- No cree lo de Elena porque amengua su fortuna y ataca su vanidad».

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