martes, 27 de septiembre de 2011

ADELARDO LÓPEZ DE AYALA - 46

«Inquieto, vacilante, confundida

con la múltiple forma del deseo,

impávido una vez, otra corrido

del vergonzoso estado en que me veo,

al mismo Dios contemplo arrepentido

de darme sus almas que tan mal empleo;

la hacienda que he perdido no era mía,

y el deshonor los tuétanos me enfría.»

La Epístola a Zabalburu, mucho más exterior, tiene calidad épica en la evocación de 1866:

«¡Siento chocar las piedras removidas,

y del odio las torvas construcciones,

cerrando el paso, vomitar erguidas

tiros, blasfemias, risas, maldiciones!

Vertido, en fin, en medio de la plaza,

el interior de infectos corazones,

escucho la colérica amenaza

de turba de clamores (que ahora lleva,

sumisa, como mi perro, la mordaza);

y que mengua el furor y se renueva;

y el grito siempre informe y repulsivo,

de soldadesca vil que se subleva.

Y enronquece bramando el odio vido,

y dominar el alto clamoreo

la indignación de bronce repulsivo.»

Síguenle en entonación lírica las Elegías: A la memoria de mi amada doña Rafaela Herrera de Pérez de Guzmán y A la muerte de mi amiga la señorita doña Vicenta Quintano y Quiñones; las leyendas, de tipo histórico-romántico, a lo Campoamor y Zorrilla, Los dos artistas y amores y desventuras, sobre don Rodrigo y Florinda; los Romances y Letrillas: la Musa picaresca y El sueño. Y, por último, lo que más hubiera deseado tener originalidad: Versos a mí mismo, Mi cuaderno de Bitácora, La semana que viene, Aviso a mi persona, La pluma, Invocación al segundo acto de «Consuelo», que es lo más próximo a sus proyectos de comedias y de todo su teatro.

De su calidad de Ayala como poeta, Pedro Antonio de Alarcón escribió que las Epístolas bastan para acreditarle de soberano poeta lírico.

El prosista

Entre las primeras obras, probablemente escritas y concebidas en su juventud, figura la novelita titulada: Gustavo, que no aparece en la colección de 1881-1885.

Fue presentada a la censura en 1852, cuando Ayala tenía veinticuatro años, y prohibida después. De ella dan noticia Fitzmaurice-Kelly y Cejador, asegurando que tiene una segunda parte que no se publicó. La obra en sí no posee grandes méritos, ni en lo descriptivo, ni en la concepción del tema, personajes y cuadros; parece, sin embargo, que tiene propósito ambicioso y que el autor sueña con una gloria de poder y prestigio, que cree ya tocar con las manos; es decir, una especie de autobiografía, no exactamente adaptada a la dimensión y propósito de cuanto fue vida real del autor, sino mucho más allá; y esto explica el tono de amargura y desaliento que no deben ser considerados como resabio romántico; más bien reflejo de una bohemia del siglo XIX, y como tal tiene el interés de documento histórico.

Coincide la fecha de la novela con los éxitos iniciales de Ayala; el año anterior había dado a la escena, con éxito, Un hombre de Estado, y era el momento de sus relaciones literarias con Bretón de los Herreros, Hartzenbuscl: Gil y Zárate, Fernández Guerra, Cañete, Campoamor, Ortiz de Pinedo y Arrieta, en el Parnasillo del Café del Príncipe. De todos hay un reflejo, pero muy especialmente de los dos últimos, que, con el protagonista, sostienen en el diálogo la pequeña acción de las aventuras amorosas, hasta llegar a la descripción, teñida de un tremendismo de adolescente, de los cuadros de burdel. Sin duda, Ayala, como otros tantos novelistas de su tiempo, creía muy necesario rectificar el perfil sensiblero que había adquirido la novela en la primera mitad del siglo XIX, bajo el peso casi arqueológico de Walter Scott, cuyos mejores imitadores fueron Enrique Gil Carrasco y Navarro Villoslada; por más que el cartón piedra de la novela histórica alcanzase hasta los folletines y los seriales; seguramente era mucho más halagüeño a los jóvenes el estro cálido de Sué, Víctor Hugo o Sand, con todo su mundo de sórdidas miserias. Estos escritores que, bajo el signo de lo social en primer plano -aunque éste se hallase lo mismo en las bajas capas sociales que en la burguesía y, a veces, para más contraste, en las dos a un tiempo-, hallaron lugar para su publicación en El Español, dirigido en la segunda mitad por Navarro Villoslada.

Es curioso señalar, repetimos, que Ayala, cultivador del tema histórico en algunas obras como Un Hombre de Estado y Rioja, en la novela siguiese la tendencia social, a la moda francesa, no muy lejos, de la que cultivaban sus amigos: Antonio Flores, autor de Fe, Esperanza y Caridad, y Antonio Hurtado, en la novela: Cosas del mundo. Claro que, en último término, es preciso recordar la reacción antirromántica que pretendían crear los autores de la época, con una vuelta a la realidad: razón da la alta comedia, y el sainete de costumbres, o sencillamente, el teatro realista.

Daremos a continuación un pequeño extracto de la novela Gustavo, entresacando los fragmentos que nos parecen más estimables[1]. Ayala, igual que hace al escribir sus diarios, pone una nota sinóptica que explica el orden y carácter de los personajes. Pone Parte primera; pero la segunda, no se publicó. Del protagonista Gustavo destaca sus cualidades: « Nada revela en su morena y aguileña fisonomía la más ligera huella de esa repugnante gangrena de nuestra presente juventud, la duda y el escepticismo.» (cap. I).

Se trata de una reunión de amigos que van a leer el libreto de una ópera compuesta por Gustavo. Entre ellos, confiesa el protagonista, su amor por Elena.



[1] Gustavo, novela inédita de don Adelardo López de Ayala, publicada por Antonio Pérez Calamarte, Revue Hispanique, t. XIX, 1908, págs. 300-427.

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