lunes, 19 de septiembre de 2011

ADELARDO LÓPEZ DE AYALA - 42

18. Le comunica que se cambia de casa, porque, al retirarse del teatro, va a vivir de una manera modesta y retirada, con grandes economías de los gastos. «Adelardo, en esta ocasión no me dirijo sólo al amante, porque teme mi corazón no encontrarle ya, me dirijo al hombre de honor..., al hombre que por más frívolo e indiferente que sea para todos, ni puede, ni debe serlo con la mujer que todo lo ha sacrificado, no a un capricho, no a una pasión interesada y vulgar que hoy se siente y mañana se olvida..., bien sabes que el sentimiento que ha unido mi alma a la tuya, es mucho más respetable que eso, y que si para el mundo yo sólo he sido tu amante, para tu conciencia y tu corazón, tengo derechos más sagrados todavía.»

19. Termina así: «Aunque muy tardío, te agradezco mucho los primeros versos que te he inspirado, pero te ruego que si alguna vez volvieses a escribir para mí, vea yo en ellos mi nombre, y de modo que no pueda suplirse con ningún otro.»

Da la impresión de que hay muchas más cartas que estas que se han publicado, pero aquí termina su Epistolario Inédito.

Añadiremos dos notas para completarlo. En primer lugar, las enfermedades de Ayala. No parece que, pese a su aspecto rebosante y lozano; su salud fuese demasiado buena; con frecuencia, acusa la nota de estar enfermo, o, por lo menos, delicado, en especial del aparato respiratorio. Nada más llegado a Madrid, por primera vez, un amigo tiene que curarle las anginas, y ya Ministro de Ultramar, en el primer Gobierno de la Revolución, el doctor Calvo y Martín le extirpa las amígdalas. En las cartas a Teodora alude repetidas veces a sus frecuentes catarros, acompañados de fiebre. Y conocida es aquella anécdota suya que, viéndose atacado por un violento acceso de tos, dijo que su epitafio había de ser éste: «Aquí yace Adelardo. Ya no tose.» En noviembre del año 1876 había de llevar a. las Cortes un empréstito que afectaba al ejército de Cuba; tuvo que desistir por agravarse su dolencia bronquial, hasta el punto de sustituirle en el Ministerio don Cristóbal Martín de Herrera. El doctor Calleja le visitó en su última enfermedad.

La otra nota es su aversión a los viajes al extranjero. Ayala, como ya se ha dicho anteriormente, no había salido de España más que en dos ocasiones: para acompañar a unos desterrados a Francia, y para permanecer en Lisboa, en una situación de emergencia política.

Lisa y llanamente esto es lo que vale de la vida íntima de este hombre de Estado. Y tal es el clima espiritual en que se desarrollan las relaciones entre Teodora Lamadrid v Adelardo López de Ayala, en los años más decisivas y brillantes para los dos. Por las fechas, parece un idilio de juventud; no hay que olvidar que Ayala muere a los cincuenta años, más que viejo, agotado por la incertidumbre política y literaria en que él vivió. Había nacido el 1 de mayo de 1828 y moría en Madrid el 30 de diciembre de 1879; Teodora Herbelles -en el teatro: Lamadrid-, nació en Zaragoza el 1821 y murió en Madrid, el 21 de abril de 1896; tenía, pues, ocho años más. Esto explica que si la conoció con motivo del estreno de Un hombre de Estado, -año 1851-, y las cartas son de 1852 a 1867, la diferencia de los años -el poeta, casi un adolescente-, dan más ilusiones que realidades, y sobre todo, con mucha ambición, y ella, ya actriz de fama, metida en las intrigas del teatro, provocaría el diálogo que revelan estas epístolas amatorias. ¿Concluyó el idilio can estas cartas? La última, de Teodora, casi parece expresión sincera de que todo se ha liquidado; pero tampoco sabemos si quedan más cartas, como tampoco sabemos dónde pudo hallar Oteyza el supuesto proyecto de matrimonio de Ayala y Elisa Mendoza Tenorio. Ni sabemos si este es el único y último enigma romántico del dramaturgo; y sigue el misterio de la pequeña historia que gira alrededor de cada hombre ilustre. Sólo el tiempo es capaz de desvelarlo.

IV

EL ESCRITOR

Ante el caso Ayala, queda sorprendido el Iector y, probablemente aumentará mucho más la sorpresa conforme el personaje se va haciendo cada vez más distante. La circunstancia especial de unir en un sólo hombre el político y el escritor, que tan hábilmente le sirvió a él de balanceo apoyándose en uno y en otro, según el ritmo de los sucesos y la necesidad de su momento, crea, al mismo tiempo, una especie de niebla a su alrededor; cuesta ver lo que de verdad había en esta vida tan del siglo XIX, en su primera mitad. Cuando se incorpora a las actividades políticas y literarias todo se halla en plena efervescencia, pero no es difícil descubrir que los tiempos están evolucionando: que la grave crisis con que el siglo XIX se abre será solamente comparable con la del 98, con que se cierra; con la salvedad de que la primera es una explosión y la segunda una parálisis, tanto más doliente, cuanto que el cansancio y la decadencia no han agotado el espíritu español, pero le han hecho enfermar de pesimismo.

Y en cuanto a lo literario, Ayala, por la fecha de su nacimiento, 1828, y de su muerte, 1879, coge todo el momento romántico, ya en vías de disolución; no sabemos hasta qué punto puede hablarse de reacción antirromántica, pues muchos de los reflejos de este movimiento literario entraban a formar parte de nuevas tendencias. Parecía, en efecto, que habría de ser así; pera los campas no quedaban tan deslindados como una frontera divisoria. Pesaba mucho sobre los escritores de este tiempo el criterio transitivo y acomodaticio de lo inmediato, que era lo romántico y aún de lo más lejano, lo neoclásico y lo puramente clásico.

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