lunes, 5 de septiembre de 2011

ADELARDO LÓPEZ DE AYALA - 35

La XII alude a un desafío frustrado entre él y un coronel. El teatro era, sin duda, un medio de comunicación, Ayala observaba a la actriz: «El no mirarme en el teatro, sino cuando indirectamente podía decirme que tu determinación era irrevocable».

Y en la XIII: «Esta noche en el teatro me has mirado pocas veces y para reprenderme».

En la XV da detalles de viajes de las sentadas.

«Quiero que me digas cuándo te vas, cuándo vienes, verte, si me das licencia para ir a Cádiz... »

«... Después de escribirte ésta, estuve anoche en el teatro, y me pareció que estabas altamente irritada contra mí. ¿Es porque no he asistido a las últimas representaciones de la Adriana? No sé por qué el drama me hace daño; me parece que desde que lo ejecutaste me amas menos; pero no, esto es mentira. Yo creo que ahora me amas lo mismo o más que siempre; me alegro como puedes figurarte, de los triunfos que has conseguido, y siempre tengo aversión a ese drama, yo creo que son celos del público; pero si esta ha sido la ocasión de tu disgusto, yo te juro, enojada de mis ojos, que la primera vez que se represente, tendrás el places de verme atado a la rueda de tu carro triunfal; entre tanto, vida mía, no me mires enojada y sobre todo, no dejes de mirarme.» Alude a la obra Adriana de Lecouvreur, de Scribe, traducción española de Félix Calcagno, con la cual debutó Teodora Lamadrid.

En la XVI pone las nuevas señas de Teodora en el reverso: calle de Jovellanos, 5, 3.°, y la escribe desde Guadalcanal, 21 de septiembre de 1855.

En la XVII se habla del Padre Cobos: «Mañana tengo que defender ante el jurado y públicamente al Padre Cobos»; dice que no se ha preparado y que existe una gran curiosidad por oírle. «Dime si has recibido la carta en que te hablaba de la conferencia a última hora de tu hermano y Rosell.» Cayetano Rosell fue amigo de Ayala, y más aún de la actriz[1].

En la XVIII le da cuenta de su éxito oratorio.

En la XIX le habla del viaje a Valencia, que hace Ayala. Y le dice al final: «Ya habrás recibido el billete que te remití por mano de la Luna.»

En la XX, escrita desde Valencia, le comunica su propósito de trabajo: «Estoy dando grandes, feroces muestras de entereza. Aquí tengo a García Gutiérrez, Arrieta, Emilio Santillán, mi hermano, y un amigo que tú conoces. Han venido a hacerme una visita, y yo les dejo pasear solos, me encierro en mi habitación, y hasta la hora que antemano les tengo marcada, aunque lleguen a la puerta, ni la abro, ni aun les contesto.»

En la XXI, refiere su vida en Valencia. «Me levanto todos los días muy temprano; ¡antes de las siete! Y ya lo hago como si tal cosa, sin ningún trabajo: antes despierto con deseos de salir de la cama, En Madrid pienso seguir la misma costumbre: ya tú ves qué reforma tan Fecunda en buenos resultados; con esos madrugones, el día se me hace tan largo, que aunque yo quisiera me es imposible emplearlo todo en no hacer nada, y sino por obligación, por recurso al menos, tengo que tomar la pluma. Estoy concluyendo una zarzuela muy bonita, aunque no tanto como tú; mis compañeros están prendados de ella; pero yo lo estoy de ti mucho más. En este momento están cada uno en su cuarto cantando al piano versos míos; meten un ruido infernal, y yo, sin embargo, juzgo que estoy hablando contigo en el mayor silencio.»

En la XXII, dice Ayala que vive en la Fonda del Cid, en Valencia, que sigue escribiendo la zarzuela, dice en ésta, y en la XXIII, que está concluyendo el último acto.

En esta misma refiere los reproches de Teodora. La zarzuela, a que alude, es El Conde de Castralla.

En las cartas XV y XVI, le habla de escribirle una obra para su beneficio.

Una de las más bellas es la XXVIII, escrita desde Salamanca.

«No he querido escribirte hasta que no me sintiese en completa posesión de mí mismo y capaz de cumplir la palabra que te había empeñado. El aspecto ruinoso de esta población; el recuerdo más vivo que nunca de tu amor, de tus dulces y xauras caricias; el considerar que había de pasar un mes sin verte, todo infundía en mi alma una profunda melancolía, que enervaba mis fuerzas y no me consentía la energía necesaria para dar a mi pensamiento el giro conveniente a mis trabajos. Sentía un huracán que me arrastraba hacia Madrid, y he estado algunos días sin poder ser dueño de mi persona y sin tomar asiento. A la inquietud de los primeros días ha sucedido afortunadamente un lento, pero constante deseo de volver a tu presencia, que lejos de ofuscar mi pensamiento, lo excita y lo esclarece y me contiene la pluma en la mano. A cada escena que escribo, tú te sonríes y yo cobro aliento. Tu retrato, que tan pálido me parecía cuando podía mirarte, a cada momento, ha tomado en la ausencia una animación extraordinaria; parece que una chispa de tu alma se encierra en él, se anima en mi presencia, se sonríe, me besa y me dice al oído dulcísimas palabras de amor y de consuelo.» Da sus señas en Salamanca. Plaza Mayor, número 6.

En la XXIX, le dice que ha estado enfermo por beber agua del Tormes; la ciudad de Salamanca se ha portado amablemente invitándole a fiestas, bailes y saraos. Con todo, tiene una deplorable opinión de la ciudad. «Me han dado serenatas y me han escrito versos; pero ¡qué música! y ¡qué poesía! Yo me encuentro en babia, en medio de estas gentes; los que tratan de ostentar a mis ojos su talento y erudición, me martirizan horriblemente haciéndome transigir con su pedantería; los que por el contrario hacen alarde de su ruda franqueza y me invitan a pasear y al juego de pelota, me hacen representar un papel ridículo a mis ojos, obligándome a aplaudir sus sandeces. Vida mía, cuantas más gentes conozco, más te amo. De las mujeres no te digo nada; menos finas y elegantes que las de Madrid, pero en el fondo lo mismo, y aún peores. Las casadas, adúlteras por vicios, por costumbre y sin remordimiento. Las solteras, vírgenes de cuerpo, por la falta de ocasión y prostitutas de alma.»

En la XXX, le dice en qué localidad estará en el teatro, para que pueda dirigirle sus miradas: «Estaré en las lunetas, no te digo en cuál, para ser si me descubres pronto.»

En la XXXI, justifica no haberle escrito, porque un tío político suyo, estaba esperando. En el sobre: Sra. Da. T... Calle Sta, Isabel, n. 5, 4° 2.° izquierda.



[1] P. Guzmán, J. De guante blanco; historia del periódico: El Padre Cobos, La España Moderna, 1.°, enero 1901.

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