miércoles, 10 de agosto de 2011

ADELARDO LÓPEZ DE AYALA - 22


Para el joven Ayala, que llega a Madrid como un provinciano, mejor aún, como un pueblerino con ínfulas de familia y entusiasmos políticos y literarios, aquella Corte había de ofrecerle ocasión propicia; sin embargo, una cualidad que se destaca es su cautela; no aparece ostensiblemente el conspirador, excepción hecha su apoyo a El Padre Cobos ; dedica su actividad al teatro, sin caer en la vulgaridad de escribir obras de circunstancias, aunque la intención aparezca suavemente velada. Contemplaba el mundo un poco turbio de aquella situación política.

El error fundamental de la Reina lo inspiraba todo de arriba abajo; la revolución liberal que la había hecho triunfar sobre el carlismo era la misma fuerza que luego se dispararía contra ella; el problema de la desamortización eclesiástica, entre otras circunstancias, serviría para fragmentar el apoyo liberal, creando el grupo de los puritanos de clara aproximación carlista. Con tales antecedentes, la política que percibe v olfatea Ayala desde la adolescencia, la lamentable experiencia de Espartero y el turno alternativo, establecido por Isabel, entre moderados ultras y puritanos en aquel lapso histórico que va desde 1844 a 1848. No es aún el momento que más le atrae al joven Ayala, todavía en su Guadalcanal, o Sevilla, siguiendo, a tenor de la prensa, el ritmo de los tiempos. Ve alzarse con el poder a Narváez y a Bravo Murillo, con signo de dictadura, y contempla la corrupción administrativa que había de servir de pretexto a la vicalvarada de 1854, que si bien pudiera considerarse revcanción de tono menor, en el fondo se trataba de un ya peligroso pronunciamiento militar; una coalición de generales para contrarrestar la preponderancia civil; si, por un lado, esto pudiera representar un grave peligro, por otro, favorecía al progresismo, que logra su máximo exponente en organizar O'Donnell la Unión Liberal; el mejor apoyo para la Corona durante años y enlace entre progresistas y demócratas que endían en sentido hacia la izquierda, frente al carlismo, de derechas, y los moderados, como centro. La armonía no pudo lograrse; el creador de la. Unión. Liberal, O'Donnell, ambicioso de gobernar sin oposición, salía de la Presidencia del Consejo en 1856; más tarde, Isabel incorpora a Narváez en 1866; entraba por encargo de la Reina, en casos de emergencia, y volvía después O'Donnell. Cuando en 1868 muere el Conde de Lucena, la Unión Liberal aparece cargada de resentimiento, y no valen !as medidas reaccionarias de González Bravo para contener la situación, y ello hizo posible el 68[1].

Nada de esto debe creerse que pasaba inadvertido para Ayala, aspirante a político, que había dado, con fortuna, sus primeros pasos en el mundo de las letras. Hasta aquel momento su batalla había sido fácil; necesitó muy poco para encontrar los resortes de la forma y la popularidad, dirigiéndose, primero a Sartorius, después a Gil y Zárate y Cañete, llegando, por medio de sus amigos, a Cristino Martos, Ortiz de Pinedo y Arrieta, a la vida de la alta intelectualidad; quizá muy cerca de la propia Soberana, pues el autor de Marina fue su maestro de música, sin perjuicio de que engrosara las filas de los antisabelinos en las jornadas del 68.

Pero, sin duda, los éxitos iniciales de Ayala y más que nada la presunta influencia que todos admiten en él, le hacen ya, desde los primeros momentos, más que un amigo aprovechable, un hombre terrible; la capacidad de adaptación al medio, su cautela para ir escalando los primeros jalones, la facilidad con que él, humilde provinciano, ha ido situándose, todo se comenta y se cotiza. Los escritores de aquella bohemia que se transparenta en las páginas de su novela Gustavo, creen que le van a necesitar, y que lo mejor es ponerse de acuerdo con él; quizá con el tiempo -y en un tiempo no muy lejano-, este hombre será poderoso, repartirá prebendas, y canonjías; los escritores, por él protegidos, con su mecenazgo del Estado, sacarán algún beneficio. El los empezaba a obtener ya en aquellos sus primeros pasos, pero no era cosa de prodigarse demasiado; la cautela parece ser una cualidad bastante acentuada en este escritor y político, alocado en sus ambiciones; no era cosa tampoco de que le descubriesen el juego, los innumerables juegos de su vida, siempre con mucha medida y utilidad. No quiere decirse que don Adelardo tenga estrecho parentesco con los Maquiavelos de turno, a no ser las cualidades genéricas de todos los que van a gobernar. Pero lo cierto es que, aun alentando los últimos cefirillos románticos, Ayala aparece a veces como un ser con el alma transida por el dolor, por la incomprensión, por la ingratitud de una mujer. ¿Qué había en todo esto de cierto? Los biógrafos celan cuidadosamente cuanto se relaciona con el erotismo, como si Ayala se encontrase al margen, deshumanizado por completo; aluden, a lo más, a ciertos amores incógnitos que pudieron entristecer su vida. Y él mismo, en la Epístola a Emilio Arrieta, escrita en Guadalcanal en 1856, ha cuidado de sumergirse en una atmósfera de cálido lirismo; en el fondo, una exposición egolátrica de su persona; las cualidades de bondad, de ternura y de justicia, (lo las cuales alardea, trazan una línea de conducta ejemplar que se desvía y casi desvanece en medio de aquella vida de orgía que, por lo menos, aparentaba llevar, como el febril cantor de Jarifa:

----------------------------

[1] La mayor parte de los miembros de la Unión Liberal se sumaban a la subversión progresista, a cuyo frente estaban Olózaga y Prim. En 1868 todas fuerzas políticas, salvo los moderados y un pequeño grupo de unionistas leales -el grupo de Cánovas-, agrupó a progresistas, unionistas, demócratas monárquicos y demócratas republicanos en un mismo empeño revolucionario. Ese empeño revolucionario enarbolaba una bandera extremista desde el punto de vista político; sufragio universal, libertad de cultos, de prensa, de reunión; monarquía democrática. El espejuelo democrático unió por primera vez -último acto del proceso liberal burgués- amplias masas proletarias. Seco Serrano, C. España en la Época contemporánea, en J. R. de Salis: Historia del mundo contemporáneo, I, pág. 779.

No hay comentarios: