martes, 2 de agosto de 2011

ADELARDO LÓPEZ DE AYALA - 18

Un año después, López de Ayala llevó a la Censura su novela Gustavo, que es, sin duda, el mejor reflejo de la vida bohemia, entre política y literatura, de estos años. Y en esta misma fecha comienza sus relaciones con Teodora Lamadrid, a quien debió conocer con motivo del estreno de su primer drama, de cuyo episodio sentimental da cuenta el Epistolario, de 1852 a 1867.

Desde aquel momento, las puertas del teatro pueden considerársele abiertas; en el Teatro del Drama estrenó el 20 de marzo de 1851 aquella obra escrita por Ayala cuando apenas contaba diecisiete años, y muy influida por los mejores autores de la Edad de Oro, cuya lectura parece inmediata y reciente: Los dos Guzmanes. La comedia, que iba dedicada a don Eugenio Vera, obtuvo un éxito tan menguado, que solamente se representó durante siete días. Culpóse de la falta de público a suspender su actuación de la Nena, que solía amenizar el final con bailes un tanto procaces y cierto lujo de vestidos. Sus intérpretes fueron: Concepción Ruiz, Josefa y Laura García, Facundo Aíta, Rafael Muñoz, Vicente Caltañazor y Joaquín Barja.

Guerra a muerte, zarzuela, con música de Arrieta, estrenada en el Teatro Circo el 21 de julio de 1855, «un bellísimo juguete por la riqueza de sus cantares», pasó tan inadvertida, que ni siquiera dieron cuenta los periódicos, a pesar de sus intérpretes: Amalia Ramírez, Teresa Rivas, Francisco Calvet, Ramón Cubero, Francisco Salas y Vicente Caltañazor.

Estas primeras manifestaciones de su obra dramática deben ser consideradas como parte integrante de las obras de su juventud; nacidas, probablemente, bajo la influencia de lecturas clásicas.

El drama Rioja fue estrenado en el Teatro Español el 26 de enero de 1854, con los siguientes artistas: Teodora Lamadrid, Joaquina García, Joaquín y Enrique Arjona, José Calvo, Manuel Ossorio y Victoriano Tamayo. La zarzuela La estrella de Madrid, representada por estas mismas fechas, tuvo como intérpretes a las actrices Latorre y Soriano y a los actores Cubero, Font, Calvet, Caltañazor y Fuentes.

En 1854, encontrándose el partido moderado en la oposición, con el levantamiento de Espartero y triunfar la disolución de Cortes por Sartorius, creyó el poeta la ocasión oportuna para estrenar su zarzuela Los Comuneros, con música de Arrieta, por la actriz Amalia Ramírez y los actores Salas, Caltañazor, Font, Calvet, Becerra, Cubero, Marrón, Franco, Díaz y Unánue. El 20 de febrero de 1856 estrenó en el Teatro Lírico la. zarzuela, con música de Oudrid, El Conde de Castralla, interpretada por Adelaida Latorre, Amalia Ramírez, Agustina Marco, Carolina Blanco y Pilar Lázaro y los actores Francisco Salas, Vicente Caltañazor, José Font, Francisco Calvet, Joaquín Becerra, Ramón Cubero, N. Franco, Vicente Pombo, N. Pellizary, Manuel Fernández, N. Unánue y Manuel Malla. Fue prohibida a la tercera representación por orden del Gobernador Civil, sin duda por creer una alusión a Espartero. En la sección de Indirectas de El Padre Cobos, año II, núm. XXXVIII, 5 de marzo de 1856, escribe, probablemente el mismo Ayala, o por su inspiración, lo siguiente: «La literatura de El Aragonés (alude a un periódico de Zaragoza y a unos artículos dedicados al General Espartero) me recuerda la literatura del señor Ministro de la Gobernación. Y el Ministro y la Literatura me recuerdan que ha sido prohibida la representación de la zarzuela El Conde de Castralla, después de estar autorizada por la Censura. Cuestión, ¿la ha prohibido el Ministro o el literato? Ni uno ni otro. La ha prohibido la revolución de julio, porque no quiere que la miren con gemelos». Escosura estaba en Gobernación.

Con ellos, en este breve espacio de tiempo que va desde 1851 a 1856, puede darse por concluida la primera etapa del teatro de don Adelardo. Pero la política lo envuelve demasiado, y su teatro no sólo se resiente de ello, sino que aparece mucho más dislocado del romanticismo; la línea ondulada que supone su dramática en los inicios, se desvía voluntariamente de la lógica tanto como de la fatalidad, entre personas y conflictos, creyendo de buen augurio llegar a las lindes del sacrificio, como ocurre en Rioja, salvando sólo el sentido cristiano y romántico del irreligioso que pudiera aparecer exacerbado en algunos dramas de su tiempo. Y a todo esto, demostrando el joven dramático estar en posesión de una locución fácil, sencilla, acelerada en el clímax del desarrollo, hasta las escenas más culminantes y el desenlace rápido e insospechado. Todo esto, no cabía la menor duda, era una consecuencia de su vocación política.

Sin embargo, Ayala, intrigante y tornadizo, no siempre actuó en la misma línea y norma de conducta, de acuerdo con unas ideas firmes c inconmovibles. Y es curiosísimo que el biógrafo, interesado en presentarnos un personaje ecuánime, generoso y humano, haya escrito conceptos como los siguientes: «Es evidente que el hombre y el pensador se dividieron en la cuestión religiosa, y si el hombre besó el primero el anillo a los Prelados en las Constituyente de 1867, y el político votó por la libertad de cultos, fue porque la vida del Gobierno imponía ante la práctica, no el sacrificio de los amares de la conciencia, que allí viven en su vida y en su culto, pero sí las transacciones del perdón y del olvido por la misma Iglesia consagrados para la paz y la tranquilidad de los estados»[1]. Con ello, parece empezar una dialéctica que había de culminar en el Congreso, contándose los éxitos oratorios casi como si fueran escénicos.


[1] Solsona, op. Cit, pág. 20

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