miércoles, 29 de junio de 2011

Ignacio Camacho gana el premio Antonio Fontán



Ignacio Camacho gana el premio Antonio Fontán

El Patronato de la Fundación Marqués de Guadalcanal ha concedido el primer premio de periodismo político Antonio Fontán al periodista de ABC Ignacio Camacho López De Sagredo, por su artículo denominado España como Pasión, publicado en ABC en julio de 2010.

El galardón, dotado con 6.000 euros, había sido convocado a principios de 2011 para premiar el mejor trabajo informativo individual o colectivo publicado o difundido en prensa, radio, medios audiovisuales o nuevos medios, en 2010, en la defensa de los valores de la libertad, la justicia, la igualdad, el pluralismo político, la residencia de la soberanía nacional en el pueblo español y la Monarquía parlamentaria.

Camacho nació en Marchena, Sevilla, en 1957. Periodista y Licenciado en Filología Hispánica. Columnista del diario ABC, periódico que dirigió entre 2004 y 2005, participa como comentarista habitual en diversos programas nacionales de radio y TV, en Onda Cero (Herrera en la Onda y La brújula), Antena 3 (Espejo Público), Telemadrid (Madrid Opina y Alto y claro), TVE , La 10, Canal Sur y Canal Nou.

El periodista además tiene los premios de periodismo Mariano de Cavia, González Ruano, Romero Murube y Fundación Institucional Española, entre otros. Ha sido subdirector de El Mundo y Diario 16, y ha trabajado también en Cambio 16, El Correo de Andalucía y Nueva Andalucía. Ha sido profesor de Periodismo Cultural (1992-1996) en la Universidad de Sevilla.

En el artículo premiado, el autor señala que “durante mucho tiempo España era una punzada de dolor moral, una maldición histórica, un ideal imposible, un fracaso colectivo… Pero de repente, y alrededor de un fenómeno de apariencia trivial como el fútbol, ha brotado en todo el país una sacudida de orgullo” Con esta decisión, el Patronato de la Fundación Marqués de Guadalcanal quiere reconocer en el autor su capacidad de aplicar un análisis político a un hecho deportivo.

ADELARDO LÓPEZ DE AYALA - 1


AYALA Y SU ÉPOCA

Datos extraídos del estudio preliminar de las obras completas de López de Ayala, de la Biblioteca de Autores Españoles, realizado por José Mª Castro y Calvo.
Es autor de este estudio preliminar nació en (Zaragoza, 1903 - Barcelona, 25-VII-1987). Catedrático de la Universidad de Barcelona desde 1942. Cursó estudios de Medicina, en los que se doctoró (con una tesis sobre Miguel Servet) en 1931, y los simultaneó con los de Letras, que acabó siendo su dedicación única. Ha consagrado varios trabajos a la obra de Don Juan Manuel, a temas aragoneses (la obra de los Argensola, las justas poéticas zaragozanas del XVI...), y ha escrito una Historia de la literatura española (1967). Pero más que en la filología académica, la vocación de Castro se encuentra en la frecuentación y la creación de literatura. Admirador de «Azorín», cultiva una prosa evocativa, menos rígida que la de su maestro, irónica a veces y dada al patetismo otras, en trabajos breves que comparten rasgos del cuento, el ensayo y la divagación: Ante el misterio y otros ensayos (1955), El agualí (1972), etc. Es autor de unas sugestivas memorias, Mi gente y mi tiempo (1968), que reflejan con detalle y no poca sorna el mundo universitario zaragozano de los años veinte y treinta


Cuando nos parece que el teatro ha entrado en la fase última y decisiva de su decadencia, no deja de sorprender que la Biblioteca de Autores Españoles dedique un volumen a uno de los dramaturgos del siglo XIX. Pero es evidente que, si de un lado, debemos conceder primacía a la obra pretérita, más pegada a nuestro momento, no es posible cerrar las puertas de la publicación a todos aquellos escritores cuyas ediciones no son fáciles y asequibles, y han tenido, por otra parte, su importancia, si no mérito mayor, por lo menos, como eslabón de enlace con la tradición dramática. Otro criterio eliminaría, según las normas restrictivas, una porción de autores, y con ello la historia de nuestro teatro quedaría reducida a las grandes, primeras y más significadas figuras, anulando muchas otras que sino fueron tan importantes, o el tiempo ha ido restándoles méritos, forman el acervo común de cada época; y bien sabido es que los grandes maestros viven del fervor de sus escuelas.

Sobre nuestras letras del siglo XVIII y del siglo XIX ha caído con demasiada pesadez la palabra «decadencia», sin duda como si fuera patronímica exclusiva de estos siglos; todo cuanto se viera a la luz de estos conceptos debe ser relegado a segundo lugar. No se ha tenido en cuenta que tras los períodos de esplendor es inevitable que el agotamiento sirva de enlace con otros, prometedores de buenos augurios, y que dentro de ellos encontraremos siempre las finas esencias de los principios creadores.

Esta es la razón fundamental de que hoy aparezcan en nuestra Biblioteca las Obras Completas, conocidas hasta hoy, de don Adelardo López de Ayala.

Inspirados por los conceptos arriba expresados, creemos que son, no diremos imprescindibles, pero sí de importancia para la historia de la dramática del siglo XIX en sus relaciones con sus tiempos modernos. Sin concederle ni mucho menos aquella encendida admiración, hija en muchas ocasiones de interesadas conveniencias, valoramos su obra, no ya en relación tan sólo a la persona y a su época, sino a la evolución que sufre el teatro español, durante estos años, para llegar al actual momento. Piénsese, sin ir más lejos, en la antinomia que supone la posición de García de la Huerta, o de Nicolás Fernández de Moratín, contemplando el arte dramático entre desengaños y desprecios, y el arte cuidado de Leandro Fernández de Moratín, que en medio de aquel ir y venir de corrientes aristotélicas y neoclásicas, intenta salvar el prestigio del teatro español en lo que tiene de histórico y tradicional, y, al mismo tiempo, sin apenas saber cómo y porqué, surge, en la comedia sencilla, el fracaso del criterio aleccionador, y nace la comedia romántica, que ya mejor diríamos moderna, en la mayor amplitud de temas y costumbres. Piérdese, por decirlo así, el cartón de las unidades regladas y al mismo tiempo se gana, de una vez, en ternura y humanidad; muere el énfasis y nace el sentimiento.

Pero viene después el giro violentamente romántico; otra vez los gritos, los apóstrofes, los claros de luna, la necrofilia, en fin, el serial de la fiebre romántica. La epidemia pasa; Hartzenbusch y García Gutiérrez, desconfían, una vez más, de que la dramática sea eso. Y cuando después se produce una reacción antirromántica, en los últimos momentos del romanticismo, entonces se piensa en que deben buscarse dos cabeceras solemnes: Shakespeare y Calderón, y surgen las dos dramáticas, encargadas de esta resurrección: Tamayo y Ayala. Del primero aún nacerá el drama romántico en verso, en Zorrilla o, más tarde, en Villaespesa y Marquina, último refugio del teatro de tipo heroico, con brillantez de guardarropía; del segundo, en especial de su última época, nacerá la comedia moderna, con filosofía de salón, en Benavente y Linares Rivas.

¿Merece que editemos de nuevo a López de Ayala? No le olvidemos presente en la política, en la poesía y en el arte de su época, metido en todo ello como el que más. El poeta nos parecerá hoy tan sólo de álbum y abanico; a lo más, el amigo de Arrieta, a quien dedica una Epístola, que no vacila Menéndez Pelayo en incluir en Las cien mejores poesías líricas de la lengua castellana. En el arte, centró su mayor afán en descubrir a Calderón, como antes habían hecho Schlegel y Bóhl de Faber. Sostuvo amores con una famosa actriz, intérprete de sus obras. Hombre de teatro, pues, a quien nada de lo humano puede serle ajeno. Y como político, siempre estuvo en la palestra, con su pequeño y delgado maquiavelismo, con inusitada capacidad para la intriga; con una irrebatible audacia, hasta llevarle a los primeros puestos y pronunciar la oración fúnebre por la muerte de la Reina.

Sí, todo eso son cualidades que podríamos llamar positivas y de mérito en Adelardo López de Ayala; cualidades que, evidentemente, han exagerado sus amigos y servidores, y que han utilizado para crear una atmósfera de halago interesado, con tufo político de bajo caciquismo; pero los que, desde la otra frontera, han visto la realidad, descubrieron el orador hinchado y vacuo, el eterno intrigante que no vacila en el camino, sea el que fuere; el solterón que muere, casi abandonado, de una afección bronquial que le ha durado toda la vida.

Jacinto Octavio Picón hace un elogio del escritor, intentando dar la medida justa, en tanto que Valle-Inclán, de gran capacidad para la metáfora, le coloca aquella del «gallo polainero». Difícil resulta hoy, tan lejos de aquel mundo, y tan próximos al análisis de lo infrasocial, tratar de un personaje de bigote y perilla, más cerca del actor de carácter, sin que la brújula se tuerza. Cierto es que precisamente la lejanía nos permite una mayor libertad de expresión y también, digámoslo de una vez, una más profunda perspectiva.

El hombre y el escritor saldrán aquí, en este estudio preliminar, en eL cual no quisiéramos perder ni el pulso, ni la serenidad, para hacerlo, y, al mismo tiempo, desbrozar, entre cuanto hubiese de malo, lo que de bueno pueda hallarse; es decir, descubriremos el mensaje de Ayala. Después de todo, a vueltas de sus luchas, sus intrigas y su fiebre creadora, encontraremos el reflejo de una sociedad; una sociedad que él mismo calificó de mala, y que en nombre de los viejos principios del teatro español clásico quiere rectificar.

Esto es muy importante, sin duda, y en cuanto a si Ayala acertó o no con la forma de expresión, en verdad, esto ya es harina de otro costal; la crítica moderna tendrá la palabra; pero para que esta palabra sea justa y adecuada habrá de estar en relación con la época y el tiempo, nunca desguazarla de los mismos.

Sin embargo, la pregunta especial, en torno a este teatro, es si en medio de su pompa declamatoria representó acertadamente un modo y una época, un alma y unas costumbres. Sabido es que no el arte dramático, sino la literatura, no pueden representar de un modo exhaustivo y fiel el ambiente. «No hay que buscar en el teatro el pensamiento fiel de una sociedad, ni el estado de una moral práctica, ni sus sentimientos privados, sus emociones reales. Por mucho que influyan, hay siempre una refracción que los altera al pasar a la obra de arte»[1]. Esto pudo ocurrir con el teatro de Ayala, y el público -su público- aplaudía esa misma deformación óptica, creyéndola sincera. Pudo pensar cuál era su público y dónde se encontraba; pudo, en último término, crearlo a su modo y manera, y el arte dramático de este autor de perilla significaría un tránsito entre dos estados de sociedad y de imaginación. La sociedad vivía demasiado pegada a unas realidades concretas: mundo de las finanzas, conspiraciones, alzamientos y atentados; fastuosidad de Salamanca y del Duque de Osuna; dos modos también de riqueza que, a la postre, confluirían; lo mismo la que nacía de la actividad industrial personal, que la de los grandes de España. Este mundo es, quizás, el más sincero y adecuado al arte de Ayala; suenan bien los ditirambos y las frases declamatorias, los apóstrofes, los mimos de gata de Angora, las pérfidas combinaciones del adulterio y de una moral corrompida, en los salones de quinqué, o luces de gas, entre palmeras y cornucopias, sillerías de ébano y damasco, damas de miriñaque, pálido el rostro de albayalde, entre joyas y brocados, y, como fondo, la música del vals. Al mismo tiempo que se desenvolvía la vida fastuosa de los salones, el drama rural, tal y como lo habían percibido en la baja Andalucía los escritores costumbristas, mostraba una dilatada gama, capaz de crear españoladas entre toreros y bandidos. Sin embargo, preciso es reconocerlo, Ayala no vio nada de eso; su patria, lejana, no le pudo jamás ofrecer este incentivo, sino el pasado, y se le alzó el coloso del teatro clásico, Calderón; y en el presente, la dorada sociedad, encendida y acuciada por la fiebre del oro. Nada más y nada menos que una vuelta al clasicismo, como un último romántico, y un oreo a la alta sociedad moderna, como creador del teatro español contemporáneo; en los dos existía la refracción, y las cosas se veían un tanto desviadas; hacia la grandilocuencia, unas veces, y otras, al diálogo bien construido, a base de frivolidades en apariencia, aunque en el fondo siempre tratando de descubrir el nexo de la vida que le tocó vivir.

Se ha criticado mucho a López de Ayala su dúplice balanceo entre la política y la literatura, dando a entender que la vida y la obra de este personaje era una especie de vasos comunicantes, con niveles oscilatorios, y entre los dos, conjuntada, su obra. Quizá con la experiencia del hombre de Estado, a lo largo de su vida política, no descubriera el haz y el envés de aquel su mundo. Y también, y este es un aspecto negativo de Ayala, sin la continua agitación y zozobra, su producción fuera mucho mayor y más cuidada. El académico, que aparece tan consecuente en Ayala, sin la fase política de su vida, tuviera mayor participación.


martes, 28 de junio de 2011

Caballos de Guadalcanal en la guerra de la Independencia - 2


Por Antonio Gordón Bernabé. Revista de Guadalcanal

Y no habiendo presentado más caballos y efectos, se hubo por conclusa, sin perjuicio de continuarla con la mayor actividad en el de mañana, habiéndose mandado pase todo lo presentado a la ciudad de Llerena.

En 7 de diciembre de 1808 se continuó la diligencia, aportando un caballo cada uno: Juana Rica, Fernando Pinelo, Cayetano Ayala José Quintero, Ignacio Pérez y José David. La mayoría presentaron caballos y se quedaron con las monturas, excepto tres que presentaron monturas sin caballos.

En 20 de marzo de 1809 se hizo otra requisa de caballos a los vecinos que siguen:

Juan Ruiz 1 caballo

José García, Clerigo

Nicolás de Rozas

Pedro Alaja

Martín Calero

Antonio Vázquez

El Sr. Corregidor

Francisco Palacios

Francisco Núñez

Cristóbal Riaño

Cristóbal Riaño (menor)

Cayetano Ayala

Ignacio Pérez

Andrés Albarrán

Juan Ximénez Parra

El Sr. Vicario

Antonio Ramos

Viuda de Cordero

Francisco Morente

Antonio M.ª López 2

Diego Mostales

Joaquín Rodríguez

Mateo García

Antonio Cabezas

Juan Moreno

Francisco López Rico

Juan Barrera

Eusebio Rodríguez

Juan Cantero

Antonio Veloso 2

Diego Díaz

Xavier de Cote

Fernando Pinelo

Pedro Torrico, Médico

Alonso Pérez

Sebastián Gordón

Baltasar Romero

Manuel Grueso

Andrés Grueso

Antonio Márquez

Juan Vázquez

Juan González

Juan Gordón

José Ponce

Viuda Pedro Caballero

José Cabezas

Juan Márquez

Joaquín Palacios

Sebastián de Cote

Antonia Rico

Estanislao Núñez

Francisco Carrasco

Francisco Cortés

Manuel Palacios 2

Diego Cordero

Manuel Romero

Sebastián Chavero

Juan de Ortega

Ana Autón

José de Ayala

Estos serían los que tenían dos años en 1808, quedando muy reducida la caballería en Guadalcanal, sólo con los potros, que podían ser potrancos y tusones según fueran menores de tres o dos años, respectivamente, además de los caballos padres.

He observado que, en esto de los caballos, había familias que los tenían desde antiguo, otras los poseían unas generaciones sí y otras no y aún una persona podía tener caballo en cualquier época de su vida. Es curioso que los médicos y muchos clérigos los tenían. Un caballo valía por entonces novecientos reales más o menos. En total fueron 155 caballos los que se llevaron a Llerena para el ejército de Extremadura que era el V Ejército. No sé cuándo les pagaron a sus dueños, pero sí me imagino el gran disgusto que se llevarían, como si me hubiese ocurrido a mí, que me gustan y los monto con frecuencia. Concretamente, mis familiares tuvieron que entregar cinco caballos que habían recibido de una herencia de su padre poco antes, y ese fue el primero de una serie de infortunios que cayeron sobre los vecinos de Guadalcanal en la Guerra de la Independencia contra los franceses.

domingo, 26 de junio de 2011

PROCESIÓN DEL CORPUS - 2ª Y ÚLTIMA PARTE


Les ofrecemos la segunda y última parte de la procesión del Corpus, que se ha celebrado esta mañana en Guadalcanal.

Pulse la siguiente dirección para ver el vídeo:

PROCESIÓN DEL CORPUS 2011 - 1ª PARTE


Esta mañana se ha celebrado la procesión del Corpus en Guadalcanal.

Pulse la siguiente dirección para ver la 1ª parte.

sábado, 25 de junio de 2011

Caballos de Guadalcanal en la guerra de la Independencia - 1




Por Antonio Gordón Bernabé.

Revista Guadalcanal 1994

De la Junta Suprema de Extremadura se recibió el siguiente escrito:

Las justicias de los pueblos de La Casas, Reina, Fuente del Arco y Guadalcanal, dispondrán inmediatamente que se entreguen a disposición del Sr. D. Francisco Santacruz, Capitán de los Reales Ejércitos, dador de ésta, todos los caballos, sillas, bridas que se hallen en poder de los vecinos sin distinción de persona alguna, ni destinos en que se ocupen, como no sea en el de padres por montar las yeguas, y esto en el caso de estar aprobado con un mes de anterioridad, haciendo que en el mismo acto de la entrega, se justiprecie por dos peritos que elegirán dicho escribano y la justicia, entendida esta que en caso de omisión o falta de obediencia, se le exigirá un mil ducados de multa y se tendrán por traidores a la Patria, por lo urgentísimo que es, y útil a toda la nación, el evacuar este importantísimo servicio. Dios guarde a VM muchos años. Llerena y Diciembre 5 de 1808. Joaquín Casquete de Prado, Antonio Muñoz, Fernando Medina.

Otro escrito dice lo que sigue: En la noche de este día, acaba de presentarse D. Francisco Santacruz, Capitán de los Reales Ejércitos, con el oficio anterior, y visto por el Sr. Corregidor dijo: Se guarde y cumpla y ejecute en todas sus partes y para que llegue a noticia del vecindario, se publique inmediatamente bando previniendo a todos los que tengan caballos desde edad de tres años en adelante, a excepción de los padres para la monta de yeguas, los presenten en el día de mañana y hora de las siete en la plaza pública, como también todas las sillas de montar y bridas, cabezadas y demás fornituras de montura y todo bajo la multa de mil ducados a disposición de los señores de la Junta, que se le exigirán al inobediente, y verificado el recogimiento de uno y otro, se remitan con sus dueños, los que quisieran ir, a la ciudad de Llerena, por cuya Junta se mandarán tasar según se previene. Por esta así lo mando y firmo en Guadalcanal a 5 de Diciembre de mil ochocientos y ocho. Firma el Corregidor.

Y luego incontinente por voz del peón público en las esquinas y sitios públicos de esta villa, se hizo notorio el contenido del antecedente acuerdo para su exacto cumplimiento y asimismo se despachó por el Sr. Corregidor de ella al teniente de la aldea de Malcocinado de esta jurisdicción para que a las siete de la mañana del día siguiente se hallen todos los caballos que tengan sus moradores desde la edad de tres años arriba, en la plaza pública de esta villa y para que todo así conste, lo estampo por fe y diligencia que firmo, Juan Antonio Guerrero, escribano.

Diligencia de presentación de caballos y monturas. En la villa de Guadalcanal a seis días del mes de diciembre de mil ochocientos y ocho años, Martín Castelló Regidor Decano en la mañana de este día se constituyó en la plaza pública con asistencia de D. Francisco Santacruz comisionado al efecto decretado, y estando en ella, se fueron presentado los vecinos, los caballos, sillas, bridas y demás efectos de montura que con distinción de nombre y apellidos de sus dueños son los siguientes:

Sr. Corregidor 1 caballo

Jesús Ferro

Estanislao Núñez

Pedro Muñoz, Clérigo

Joaquín Gálvez

Juan de Gálvez Rubio. Clérigo

Diego de Morales

Joaquín de Ortega

Antonio Castilla

Federico Abel

Ventura de Tena

José Carvajo

Viuda de Pedro Caballero

Juan Ruíz

Juan Gallego 2 caballos

Martín Calero

José García, Clérigo

Cura de San Sebastián

Vicente Zapata

Juan de Ortega

Francisco Carrasco 2

Juan González

Sebastián Gordón 2

Diego Díaz

Antonio Veloso 2

Alonso Pérez

Juan Ximenez Parra

Paulino Caro Guerrero, Vicario

Agustín Vázquez 3

Adrián Murillo

Sebastián Álvarez 2

Juan Moreno, Clérigo

Manuel Palacios 2

Ana Autón

Nicolás de Rozas

Joaquín de Monsalve, Clérigo

Juan Barrera, Clérigo

Antonia Rica

Sebastián de Cote

Pedro Felipe Sánchez, Médico

José Cabezas

Antonio Delgado Perelló

Alonso López, Clérigo

Antonio Cabezas

Juan de Castilla

Juan Gordón

Cayetano de Ayala, Clérigo

Pedro León Alaja

José Ponce

Joaquín Rodríguez 2

Francisco Palacios

Eusebio Rodríguez

Cristóbal Cabezas

Baltasar Romero

Joaquín Palacios 2

Cristóbal Riaño (mayor)

Cristóbal Riaño (menor)

Juan Márquez

Diego Cordero

Cristóbal Cordero

Antonio Grueso

Manuel Grueso

Andrés Grueso

Antonio Grueso (menor)

José Chavero

Manuel Grueso Fraile

Antonio Vázquez Ortega

Juan Hernández

Manuel Hernández

Antonio Márquez Guerrero

Francisco López Rico

Xavier de Cote

José Ayala

Pedro del Cerro

Antonio de Gálvez