lunes, 28 de febrero de 2011

RETAZOS DE LA VIDA DEL GENERAL CASTELLÓ - 73


Por la noche, al amor de la lumbre de la chimenea de Jose­fa, nos sentábamos a conversar.
Irene solía decirme:
-"Señorita, cántese usted una copla."
-"¿Cuál?"
-"¡Ay! Aquella tan bonita."
-"¿Cómo se llamaba?"
-"No lo sé."
-¿Y cómo era la música?"
-"No me acuerdo."
Hasta que, a fuerza de tararear algunas canciones, encon­trábamos la preferida. Tenía mi público y como cantaba, es­cribía, dibujaba, me hice una aureola de gloria que me dio mucho prestigio. Me había llevado un gramófono «La Voz de su Amo», pero se nos estropeó y nadie en el pueblo supo arre­glarlo. Entonces descubrimos que era posible hacer girar las placas con un dedo y para protegerlo y que no resbalase sacri­fiqué un viejo guante. Pero no todos eran expertos en el arte de mover dactilarmente los discos. ¡Felices momentos! Una gran amistad, un enorme cariño nació entre aquellas buenas gentes y yo. Eran una familia para mí. A lo largo de muchos años compartimos muchas penas y alegrías. Un día, paseando con Rafael padre, le conté mis preocupaciones. No olvidaré nunca sus palabras:


-"Puede usted confiar en nosotros- y, con voz emociona­da, añadió- ¡le tenemos ley!"
Me fui interesando cada vez más por aquello. Convencí a mi padre de que debía comprar ganado y explotar directamente la finca. Así se hizo. Luego vinieron los años malos. Mi padre repetía siempre que no quería vender la finca porque había sido de su hermano, pero no le gustaba el campo y quizá habría acabado vendiendo. Estuvo casi a punto de hacerlo; yo lo impe­dí. Desde el punto de vista económico habría sido un buen negocio, pero aquello era la ilusión de mi vida.
En 1956 mi padre tuvo síntomas de parálisis, que resistió pese a sus setenta y cinco años. Le quedó una leve cojera y el corazón débil, pero podía valerse por sí mismo. En cierta oca­sión me contó un vecino que un día de lluvia se encontró con mi padre:
-"¿Cómo va usted con bastón y paraguas, mi general?" -"¿Que cómo voy? Si suelto el bastón me caigo y si dejo el paraguas, me mojo."
Todo menos quedarse en casa. Tuve que ponerme en plan de madre regañona. Un día que había ido por la mañana al dentista, al regresar al mediodía me encontré con que mi padre había salido.
-"¿Pero adónde ha ido don Luis?" -le pregunté a la chica.
-"Ha dicho que iba a tomar café."
Estaba diluviando.
-"Pues sí que está el día como para que salga solo."
Salí en su búsqueda, recorrí todos los cafés y cafeterías del barrio inútilmente; llamé a mi hermana por si se le había ocurrido ir a verla; pregunté a unos vecinos con los que tenía­mos amistad si estaba en su casa; todo en vano. A la media hora apareció él muy contento canturreando.
-"¿Era tan urgente lo que tenías que hacer en la calle como para tener que salir en un día así?"
-"He ido a tomar café."
-"Podías haberlo tomado aquí."
Durante toda la comida, pese a los esfuerzos que hizo por hacerme reír, permanecí con el ceño fruncido. Después del al­muerzo, como vi que con aire muy resignado se disponía a echar una cabezadita en su butaca, me apiadé.
-"¿Quieres que te acompañe al casino?"
-"No, hijita, yo me quedo aquí."
-"Si quieres salir te acompaño, lo que no quiero es que salgas solo."
Aquella tarde fui a un concierto con unos amigos, me acom­pañaron a casa y les comenté lo ocurrido en la mañana. Subie­ron a saludar a mi padre.
-"¿Qué tal, mi general?" .
-"Nada, hijos, aquí hecho un viejo. Ya no manda uno sobre sí mismo. Cuando no me riñe mi hija me riñe la muchacha. Esta mañana se me ocurrió ir, en mala hora, a tomar café con unos amigos y ¡Cristo divino, la que organizó! Se avisó a la Casa de Socorro, a la comisaría."

No hay comentarios: