miércoles, 16 de febrero de 2011

RETAZOS DE LA VIDA DEL GENERAL CASTELLÓ 67


«Hace unos meses el Jefe del Estado ha dado un indulto. Papá lo leyó y vio que podía acogerse a él y de inmediato em­pezó a hacer las gestiones necesarias. Los periódicos han anun­ciado el indulto con bombo y platillo. Pero no ha habido una entrada masiva de exiliados políticos. Sólo han entrado algu­nos. Dicen que muchos han sido detenidos provisionalmente para ser depurados.»
«Hace aproximadamente dos meses que papá gestiona su puesta en libertad, la que ya ha sido aprobada y firmada por el Capitán General.»
«Esperábamos pasar las Navidades juntos, pero ésta es la Navidad más triste de mi vida, pues no sólo no ha sido puesto en libertad, sino que nadie nos invitó a compartir las fiestas.»
«En la pensión todos habían salido. Mi hermana y yo pusi­mos la radio y abrimos la botella de jerez, regalo de mi alumna Luchi, dispuestas a coger una mona triste. Comimos el turrón que teníamos y a las doce, no pudiendo soportar más el abu­rrimiento, nos fuimos a acostar. Al día siguiente llevamos algo de comer a Prisiones Militares y almorzamos con papá. Luego nos enteramos de que el yerno de doña Pepita, la dueña de la pensión, que había ido a cenar la noche anterior con su hija y él, al enterarse de que estábamos solas quiso llamarnos, pero como la pensión no tiene teléfono llamó a una vecina que no le dio la gana avisarnos. Así pasaron las Navidades. Ya llega fin de año. Esta noche es la última de 1945 y papá sigue dete­nido. Aún podrían ponerlo en libertad pero no lo harán, sería demasiado hermoso que así fuese. Otro sueño que se va a pique... Otro castillo en el aire o en la arena, otro castillo que se derrumba. ¿Por qué? ¡Ay! ¿Por qué?»

6 de enero de 1946.

«La víspera de Reyes llegué un poco más tarde a casa. Noté que corrían a abrirme y que todos estaban muy sonrientes. Me dirigí a mi cuarto. A la mitad del pasillo oí una voz que me llamaba»:
-«" ¡Lolita! "»
«¡Era mi padre! Nos abrazamos felices y emocionados. ¡Al fin estaba libre! Libre tras tres años y nueve meses sin contar el tiempo del Fuerte del Há de Burdeos.»
«Después de almorzar le recorté el bigote, le corté el pelo y le arreglé las uñas. Se vistió decentemente y se dedicó a hacer visitas. Salió con María Luisa a casa de los Cassan. Mi herma­na estaba de institutriz de un niño francés que vivía con sus abuelos en Daimiel. Eran unos señores estupendos; se portaron muy bien no sólo con ella, sino con mi padre. Monsieur Cassan puso en sus manos un cheque en blanco»:
-«"Cuando se tienen amigos ricos no se deben pasar cala­midades. Ya me devolverá usted este dinero cuando pueda" -le dijo.»
«Luego mi padre y yo fuimos a casa de los Peña. Desde allí llamó a todas sus amistades para anunciarles la buena nueva.»
«En un sitio aceptó una comida, en otro un café, en otro una merienda. Luego nos fuimos a casa de los Uña. Encontramos a Juan dormitando en una butaca junto a la camilla. Papá se sentó a su lado sin hacer ruido. Cuando se despertó y lo vio se puso de pie y lo abrazó profundamente emocionado.»
-«"¡Luis! ¡Luis!" -y en su emoción sólo podía balbucir palabras entrecortadas.»
«De allí nos dirigimos a la casa de los Varela Radio. Cuando vio entrar a papá en el salón Isabel se puso en pie como im­pulsada por un resorte y abrió los brazos. Varela estaba en su despacho, al poco abrió la puerta que lo comunicaba con el salón. »
-«"He oído su risa y la he reconocido enseguida. Ahí está Castelló, me dije. ¡Qué alegría! ¡Qué alegría! Todo llega".» «Isabel descorchó una botella de Champagne y sacó unos dulces. Manolo, le dijo entonces a su madre»:
-«"Lolita y yo merendaríamos muy a gusto de tenedor".»
«Y nos sirvieron una espléndida merienda en el comedor.»

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