lunes, 17 de enero de 2011

RETAZOS DE LA VIDA DEL GENERAL CASTELLÓ - 52


IX

Llegó la primavera de 1942. Una mañana, mientras mi padre estaba en el mercado, se presentó en mi casa un suboficial alemán y preguntó por él. Mi hermana lo acompañó a los luga­res donde podía encontrarlo. Cuando regresaron, sin hallarlo, mi padre acababa de llegar:

-«Tiene que acompañarme a la Kommandatur.»

Volvió mi padre poco después para decirnos:
-«Hijas mías, no os asustéis, me llevan detenido a Biarritz.» Preparó su maleta, se despidió de nosotras y bajó preocu­pado y entristecido las escaleras. Al mediodía Mr. Souroste se enteró de lo ocurrido. Me eché a llorar en los brazos de Nenette. Durante los días siguientes fuimos varias veces a la Kom­mandatur. La respuesta que nos daban siempre era la misma.

-«No se preocupen, su padre está bien.»
-«¿Pero dónde?» -preguntábamos ansiosas.
-«No les podemos informar» -nos contestaban.
-«¿Y cuándo lo pondrán en libertad?»
-«No lo sabemos.»
Y así un día y otro y otro. No siquiera nuestros pocos años y nuestras caras compungidas lograban que nos diesen una res­puesta más explícita. Probablemente ellos también ignoraban su paradero. Pasaron tres o cuatro días de angustiosa incerti­dumbre, al cabo de los cuales una mano anónima deslizó un sobre sin sello bajo nuestra puerta. La misiva decía: «Estoy en la Maison Blanche de Biarritz. Me llevan pasado mañana para Bayona. Si os dais prisa podréis verme.» La «Maison Blanche» era un chalet confiscado y convertido en prisión política. El tra­to allí no era tan malo y la vigilancia nada rigurosa, razón por la cual nuestro padre pudo darle una carta para nosotras a un preso que había obtenido su libertad. Fuimos contentísimas a Biarritz acompañadas por Nenette y Peña. En la «Maison Blan­che» nos dijeron que ya no estaba allí, que se lo habían llevado a otro sitio y que si queríamos obtener más datos nos dirigié­semos a la Kommandatur. Allí fuimos los cuatro. Nos informa­ron que aún estaba en Biarritz y nos dieron un permiso por escrito para que pudiésemos verlo. Muy ufanos y con aires triunfadores regresamos a la «Maison Blanche» enseñando el permiso de visita. Uno de los oficiales que nos había recibido antes movió la cabeza negativamente y rompió el permiso:
-«No está aquí. ¿Para qué los iba a engañar? ¿Qué me cos­taba decirles lo contrario y dejar que lo vieran con este per­miso? Se lo llevaron ayer a Burdeos.»
Efectivamente, así había sido. A mi padre le habían anun­ciado que lo llevarían a Bayona. Al llegar a destino le dijo al oficial que lo acompañaba:
-«Esto no es Bayona.»
-«No, es Burdeos.»
En el coche mi padre había visto un periódico de fecha re­ciente en el que se publicaba la fotografía de un puñal. Decía: «Con esta arma ha sido asesinado por la resistencia un coronel alemán. Si en el plazo de 48 horas no aparece el culpable serán fusilados veinticuatro rehenes.»
Pasaron varios días sin tener noticias de mi padre. Al fin llegó una carta debidamente censurada, tachados los párrafos que no querían fuesen leídos por nosotras. En sus memorias mi padre describe su entrada y estancia en la cárcel en el Fuerte del Há.
«Fui recibido con todas las formalidades que acompañan a toda detención e internado en un calabozo cuyo menaje lo com­ponían una cama con mantas, pero sin sábanas, una mesa, un banquillo, plato y cuchara y un retrete turco con grifo de agua. Tenía la celda una ventana alta con doble verja de hierro. La incomunicación era absoluta. El rancho lo componían, por la mañana, un vaso de zarzaparrilla; al mediodía y por la noche, una sopa en la que había verduras varias y cuatrocientos gra­mos de pan. Semanalmente teníamos paseo en dos tandas de diez personas. El ejercicio tenía lugar en un patio circular. Debíamos conservar una distancia de dos metros entre cada preso. El paso se marcaba a ritmo militar. Cada cuarto de hora el ritmo cambiaba a paso ligero. Le hice notar al sargento mi edad y le dije que padecía una hernia, lo cual podía comprobar el médico. Me eximieron de los cinco minutos que duraba el paso ligero. También semanalmente nos permitían ducharnos y afeitarnos.»

No hay comentarios: