sábado, 20 de noviembre de 2010

RETAZOS DE LA VIDA DEL GENERAL CASTELLÓ - 23


El Ministro me miraba de hito en hito; finalmente me dijo:
-"General Castelló, lo felicito" -y añadió:
-"No debemos hacer responsables a nuestras mujeres de los delitos que no­sotros cometemos. Déle usted a esa señora las pensiones de las dos Cruces de San Fernando que tiene su marido y déle los atrasos desde el tiempo que ha dejado de percibirlos."
Cuando llegó el expediente a las secciones del Ministerio quedaron todos asombrados; pensaban que ese día sería mi cese como Subsecretario.
Otro tema por resolver fue la combinación de mandos de coroneles en la que figuraban destinos vacantes. El mando de Regimiento en Barcelona era solicitado por el Coronel Cebrián. El Ministro me preguntó:
-"¿Quién es este señor?"
Le contesté:
-"Tiene un ascenso por Mérito de Guerra, ha sido cuatro años profesor de la Academia de Infantería y cuatro años ayudante del ex Rey."
Quedó suspenso y señaló:
-"Así me tiene usted que informar. Déle usted el mando de ese regimiento a ese coronel monárquico, vamos a ver cómo se porta."
Cebrián fue el primero que se sublevó en Barcelona contra la República.
En los despachos diarios yo estudiaba al Ministro y lo en­contraba frío, hosco. Me quejé a Saravia de esta frialdad y de que nunca me había dicho "esto está bien".
-"¿Le ha dicho a usted alguna vez que está mal? Pues en­tonces es que está contento" -replicó Saravia.
A última hora me hablaba ya con confianza y me dijo una vez:
-"Tengo la desgracia de ser soberbio; he sido educado en un convento de frailes y, sin embargo, soy un escéptico en re­ligión."
Y yo me preguntaba si este hombre, que procedía del grupo político de Melquíades Álvarez, que no había logrado ser Dipu­tado hasta la República no se sentiría vejado por haber pasado parte de su vida en el Registro de últimas voluntades de la Gobernación.
En el Arma de Artillería existía la costumbre de conceder un premio que se llamaba "Daoiz y Velarde" al artillero que se hubiese distinguido durante el año. En 1932 numerosos jefes y oficiales concurrieron a solicitarlo. El Ministro, profundamen­te emocionado, expresó:
-"Felicito al Arma de Artillería por la cantidad de perso­nas que solicitan el premio. Esto demuestra los grandes méritos contraídos a favor de España."
Y yo me preguntaba si estos méritos se referían acaso al apoyo prestado por los artilleros en el levantamiento en armas contra el General Primo de Rivera, que coadyuvó al derrumba­miento de la Monarquía.
Las Cortes constituyentes tocaban a su fin; el Presidente de la República, don Niceto Alcalá Zamora, nombró Jefe de Gobierno a don Alejandro Lerroux y éste designó, por su parte, como Ministro de la Guerra al señor Rochas.
Aquella noche me llamó Azaña a su despacho:
-"Mañana -me dijo- vendrá el nuevo Ministro y como ésta es la primera crisis que se produce dentro de la República quiero romper con la costumbre de la Monarquía en que venían a este acto comisiones de todos los Cuerpos. Mañana, por con­siguiente, no asistirán más que los Inspectores del Ejército, el Jefe de E.M. central y usted."
Por mi parte, le informé:
-"Señor Ministro, a consecuencia de la reorganización que hizo usted del Ejército, se disolvieron muchos Cuerpos armados y han quedado en la caja del Minis­terio diez millones de pesetas. Es demasiado dinero para que yo responda de él; propongo que me dé usted una orden para ingresarlo en el Tribunal de Cuentas." Y así se hizo.

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