domingo, 14 de noviembre de 2010

RETAZOS DE LA VIDA DEL GENERAL CASTELLÓ - 20


Por lo visto, debido a la amistad que tenía con mi padre, Mola no se ofendió ante estas palabras. El había vivido un caso parecido. Se trataba también de un desfalco. El culpable no era el Jefe de Campamento, del que todos conocían su honradez, pero tuvo que responsabilizarse de él. Mola lo amonestó con estas palabras:
-«¿De qué le sirve a usted tener la cabeza llena de canas? Yo, cuando he tenido a mi cargo una caja, he hecho que fuera metálica, estuviera cerrada con cerrojo y atada con una cadena a la pata de una mesa, también metálica, incrustada en el sue­lo... Delante de la puerta del despacho tenía a un centinela con fusil y bayoneta calada y el dinero lo llevaba en un sobre co­gido con un imperdible al forro de mi guerrera.»
Por eso, cuando haciéndome eco de los rumores que corrie­ron sobre la muerte del General Mola, que muchos creían de­berse a un atentado, mi padre comentó:
-«No sé qué decirte, conociendo a Mola y lo receloso que era, cuesta trabajo pensar que fuera víctima de un atentado.»
Mi padre y él tuvieron una buena amistad, la cual se rompió por un malentendido que no llegaron a aclarar. Estando en la antesala de su despacho del Ministerio de la Guerra, en Madrid, habló mi padre de las características de su carácter, refiriendo algunas anécdotas. Su interlocutor y él no estaban solos; al­guien, mal intencionado, escuchó la conversación y le contó a Mola que Castelló había hablado mal de él.
De la Dictadura de Primo de Rivera ni me enteré, dada mi corta edad, pero sobre ella conservo algunas páginas escritas por mi padre:
-«Aquella campaña de Marruecos amenazaba eternizarse. Los gobiernos escatimaban recursos y no se atrevían a ordenar un esfuerzo definitivo. Además, parte de la opinión pública achacaba a los militares el desastre de Annual. Se determinó dejar de lado a los políticos de turno e implantar una Dic­tadura.
Desde Barcelona y Zaragoza los Generales Primo de Rivera y Sanjurjo mandaron emisarios a Madrid y a las provincias exponiendo el plan.
Mandaba el Regimiento de León el Coronel Zubillaga, hom­bre caballeroso pero incapaz de reunir a la oficialidad para mo­tivos tan arduos, y el General Saro me designó para este come­tido. Los reuní en el Cuarto de las Banderas y les expuse la idea de un pronunciamiento asegurándoles que quienes se abs­tuviesen no serían molestados. Todos dieron su venia y yo co­muniqué al General Saro el resultado. Este fue comunicado, a su vez, a Primo de Rivera y a Sanjurjo.
Primo de Rivera se sublevó y, después de algunas dificulta­des, se hizo cargo del poder con un Directorio de Generales de todas las Armas. Disolvió las Cámaras y comenzó su gobierno. Prometió terminar con la guerra de Marruecos. Los propios enemigos del dictador no le encontrarían mácula en cuanto a caballerosidad, honradez y competencia.
El primer error que cometió fue disponer que el Arma de Caballería, tradicionalmente de escala cerrada, admitiese los empleos por méritos de guerra. No hay que olvidar que Artille­ría e Ingenieros tenían jurada la escala cerrada. Don Miguel Primo de Rivera, quizá mal aconsejado, tuvo el valor de acome­ter la difícil empresa de modificar el sistema. El prólogo del Decreto empezaba así: «No sin grave preocupación tiene el Ministro que suscribe el honor de proponer a Vuestra Majestad la disolución del Cuerpo de Artillería». Todos los Cuerpos de Artillería se levantaron como un solo hombre. El primer regi­miento que se sublevó fue el de Ciudad Real; se enviaron tro­pas contra ellos y- se rindieron. Hubo consejos de guerra y duras sanciones, mas la lucha siguió. El Dictador relevó a la tropa de la obligación de obedecer a los rebeldes. Medida gra­vísima; se decía por Madrid que los jefes y oficiales del Arma proponían que fueran a Palacio dos íntimos del Rey: Sarabia y el Marqués de Someruelos. Estos informaron al Monarca que se hablaba de disolver el Arma. El Rey les prometió que no fir­maría el Decreto. Volvieron rápidamente a los cuarteles donde se gritó: "¡Viva el Rey!" y "¡Abajo el Dictador!" Poco después el Decreto apareció firmado. Fueron sustituidos por jefes y ofi­ciales de otras Armas; muchos permanecerían interiormente monárquicos, pero otros se pasaron a los enemigos del régimen. Esta intromisión en la política acarreó graves males, pues su ejemplo cundió e indeseables de todas las Armas se convirtie­ron en agitadores.

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