viernes, 12 de noviembre de 2010

RETAZOS DE LA VIDA DEL GENERAL CASTELLÓ - 19


----- IV -------

En la guerra de Marruecos mi padre se destacó por su va­lentía, aunque obraba con cautela. En los cargos que ocupó fue de una honradez e integridad absolutas. Tentativas de soborno tuvo muchas, pero todas fueron rechazadas. Con sus subalter­nos era justo y humano. Tenía, eso sí, el genio vivo y fuerte del militar, pero bastaba conocerlo para saber que sus enfados le pasaban pronto.
Uno de sus ayudantes de Marruecos, según relataba riéndo­se, cuando tenía que tratar con mi padre algún asunto, tras pre­guntar:
-«¿Se puede?», se asomaba a su despacho y enseguida decía: «hasta luego, mi coronel» para regresar al cabo de media hora. Y nuevamente:
-«¿Se puede»?.
-«Sí -respondía mi padre­ y antes también se podía.»
-«No, antes con la cara que usted tenía, no.»
Su tremendo sentido del humor le hacía gastar bromas, a veces un tanto pesadas, a sus subalternos. Este hecho se lo oí narrar a uno de los protagonistas: estaba mi padre en Larache, el lugar más caluroso de Marruecos. Allí las golondrinas que hacían sus nidos en los aleros caían sofocadas, ahogadas por el calor. En su despacho, con ventiladores, persianas de bam­bú regadas con agua, mi padre conseguía una temperatura «fresquita» de más de treinta grados. Las noches, en cambio, eran frías. Lyautey decía que África era un continente frío en el que calentaba mucho el sol. Mi padre llamaba diariamente a Alcazarquivir para informarse de la temperatura que allí ha­cía. La respuesta fue, durante algún tiempo, «para lo que suele ser esto, soportable». Un día en que le respondieron «hoy es inaguantable», se dirigió muy serio a sus dos oficiales: -«Te­nemos que ir a Alcazarquivir. Lo he estado demorando a causa del calor... pero ya no podemos esperar más.» Pensaban los ofi­ciales que la salida sería a media tarde, pero mi padre decidió que saldrían una vez terminada la comida, debido a las numerosas­ gestiones que tenían que hacer.
Cogieron un Ford con techo de lona y se dirigieron a Alcazarquivir. Visitaron uno o varios campamentos. -«Y en uno de ellos, en pleno descampa­do, se paró tu padre... En mi vida he pasado más calor, bien es verdad que tu padre agachaba la cabeza y de la calva le caían goterones de sudor... Así nos tuvo toda la tarde de un lado para otro... y nosotros nos preguntábamos que para qué nos habría hecho hacer el viaje, pues nada de lo que estábamos ha­ciendo parecía muy urgente, ni siquiera necesario. Al terminar la tarde nos invitó a tomar un refresco y entonces, con aire burlón, nos dijo: -«¿A que no sabéis para qué os he traído? Para que sepáis cómo es un día de calor en Alcazarquivir.»
-«En los primeros tiempos de la República se organizó un desfile en honor del Alto Comisario. El Comandante manifestó sus dudas sobre los gritos que habrían de pronunciar los ofi­ciales y la tropa al pasar ante la tribuna presidencial. Antes, en tiempos de la monarquía, el oficial gritaba « ¡ Viva el...! » y la tropa contestaba « ¡ Rey ! ». Nada más sencillo, al parecer, que sustituir estos gritos por un « ¡ Viva la República ! » al que con­testaría la tropa « ¡ Viva !». Pero al Comandante no se le ocu­rrió y creyó de buena fe lo que le dijo el teniente:
-«Pues en esta ocasión, como el que viene es el Alto Co­misario, el jefe tiene que gritar «¡Viva el altoco...!» y la tropa contestar « ¡Misario! ».
Así se ensayó el desfile hasta que alguien le hizo notar al Comandante lo disparatado de los gritos. Fue éste con sus quejas a mi padre:
-«No puede ser, cada día el teniente me gasta una broma, como lo del altoco...misario.»
-«Me salvó la carcajada de tu padre» -me decía el oficial.
Reveladoras del carácter de mi padre y del General Mola son estas otras anécdotas, una de ellas es sobre Mola y la otra sobre Castejón. Creo que entonces Mola era General, el Jefe de Zona, mi padre el Gobernador Militar de Larache y Yagüe Teniente Coronel. Mola fue a pasar una visita de inspección a un campamento a cuyo mando estaba Castejón y descubrió que había un desfalco en la caja. La cantidad era pequeña, Castejón respondió de los oficiales y repuso la cantidad de su bolsillo. Yagüe, indeciso sobre la actitud que debía tomar, consultó el caso con mi padre, quien le aconsejó:
-«No dé usted parte de lo sucedido a Mola, pues ya conoce su carácter inflexible; se empeñará en poner un duro castigo a los oficiales.»
Se conoce que estas razones no convencieron a Yagüe, pues hizo lo contrario. Mola llamó a mi padre; la esperaba en su despacho. En privado se tuteaban; en público, no. Mola pensa­ba, no sin razón, que el tuteo relajaba la disciplina. Estaba ner­viosísimo, paseando de un lado a otro de la habitación.
-«No puede ser... así no se puede mandar... Tú eres una hermana de la caridad vestida de uniforme.»
-«¿Se puede saber adónde quieres ir a parar?»
-«Pues a esto: en un acto de servicio te has metido a acon­sejar a Yagüe que no me diese parte.»
-«Vaya... ya te vino con el cuento. Has de saber que fue un consejo personal; él se limitó a contarme lo sucedido y yo le aconsejé lo que mejor me parecía.»
-«Pues no es justo que esos oficiales se queden sin castigo.» -«Bien, si te empeñas en castigarlos, los envías un mes arrestados a un castillo y pones en su hoja de servicio que son poco escrupulosos en la administración. ¡Ya está bien como castigo! Pero al menos no les formas Tribunal de Honor y les quitas la carrera.»
-«Bien... por una vez, y sin que esto sirva de precedente, se hará como tú digas.»
Al salir del despacho encontró mi padre a Castejón: -«No sé qué querrá el General.»
-«Pues se trata del asunto del desfalco de la caja.»
Prevenido pues, Castejón entró muy sereno a enfrentarse con su superior. Este lo recibió enfadadísimo y le repitió lo que le había dicho a mi padre. Castejón, sin inmutarse, se limitó a decir:
-«¿Sabe usted lo que le digo, mi general? Que si no fuese por el Coronel Castelló, entre el genio que tiene usted y el que tiene el Teniente Coronel Yagüe, aquí no habría quién viviese.»

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