domingo, 7 de noviembre de 2010

RETAZOS DE LA VIDA DEL GENERAL CASTELLÓ - 16


Los callos en las rodillas eran consecuencia de otra de sus penitencias, que consistía en hacer una magnífica alfombra de nudos: Como la hacía sin telar, se pasaba los días arrodillada.
No es que mi madre fuese una mujer particularmente beata; sus novenas, sus rosarios y sus promesas formaban parte de su personalidad. Tenía dos santos preferidos: Santa Ana y San Cayetano. Me imagino que su devoción por la madre de María sería debida a que, según la tradición, dio a luz a su hija en una edad muy avanzada. Mi madre debió pensar que era la Santa adecuada para proteger a una mujer que fue madre por primera vez a su edad. Su devoción por San Cayetano no sé dónde tuvo su origen, pero el caso es que mi madre lo nombró su santo financiero.
-«¡Tu madre! -me decía una amiga suya-. ¡El trasiego que se traía con su San Cayetano y sus jugadas en la Bolsa! Primero le rezaba una novena al Santo, después hacía sus con­ferencias a París con su agente, sus órdenes de compra y venta de valores... »
Según mi padre, ella no daba una en sus famosas jugadas; cuando ganaba trescientas pesetas, echaba las campanas al vue­lo; si perdía tres mil, se callaba como una muerta. Mi padre no intervenía para nada en estos asuntos, pues le había firmado un poder al casarse por el cual le dejaba la libre administra­ción de los bienes que aportaba al matrimonio. Por eso, cuando se quejaba de que su esposo no tenía el menor detalle con ella, mi padre solía decirle:
-«Tiene gracia... De manera que yo te firmé un poder para que pudieses disponer libremente de tus bienes; vendes, com­pras tus acciones, te gastas el dinero en lo que quieres o lo ahorras, tenemos una cuenta conjunta en el Banco de la que puedes sacar cheques sin mi autorización, además te entrego mi paga íntegra todos los meses, tú me das veinte duros para "despilfarrar", y pretendes que de ahí ahorre para hacerte re­galos. Cómprate lo que quieras y di que te lo ha obsequiado tu marido.»
-«No es lo mismo...» -contestaba ella.
En 1925 ascendía mi padre a Comandante. La familia se trasladó a Marruecos. El 15 de febrero de 1927, bajo el signo de Acuario nacía yo, Dolores, la segunda de sus hijas, en Larache
Mi nacimiento se produjo sin dificultades. El médico que atendía a mi madre aseguraba que le faltaba tiempo, pero una noche ella sintió los dolores de parto y comprendió que la cria­tura estaba a punto de nacer. Ante la falta de teléfono, mi padre salió a buscar a la comadrona; furioso con el médico que había cometido tamaña equivocación, no se molestó en llamarlo y, mientras tanto, mi madre quedaba sola con su otra niña en la casa. Pero yo tuve la prudencia de esperar la llegada de la co­madrona para venir al mundo. Mis padres deseaban un niño y se les presentó una segunda niña fea, negrita y con mucho pelo. La criatura se crió estupendamente, teniendo la desfacha­tez de mamar hasta los dos años. Al poco tiempo de mi naci­miento mi padre fue destinado a Alcazarquivir como Goberna­dor Militar. Allí me bautizaron con gran pompa. Fue mi pa­drino el hermano de mi padre, quien tardó sus buenos meses en decidirse a emprender el viaje. Cruzar el Estrecho le ins­piraba mucho recelo. Su mujer, que debía ser mi madrina, no se atrevió a emprender tamaña audacia. Me tuvo en sus brazos en la pila bautismal la mujer del General Sausa.
Recuerdo vagamente el patio de la Comandancia de Alcazarquivir, donde jugaba vestida de niño, pues mi madre, para con­solarse de no haber tenido un varón me vestía como tal. Mis juguetes eran de niño también: un caballo de cartón piedra y un coche al que se le encendían las luces de verdad, regalo de Melali Bacha o Baja. El caballo pereció una noche que lo dejé a la intemperie al caerle encima un buen chaparrón que lo des­hizo y el coche dejó prácticamente de funcionar gracias a mis manitas destrozonas.
Mi padre, cabello oscuro, ojos castaños, facciones grandes y bien marcadas, tenía cierto parecido con los árabes. Pero el que era un moro auténtico era el primo militar de mi padre, tío Pepe. En una revista titulada «España en sus héroes» hay una fotografía y un texto que resume sus méritos en las campañas africanas y cuyo final, extraído del Diario Oficial, dice: «Siendo teniente le fue concedida la Medalla Militar Individual por sus méritos y distinguidos servicios que prestó perteneciendo a las tropas de Policía Indígena en Tetuán y Larache, en las que des­arrolló una gran labor política preparando personalmente el avance de nuestras tropas, y muy especialmente por su compor­tamiento en la toma de Dar-el-Atar, en la cábila de Ahl Serif.»

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