lunes, 13 de septiembre de 2010

CERVANTES EN GUADALCANAL - 31


Pliego siete

La mesonera se acercó de nuevo a traer el vino que habían pedido. No sólo el Flor de la Sierra habían catado. Se atrevieron con el cazalla seco, e incluso el dueño de la casa les habia ofrecido un orujo de León, que le había traído un fraile procedente del Convento de San Marcos, pócima a la que tampoco hicieron ascos.

Lo avanzado de la tarde, el equilibrio entre luces y sombras que alcanzaba al ahora tranquilo mesón, y los efectos de la traga continuada de licores y vinos de la tierra, imprimieron a la conversación un ritmo mas apaciguado y solemne, donde el tono de las palabras más parecía de confesión que de coloquio.

—Lo que no cabe duda —intervino de nuevo Jerónimo Ortega reconduciendo el tema— es que Guadalcanal, se ha beneficiado de la suerte o del trabajo de algunos de estos emigrantes. Para que se haga una idea —dijo mirando a Cervantes— sólo seis de esas personas han enviado en los últimos años, treinta y cinco millones de maravedises, veinte de Perú y el resto de Nueva España.

—¡Es impresionante! —exclamó Cervantes con los ojos brillantes, no sabemos si por causa de las riquezas anunciadas o del alcohol trasegado— tengo que intentar de nuevo conseguir un puesto en América.

—Esto está permitiendo —hablaba ahora Diego Funes— la aparición de instituciones benéficas, como por ejemplo el hospicio que se está haciendo en la calle Tres Cruces. (62) O esa curiosa obra benéfica que ha fundado Diego Ramos, natural de esta villa y vecino de México, que el 27 de enero de 1566 donó 1.696.702 maravedises. El objeto era ayudar al casamiento de doncellas sin medios y a sustentar a viudas de Guadalcanal.
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(62) Efectivamente en ese momento se estaba construyendo el hospicio, pero por problemas surgidos, no se pudo poner en funcionamiento hasta el año 1603, como enfermería y refugio de transeúntes. (Nota del Editor)

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