martes, 7 de septiembre de 2010

CERVANTES EN GUADALCANAL - 28


En el Mesón de El Toro sigue el animado parlamento.

—Don Miguel, es la hora de las Ánimas —advirtió Francisco Muñoz— si queréis ver al señor Freire, ahora tendréis la ocasión de encontrarlo en la iglesia de Santa María.

La respuesta de Cervantes sorprendió a sus compañeros.

—Saben, ahora lo que me apetece, es saborear de nuevo ese magnifico vino de Guadalcanal y seguir charlando con ustedes. Por cierto, joven Francisco, en Italia no tuve ningún hijo, pero en 1585 si nació mi hija Isabel (56).

Tras el sonido de las campanas de la iglesia, otro ruido menos afinado irrumpió desde la calle en el solitario salón que a estas horas ya solo ocupaban nuestros amigos, los poetas y una somnolienta mesonera. Un hermoso ejemplar de carnero con un inmenso cencerro abría la marcha de un rebaño de ovejas. Un gran perro acompañaba al pastor.

Francisco Muñoz, dirigiéndose a todos les dijo.

—Ahora que veo las ovejas, me ha venido a la memoria lo que me ocurrió el invierno pasado. Me había levantado pronto porque tenía que ir a visitar a un familiar a Fuente del Arco. Aún no era de día cuando atravesé el puerto de Llerena. A poco de pasar el cruce del camino que se dirige a la ermita de Nuestra Patrona, vi acercarse, lo que parecía un ejército con mil ojos reluciendo en la noche. Estaba a punto de dar la vuelta y salir corriendo, cuando me percaté de que era un rebaño de ovejas que se había escapado del redil y del que en la negrura de la noche sólo se veían sus ojos (57)

Tras las sonoras risas de los presentes, continuó Cervantes preguntando.

—Me decían Ustedes antes que han marchado muchos vecinos a las Indias y si eso es así me pregunto: ¿qué hacen ustedes aquí?

—Yo ya estuve allí —le respondió Jerónimo Ortega— en el año 1570 y también dos años después, y pienso volver junto a mi padre. Francisco y Diego se lo están pensando.

—La emigración ha disminuido mucho en los últimos años, —continuó Jerónimo Ortega— cambiando además el destino, últimamente está creciendo el número de personas que eligen Perú, la mitad de los que marchan van allí y el resto se reparten entre Nueva España y Tierra Firme.

—No sabía yo —dijo Cervantes— que Perú estuviera cogiendo ese auge, habrá algo allí que atrae a las personas.

—Muchas veces —añadió Diego— el destino se elige en razón de que allí esté ya algún familiar o amigo.

—Francisco Muñoz dirigiéndose a Cervantes le preguntó: ¿no le han contado lo que le sucedió a una paisana nuestra, que se marchó a las Indias.

—Sorpréndame, amigo Francisco.

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(56) Efectivamente en las relaciones que tuvo con Ana de Villafranca, más conocida como Ana de Rojas, casada con Alonso Rodríguez, nació una niña a la que pusieron el nombre de Isabel. (Nota del Editor)

(57) En el capítulo XVIII de la primera parte de El Quijote, cuenta Cervantes un episodio parecido. (Nota del editor)

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