jueves, 29 de julio de 2010

CERVANTES EN GUADALCANAL - 8



Me supongo que también te diría tu padre, que la mano que le amputaron fue la derecha. Y como dice el dicho: “no hay mal que por bien no venga”, la que yo perdí luchando en Lepanto, como puedes ver fue la izquierda, si hubiera sido la derecha, ahora tendríamos problemas.
El joven Francisco palideció como el sol de otoño y tras muchos esfuerzos, consiguió sacar un murmullo de voz, que le permitió decir:


—Excúseme de nuevo don Miguel, en ningún momento me pasó por la imaginación que ese Miguel de Cervantes fuera vuestra merced.

—Me lo figuro, —prosiguió Cervantes— además, como me iban a admitir en el setenta en la compañía de Diego Urbina, en Roma, si me hubiera faltado precisamente la mano derecha. Por aquellas fechas frecuenté la casa del cardenal Aquaviva. Además, bien que pude celebrar la boda de nuestro rey Felipe II con doña Ana de Austria, ese mismo año.

Jerónimo Ortega que llevaba tiempo queriendo intervenir, aprovechó la ocasión de que los demás se llevaban el vaso de vino a la boca, para preguntarle:

—Seguro que conoció a don Juan de Austria, hijo natural de nuestro Emperador y hermano del rey.

—A don Juan tengo que agradecerle haberme dado la más alta ocasión que vieron los siglos pasados, los presentes, ni esperan ver los venideros. Aquel día, ocho de octubre de 1571, iba embarcado en la nave “Marquesa”. Desperté enfermo y con fiebre y aunque me dijeron que siguiera en cama, fui incapaz de obedecer. Asumí el mando de un bote con doce hombres. Estuvimos toda la batalla de una nave a otra, llevando las órdenes del Almirante. Recibí primero una herida en el pecho, pero seguí en la barca. Una segunda herida en el brazo izquierdo, me lo dejó inutilizado… y ya veis —enseñándoles de nuevo su mano izquierda— así me ha quedado. Una vez acabada la batalla y conociendo su resultado, me evacuaron a Sicilia, donde curaron mis heridas en el Hospital de Messina.

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