viernes, 25 de junio de 2010

VACACIONES DEL COLEGIO


Oigo pasar a los niños en su último día de colegio. Risas y carreras, preludian los juegos que dentro de poco realizarán en el Palacio. El Palacio es un paseo que ahora ocupa lo que antes eran los corrales de la casa del Comendador de la Orden de Santiago, y que con frondosos árboles sembrados a principios del siglo XX, nos permiten pasar el caluroso verano.

Los niños van cargados con pesados macutos, donde llevan todos los libros que ahora son necesarios para estudiar –además del ordenador personal. Esto me hace recordar, que aún tengo el libro que me valió para realizar los estudios elementales: ENCICLOPEDIA GRADO ELEMENTAL, de José Dalmau Carles. Era un libro de 440 páginas y en él se explicaban nociones de la Lengua castellana, Aritmética, Geometría, Geografía, Historia de España, Historia Sagrada…

Es curioso, que con este libro, un cuaderno para los dictados y una pizarra para realizar las cuentas, teníamos suficiente. En este cuaderno, igual escribíamos del Jueves Santo, como resolvíamos un problema o anotábamos una frase lapidaria.

Yo, como la mayoría de los niños, empecé en la escuela de Dª Paca (Francisca Palacios Martínez). Allí en una sola clase, niños y niñas dábamos nuestros primeros pasos, con la a,e,i,o,u, y con el “mi mamá me ama”.

La mayor parte de mi formación, la pasé con don Alfonso González Macias, en las escuelas situadas en la calle Minas, en un antiguo cuartel de caballería, donde compartía edificio con don Andrés Mirón.

Entre otras cosas, recuerdo la forma en que aprendimos a dividir. Después de la explicación del maestro, nos poníamos varios niños en una pizarra grande donde previamente don Alfonso había puesto una larga cuenta de dividir. Allí cada niño íbamos resolviendo cada una de las operaciones. Al finalizar llamábamos al maestro que a un golpe de vista repasaba las operaciones y preguntaba quién había hecho uno de los cálculos, identificado el autor, recibía un coscorrón o un ligero toque con la palmeta, se borraba la pizarra y empezábamos de nuevo. Todo esto sucedió hasta que aprendimos a realizar la prueba del siete y nos permitió rectificar los errores, antes de avisar a don Alfonso.

De los recreos de esta época recuerdo la colección de tebeos que tenía uno de los alumnos más mayor: El Jabato, el Capitán Trueno, TBO…y por supuesto, la leche y el queso que nos mandaban los americanos.

El resto de maestros y maestras estaban repartidos por diferentes lugares: doña Hermo estaba en la calle López de Ayala en un edificio que compartía con don Francisco Oliva. En la misma calle –en el edificio del Hospital de los Milagros- estaba doña Victorina León, que era hermana de doña Hermo. Doña Paz estaba en la calle Milagros y su esposo, don Francisco O. Mantrana, en los bajos del Ayuntamiento. A don Juan Campos ya lo conocí jubilado y sólo me dio clases particulares un verano. Después cuando hicieron las primeras escuelas en el Paseo de la Cruz, ya se incorporaron maestros nuevos como: don Juan Bonilla, don Enrique Corona, don José Titos, don José Fernández, don Pedro, doña Isabel García…

Nuestras vacaciones las dedicábamos a jugar al fútbol en el Coso y a otros juegos que hoy no nos dejarían nuestros padres: las lurias, el salto el moro, piola, a la billarda, los bolis, los trompos, guardias y ladrones y sobre todo, a bañarnos en cualquier alberca o en el Arroyo San Pedro, todos juegos donde había que gastar poco dinero y poner mucha imaginación.

Ahora estos niños que pasan cargados con sus pesadas carteras, dedicarán la mitad de sus vacaciones con el ordenador conectado a Internet, sus carreras con las bicicletas en El Palacio y nadando en la piscina municipal, o en la casa de campo de sus padres.

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