viernes, 18 de diciembre de 2009

LA ANGUSTIA DE LAS INMENSIDADES OCEÁNICAS - 8 DE 8

(La representación del espacio en los primeros exploradores europeos del Pacífico en los siglos XVI y XVII)

Por la Dra. Annie Baert, hispanista, profesora de español y especialista en Estudios Ibéricos en la Universidad de la Polinesia francesa, en Tahití.

(Traducción de José María Álvarez Blanco)

En 1595, los españoles no se alejaron de la orilla, tanto en Tahuata como en Santa Cruz — lo que era lógico, puesto que para ellos no se trataba más que de una escala, y de una estancia provisional. Quirós parecía deplorarlo, cuando escribe «Como no se vaya al interior de las tierras, […] no se puede decir más…» o «En cuanto al interior, no se puede decir nada, porque no se va allí»[i]. Pero en 1606, convencido de haber descubierto por fin el gran continente austral, que de hecho no era más que la isla de Santo, ya no procedió a una verdadera exploración del interior, ordenando breves excursiones de una jornada, que no sobrepasaron tres leguas (un veintena de kilómetros), de modo que de nuevo escribió: «En cuanto se pasa por las cadenas de montañas no se puede decir nada ya que no se irá allí »[ii]: la diferencia aquí es el empleo del futuro, revelador de su condición que se consagraría más tarde, cuando volvería de nuevo para ….. . Pero este retorno jamás tuvo lugar.

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Los motines que hemos evocados aquí no tienen finalmente otra razón de ser que la ignorancia del espacio en el cual los marinos se sentían errar sin fin. Se está muy lejos de las sublevaciones de la Bounty y de la imagen de Epinal mostrando a Mel Gibson y la bella Maimiti. Los hombres de William Bligh sabían dónde estaban cuando desembarcaron su capitán en una chalupa y, cuando se dirigieron hacia Pitcairn, eran conscientes de que buscaban un estrecho desconocido y no situado en un mapa. Pero su refugio pronto llegó a ser un infierno. En su navío no faltarían víveres ni agua dulce, solamente, si se puede decir, libertad o igualdad; se estaba en 1789.
Dos siglos antes, esta reivindicación no tenía ningún sentido, y los amotinados de Santa Cruz no querían escapar de la muerte sin sepultura cristiana, en mar o en tierra «pagana». Estaba lejos de su pensamiento la idea de establecerse definitivamente en una de las islas a las que les había llevado el azar, aunque fueran «paradisiacas». Se puede uno preguntar en que habría quedado el proyecto de Mendaña de crear una colonia española en San Cristóbal, que para ello había seducido a más de 400 personas, hasta el punto de que sus compañeros vendieron sus bienes y abandonaron Perú con sus mujeres e hijos. Es probable que, por las mismas razones, les hubiera parecido tan inviable como Santa Cruz y que la aventura habría acabado en drama.
Esto no hace más patética la declaración de Quirós, que afirmaba haber «descubierto un paraíso terrestre»: debía ser el único que se lo creía, entre los que habían partido para instalarse allí. La fuerza del sueño es tal que numerosos adeptos, afortunadamente para ellos, no fueron autorizados a ir a perderse en las inmensidades oceánicas, y pudieron continuar idealizando la vida en los Mares del Sur.
Annie Baert

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[i] Pedro Fernández de Quirós, op. cit., p. 63 et 86.
[ii] Pedro Fernández de Quirós, op. cit., p. 267, 274 et 281.

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