lunes, 14 de diciembre de 2009

LA ANGUSTIA DE LAS INMENSIDADES OCEÁNICAS - 6 DE 8

(La representación del espacio en los primeros exploradores europeos del Pacífico en los siglos XVI y XVII)

Por la Dra. Annie Baert, hispanista, profesora de español y especialista en Estudios Ibéricos en la Universidad de la Polinesia francesa, en Tahití.

(Traducción de José María Álvarez Blanco)


Cuando en 1595, quiso volver y establecerse allí, una latitud ligeramente diferente de la que había seguido veinticinco años antes le hizo atracar en las Marquesas: basándose en la semejanza física entre estas islas y las Salomón, creyó primeramente haber llegado a buen puerto: «Se pensaba que era la tierra que buscaba… », Escribió Quirós[i]. Esta confusión, hoy día incomprensible, revela que, a falta de dominarlos, los navegantes despreciaban completamente los grados de longitud atravesados, o más bien los tiempos necesarios para cubrirlos: la diferencia entre los dos meses y medio de 1567 y las cuatro semanas de 1595 no era un freno intelectual, y no era inconcebible que se llegara tan pronto al final de la travesía.
Decidido a establecerse en las Salomón, volvió a la mar y le fue necesario de nuevo un buen mes de navegación antes de abordar este archipiélago por su extremo sudeste, en la isla que más tarde llamará Santa Cruz, y de la cual ignoraba evidentemente la posición geográfica. Esto es porque en el curso de la noche uno de sus cuatro navíos se había separado del resto de la flota, y por ello debió hacer allí una escala que, por múltiples razones, duró más de dos meses.
Durante este período, altamente conflictivo, los navegantes no tenían ningún medio de saber donde se encontraban. La lengua melanesia de la que Mendaña había aprendido rudimentos durante su viaje anterior no era hablada en Santa Cruz, lo que no le permitió obtener enseñanzas cuando se dirigió a las poblaciones locales, las cuales, por otra parte, por la conducta de los soldados habían transformado su buena voluntad inicial en hostilidad manifiesta e irremediable.
Mendaña sentía más que ellos la pérdida de este navío, que le pertenecía y que llevaba una buena parte de las provisiones embarcadas a su costa. Por otra parte, tenía sin duda más obstinación que ellos, pues llevaba empeñado en este proyecto más de 25 años, además de condiciones de vida más soportables: viajaba con su esposa, disponía a borde de un camarote particular y tenía varios criados a su servicio, mientras que los soldados debían acampar en tierra y montar guardia día y noche. Pero por lo demás, estaba en la misma situación y como ellos se encontraba enfrentado a dos obstáculos principales: las enfermedades — que finalmente acabaron con su vida al cabo de mes y medio — y la ignorancia de su posición.

La angustia y la desesperanza
Estas fiebres, malaria, paludismo, dengue, diezmaron rápidamente las filas españolas, apareciendo un sentimiento de abandono y de desesperanza que alcanzó su punto de no retorno cuando murió el primer sacerdote superviviente, y por tanto los miembros de la expedición se encontraron expuestos a la idea de su muerte próxima sin posibilidad de confesión ni de sepultura cristiana, en un lugar sin verdadera existencia, una clase de no lugar o un entre dos lugares, que se consideraba que no era más que provisional, y que se eternizaba. Así, esta ignorancia condujo al asesinato por los soldados sublevados del jefe indígena Malope, que en señal de amistad había cambiado su nombre con el de Mendaña, lo cual hizo que los indígenas dejaran de aprovisionarlos de víveres frescos de modo que, la situación que se había hecho insostenible, obligó al comandante a abandonar este isla, y conducirlos a «a tierra cristiana».
Este crimen tuvo lugar cuando se preparaba un motín, en el curso del cual debían ser ejecutados todas las personalidades de la expedición, lo que era, en cierto modo, suicida: Quirós por más que pudo dar a entender que era el único capaz de llevarlos a buen puerto, más tarde, y luego lo demostró, y que no tenían que esperar indulgencia de las autoridades de la comarca donde llegarán como amotinados, figuraba entre los individuos a eliminar. El fin del drama es conocido: Mendaña murió el 18 de octubre, y su viuda, que le había sucedido a la cabeza de la expedición, prosiguió primeramente la búsqueda de su navío perdido, sabiendo que nuevas protestas circulaban en secreto, se decidió a levantar anclas, el 18 de noviembre, y confirmó a Quirós en la dirección de los asuntos náuticos. Primeramente le ordenó volver a las islas Salomón donde su marido había proyectado instalarse, en San Cristóbal — y, de hecho, no estaban lejos, sin saberlo, evidentemente — y después, cedió a la desesperanza y le hizo poner rumbo a la «tierra cristiana » más próxima, las Filipinas, que alcanzaron al final de una larga y penosa travesía.



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[i] op. cit., p. 50.

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