sábado, 12 de diciembre de 2009

LA ANGUSTIA DE LAS INMENSIDADES OCEÁNICAS - 5 DE 8

(La representación del espacio en los primeros exploradores europeos del Pacífico en los siglos XVI y XVII)

Por la Dra. Annie Baert, hispanista, profesora de español y especialista en Estudios Ibéricos en la Universidad de la Polinesia francesa, en Tahití.

(Traducción de José María Álvarez Blanco)


La expresión «el nivel del mar había subido tanto que las había recubierto de agua y que se había pasado por encima de ellas» no hay que tomarla necesariamente en sentido metafórico, porque en esta época, todo parecía posible, incluso algo tan improbable como la desaparición de un archipiélago sobre la superficie del mar (pensemos en el continente tragado por el mar de los griegos), puesto que se admitía que la providencia envía una estrella en pleno día para guiar un barco hasta una bahía abrigada y un fondeadero seguro[i]. En cuanto al temor de llegar a la «Gran Tartaria», revela una percepción de la inmensidad oceánica espantosa. Incluso los pilotos profesionales, que se consideraba que tenían mejores nociones de navegación que el común de la tripulación, proferían palabras aberrantes: «los barcos escalarían las rocas, por encima de la tierra», remitiéndose a los mapas «donde estaba dibujada», que de alguna forma les habían mentido. Es significativo que en este pasaje de una docena de líneas, se encuentre dos veces el verbo «buscar» y cuatro veces el verbo «encontrar» en su forma negativa, además de expresiones como «olvidar» o «no saber»: ignorancia confirmada por el piloto que se pregunta si la flota no ha «dejado atrás» las islas Salomón.
A pesar de todo, los nuevos conocimientos se propagaron de un modo bastante rápido: no había hecho falta que pasaran dos años desde que Núñez de Balboa hubiera «visto» el Mar del Sur en septiembre de 1513, para que partiera la primera expedición de búsqueda del paso interoceánico, la de de Juan Díaz de Solís, que terminó en los alrededores de la actual Montevideo (1515-1516) y abriera la puerta a la de Magallanes, decidida oficialmente por Carlos V en 1518. Del mismo modo no habían transcurrido más que dos años entre la llegada a Acapulco en octubre de 1565 del monje navegante Andrés de Urdaneta, que venía de descubrir el tornaviaje, la ruta a seguir para volver a América desde el otro extremo del gran océano
[ii], y el primer viaje de Mendaña a las islas Salomón (1567-1569)[iii]. El éxito de Urdaneta tuvo lugar después de numerosas y vanas tentativas de acercarse a las Molucas o las Filipinas y México, y condujo a la apertura de una línea marítima regular ininterrumpida durante dos siglos y medio: el llamado «galeón de Manila» que se contentó, si se puede decir así, de seguir un rumbo conocido, apartándose de él lo menos posible, puesto que su fin no era la exploración geográfica, sino la unión administrativa y comercial entre dos territorios. Ni permitió el dominio del espacio «pacífico» ni hizo progresar el conocimiento que de él tenían los occidentales.
Fueron las expediciones de Mendaña y de Quirós las que primero contribuyeron, aunque de modo fuertemente parcial, a llegar en cuarenta años (1567-1606) hasta archipiélagos tan alejados entre sí, y tan distantes del Perú, como las Salomón, las Marquesas, las Tuamotu y el Vanuatu
[iv].
Cuando Mendaña abandonó el Callao por primera vez, partía para buscar las islas de cuya existencia solo había rumores, pero de las cuales ignoraba evidentemente su localización. Sólo sabía que, si realmente existían, de lo cual incluso no podía estar seguro, estarían situadas en el oeste. Por tanto le era necesario partir con viento de popa, con la seguridad, debida a Urdaneta, de que el viaje de vuelta sería posible, aunque largo y doloroso, navegando en latitud casi constante. Si esto no planteaba un problema real, la cuestión era saber durante cuánto tiempo — hoy día se diría: durante cuantos grados de longitud. Como en el caso de Magallanes, esta inmensa incertidumbre no fue un obstáculo para su partida, y la «providencia» quiso que llegara efectivamente a las tierras deseadas, al cabo de dos meses y medio de navegación en el desierto de la alta mar, prácticamente en el otro extremo del Mar del Sur.



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[i] Esto es, según Mendaña, lo que había ocurrido cuando su llegada a Santa Isabel en 1568 (relato transcrito por C. Kelly, en Austrialia Franciscana, Madrid, 1967, III, p. 197).
[ii] http://www.lehman.cuny.edu/ile.en.ile/pacifique/baert_urdaneta.html
[iii] http://www.lehman.cuny.edu/ile.en.ile/pacifique/baert_mendana.html
[iv] El relato completo de estas tres expediciones es el de Pedro Fernández de Quirós, Histoire de la découverte …, op. cit.

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