domingo, 27 de septiembre de 2009

DE CÓMO JUAN ANTONIO TORRE SALVADOR (MICRÓFILO) INTENTÓ GASTAR UNA BROMA A DON MARCELINO MENÉNDEZ Y PELAYO Y SALIÓ ESCALDADO.



Recordando a Juan Collantes
de Terán (1931-1987) y a
Andrés Mirón (1941-2004),
que amaron profundamente a
Guadalcanal en cuyo cementerio
descansan sus restos.


En la Sevilla de finales del siglo XIX había un prestigioso núcleo de hombres de letras1, que tenía como figuras principales, entre otros, al fol-klorista Antonio Machado Álvarez (Demófilo) (1848-1893), al gran literato de Osuna Francisco Rodríguez Marín (1855-1943) y a los eruditos hermanos gemelos Manuel (Marqués de Jerez de los Caballeros, 1852-1929) y Juan (Duque de T’Serclaes, 1852-1934) Pérez de Guzmán y Boza. Durante las últimas cinco primaveras del S.XIX acostumbró a visitar la ciudad el gran polígrafo santanderino D. Marcelino Menéndez y Pelayo, donde se reunía con los compañeros de tertulia del duque, a excepción del padre de los Machado ya fallecido. Entre los asistentes se encontraba nuestro paisano Juan Antonio Torre Salvador, que tuvo la ocurrencia de poner a prueba los vastos saberes literarios de D. Marcelino, de la forma que describe el propio F. Rodríguez Marín:



“…Uno de los que de cuando en cuando concurrían a la tertulia del duque, y presente en ella estaba aquella noche, era mi fraternal amigo y compañero de aulas Juan Antonio de Torre y Salvador, de felicísimo ingenio y clara y poderosa inteligencia, muy sólidamente culto además y de exquisito buen gusto literario; hombre a quien distrajo y descarrió la circunstancia de ser rico, que a otros ayuda y levanta hasta las nubes. Este Juan Antonio de Torre, algo y aún algos quevedesco, que solía firmar sus escritos con el seudónimo de Micrófilo, no quiso dar por terminada la experiencia con la que habíamos practicado; antes por el contrario, se propuso probar en otra piedra de toque, suya propia, el finísimo oro de saber de Menéndez y Pelayo, bien que con poca esperanza de dar gato por liebre al exquisito paladar del Maestro; y a este fin, ya en la calle, me confió el pensamiento que iba a poner en práctica. En vano traté de disuadirle.
A la noche siguiente sin haber dado parte a ninguna otra persona de lo que intentaba, aprovechó en la variada plática general de la tertulia un momento favorable, y dijo al Maestro que, como él tenía aficiones literarias y a ratos brujuleaba por archivos y bibliotecas, curioseando entre viejos papeles, había encontrado y copiado hacía pocos días unos versos anónimos que le habían parecido dignos de la publicidad. Y, acto seguido, sacó de la cartera un papel y leyó el siguiente soneto:

A LEOCADIA
¿A qué, si sabes que huye la hermosura,
la dejas de gozar en la dichosa
edad en que los sueños de oro y rosa
olas llevan al alma de ventura?
Cuando ya la vejez, con mano dura,
a la ayer tersa faz torne rugosa,
del tiempo que perdiste desdeñosa
inútil es que llores la premura.
Árbol es la mujer; el tiempo alado
róbale sin piedad sus bellas flores,
a pesar del ingenio y del cuidado.
Mas nada son del tiempo los rigores,
¡oh Leocadia!, si en fruto delicado
se trueca el florecer de los amores.

A todos los oyentes gustó sobremanera el soneto leído por Micrófilo, y dijo el Maestro:
- “Es, sin duda, un buen soneto; yo no le conocía, ni sé, por tanto, a quién pudiera atribuirse. Desde luego, sabe a fines del S.XVI o principios del siguiente, y, sin dejar de ofrecer alguna novedad, sobre todo, en el último terceto, debe clasificarse en el ciclo que abrió Virgilio, o Ausonio, con su lindísimo Collige, virgo, rosas…, tantas veces imitado por los mejores poetas del renacimiento italiano (Grotto, los dos Tassos, etcétera), y, entre los españoles por Garcilaso en el soneto:

En tanto de rosa y azucena….

y después por Góngora, Rioja, Lope, Salcedo, Coronel y varios otros. Deme usted el soneto: le veré despacio”.
……………………………………………………………………………
En la mañana siguiente el Maestro y yo nos vimos en la Biblioteca Colombina, y de buenas a primeras me preguntó:
- Usted, que conoce bien a Micrófilo, ¿le cree capaz de hacer un buen soneto?
- Uno y ciento, si se lo propusiera seriamente – respondí, viendo venir lo que ya venía de camino, porque el Maestro me hizo en seguida esta otra pregunta:
- ¿No será suyo el soneto que nos leyó anoche?
Al oír esto, me eché a reir y dije:
- Suyo es, y casi me lo sé de memoria; pero, Maestro ¿en que lo ha conocido usted?. Porque el soneto está bien hecho y es de buen corte clásico, como para dar un corte al más listo.
- Pues he conocido la falsedad en dos pormenores: en un mal régimen y en un vocablo que no es del tiempo viejo.
- Y sacando del bolsillo el papel, leyó:

-Cuando ya la vejez con mano dura,
a la ayer tersa faz torna rugosa…,

Este “tornar rugosa a la faz” no es de antaño, sino de hogaño, y muy mal dicho: sobra a todas luces la preposición. Además, la voz premura es moderna. Micrófilo, pues, y lo siento, ha querido darme una broma pesada.
- No querido Maestro - repuse - : el embromado ha sido él. Ha puesto aún más de relieve el saber de usted, cuyo oro, de tan subidos quilates, puede pasar victorioso por cuantas piedras de toque hay en el mundo. ¡Cualquiera se la pega a D. Marcelino con sonetitos contrahechos!
El Maestro, echóse a reír como un niño, porque eso fue toda su vida, y yo añadí:
- Otra cosa tiene el tal soneto: que es acróstico y está dirigido “A Leocadia Ramos”, una novia que Micrófilo tuvo en su pueblo natal. De ahí vino la preposición que a usted le ha chocado: le hacía falta para la primera a de Leocadia, como necesitando empezar con i el verso octavo, dijo “Inútil es”, en lugar de “Será inútil”, haciendo presente lo que había de ser futuro.
Aquella noche se comentó con alborozo en la tertulia ducal el resultado de la frustrada broma de Micrófilo. Este juró no hacer más sonetos acrósticos en su vida, y don Marcelino, con el aplauso de todos, quedó en la pacífica e indiscutible posesión, que por fuero disfrutaba, de su acrisolado renombre, como insuperable maestro de la erudición española.
F. Rodríguez Marín
(Director de la Real Academia Española)
(En “Menéndez Pelayo y Sevilla”,
ABC, 3 de noviembre de 1942, página 3)…”
2


Cuando en 1942 se publicó esta anécdota no estaban los tiempos para mencionar en el título del artículo el nombre de un reconocido masón y heterodoxo hombre de letras, aunque hubiera muerto en 1903, y el hecho narrado hubiera acaecido cuarenta y tantos años antes. Por ello, el polígrafo de Osuna astutamente no mencionó en el título a nuestro paisano Micrófilo, sino sólo a Menéndez y Pelayo y la ciudad de Sevilla.
En cuanto al motivo de las periódicas visitas primaverales a Sevilla del ilustre santanderino hay dos versiones contrapuestas. Según R. Marín, en el artículo reproducido en parte en las líneas anteriores, las visitas estaban motivadas “por manejar a sus anchas aquel inapreciable tesoro de libros3 peregrinos, casi inverosímiles algunos, que a fuerza de años, viajes y dispendios había logrado juntar en su casa [de la calle Alfonso XII, nº 52 de Sevilla] el Marqués de Jerez de los Caballeros”. Según Luis Montoto4 los viajes se debían al interés de D. Marcelino en presenciar las famosas fiestas primaverales sevillanas, Semana Santa y Feria. Mi opinión es que, por muy religioso que fuera el autor de la Historia de los Heterodoxos Españoles, entre elegir consultar una colección de libros raros y admirar procesiones y bailes de sevillanas, no tenía ninguna duda.
Esta anécdota revela que dos representantes tan conspicuos de las dos Españas dialogaban y se admiraban. En efecto, si suponemos que lo que se relata ocurrió en 1897, D. Marcelino ya había dado pruebas de sobra de su acendrado catolicismo ultraconservador y su monarquismo, y Micrófilo al que sólo le quedaban seis años de vida, ya había acreditado su republicanismo, laicismo, su pertenencia a la Masonería, y había sido llevado a los Tribunales en más de una querella por injurias. No es esta la única ocasión de la que hay constancia escrita de la admiración que Micrófilo sentía por el maestro cántabro, pues en el texto antes citado Luis Montoto describe cómo Micrófilo que se encontraba reunido en Café Central de Sevilla – (que después fue el Cine Palacio Central, y actualmente unos almacenes) –interrumpe a sus compañeros de tertulia para avisarle con admiración, que el señor que se ha sentado en una mesa cercana y ha pedido una copa de coñac es nada menos que D. Marcelino Menéndez y Pelayo.
La musa inspiradora del soneto, Leocadia Ramos, pertenecería a una saga familiar guadalcanalense que tal vez tuviera como antecesora a la piadosa María Ramos, que dio origen en Colombia (entonces Nueva Granada) en el siglo XVI a la advocación mariana de Chiquinquirá.


Al principio de este texto he recordado a dos ilustres hombres de letras guadalcanalenses, uno de adopción y otro nativo. ¡Lo que hubieran disfrutado leyendo esta anécdota!, que me atrevo asegurar que no conocieron. Cuando se publicó, en la inmediata posguerra cainita, Juan Collantes de Terán - que fue quien nos descubrió Micrófilo a los guadalcanalenses5 - era un niño de 12 años, y Andrés que fue de mi quinta, solo llevaba dos años impregnando su retina de la cal de las paredes de Guadalcanal y de su cielo azul que cantó Manuel Machado. El diario ABC, que contenía la descripción del intento de broma, fue sepultado en las hemerotecas por los que vinieron después, y solo ha sido posible recuperarla ahora gracias a la tecnología del ciberespacio. Es de justicia resaltar que el veterano periódico, con la puesta pública gratuita de su hemeroteca digital, ha prestado un encomiable servicio a la cultura española.

Madrid, septiembre de 2009
José María Álvarez Blanco
Quimiófilo


Notas.-
1 Para una visión general de la Sevilla culta de finales del S.XIX, véase José Cascales Muñoz (Mathéfilo), “Sevilla intelectual. Sus escritores y artistas contemporáneos”, Imprenta de C. de Salas, Madrid, 1896.

2 Este artículo también está contenido en las páginas 83 a 89 del texto recopilatorio, “Artículos periodísticos de Francisco Rodríguez Marín”. Madrid. 1957. Asociación de amigos de F. Rodríguez Marín.

3Como es sabido esta valiosísima biblioteca tras ser subastada en 1902, por unas 600.000 pesetas de entonces, acabó en el barrio neoyorkino de Queens, en la sede de la Hispanic Society of America, tan de actualidad estos meses por los cuadros de Sorolla que han recorrido diversas ciudades españolas. Un irreparable atentado que añadir a los muchos perpetrados contra la cultura sevillana, como fue la salvajada urbanística sufrida por el Palacio de los Duques de Osuna, sede del Colegio de los Escolapios, del que puedo decir parafraseando a A. Machado: mi bachillerato son recuerdos de un patio de Sevilla, aunque en mi caso no fue un solo patio, sino varios, el de la Virgen, el de Matahacas, el de los Terceros (hoy en la sede de Emasesa), y los dos jardines.

4 Véase el texto de Luis Montoto, también titulado “Menéndez Pelayo en Sevilla” contenido en su obra “Por aquellas calendas”, Sevilla, 1929-1930.

5 Juan Collantes de Terán, “Personajes de Guadalcanal. Juan Antonio Torre Salvador”. Revista de Feria de Guadalcanal, 1989.

4 comentarios:

jose miguel dijo...

Magnífico recuerdo el que nos tráe nuestro paisano. Le felicito y animo en la búsqueda de relatos y anecdotas de nuestros ilustres paisanos.

Eleuterio Díaz dijo...

prete

Eleuterio Díaz dijo...

Perdón: por equivocación salió en el comentario la verificación.
Lo que pretendía decir es, que el artículo que publica don José María es MAGISTRAL.Son de esos trabajos que dan "lustre y esplendor" -como reza en el escudo de la Real Academia de la Lengua- al medio que tiene la suerte de publicar artículos como este. Gracias, Quimiófilo. por la ingente e inteligente labor que, a través de los años, lleva realizando en la difusión de la historia y de los personajes que tuvieron su cuna en esta villa de Guadalcanal.

José María Álvarez Blanco dijo...

Desde que apareció este texto el día 27 de septiembre 2009 hasta el día 18 de octubre 2009(que se ha corregido) estaba errónea la fecha del año del Diario ABC que era 1942 (y no 1943 como erróneamente constaba). Para ser más preciso el artículo de Rodríguez Marín fue publicado en la página 3 del ABC (edición de Sevilla) del 3 de noviembre de 1942) y en la página 3 del diario ABC (edición de Madrid) del 1 de noviembre de 1942). Agradezco a Ignacio Gómez su rapidez en corregir dicho error de fecha.