martes, 12 de mayo de 2009

LA ARQUITECTURA VERNÁCULA DE GUADALCANAL: LOS MOLINOS DE AGUA

Por Alberto Bernabé Salgueiro

Guadalcanal posee un patrimonio arquitectónico singular, reflejo del esplendor de épocas pasadas y que, afortunadamente, ha llegado hasta nuestros días como fiel imagen del buen quehacer de sus gentes, donde se amalgaman saberes, técnicas y tradiciones, se aúnan voluntades y se estrechan los nexos de unión entre Andalucía y Extremadura.

Sin embargo este patrimonio cultural no siempre es apreciado, y no me refiero a las iglesias, conventos, castillos o palacios. ¡No!, me refiero a otros “monumentos”, a otro “patrimonio” que por cercano y familiar es olvidado y abandonado, tanto es así que sus paredes se derrumban, sus techumbres
se caen, sus interiores se saquean, su memoria se borra…

Ese vilipendiado y denostado patrimonio no es otro que la arquitectura vernácula (mal llamada popular), esa que refiere a las construcciones agro-ganaderas: enramadas, tinajones, zahúrdas, palomares…; las dedicadas a los procesos de producción y transformación como los molinos de aceite, de zumaque, lagares, alfarerías, fundiciones, curtidurías…; o las propias viviendas: casillas, cortijadas, chozos, torrucas, tribunas…, o aquellas relacionadas con el agua como lavaderos, molinos, martinetes, fuentes, pilares, pozos…; entre otras muchas más..

Sin embargo debemos tener en cuenta que estamos hablando de un patrimonio vivo y su protección y defensa no debe quedarse exclusivamente en la recuperación de unas “piedras” vacías de contenido. Estas construcciones nos hablan de unos usos y costumbres, de unas formas de vida, de una cultura, de una economía y en definitiva de unas formas de hacer pueblo. Por ello es tan fundamental preservar estos testigos de nuestra historia, así como llegar a saber quienes fueron sus constructores (los parederos, los portugueses, los alarifes loc
ales…) , conocer sus técnicas y los materiales usados; cual fue el uso de dichas edificaciones, que actividades socio-económicas se realizaban (producción, trabajo, tecnología…), entre otras muchas cosas; para que una vez recogido toda esta información, podamos proteger con mas exactitud el inmueble o el bien de que se trate e indicar como adaptarlas a los nuevos usos y tiempos, de tal forma que consigamos ese difícil equilibrio entre modernidad y tradición y logremos preservar y legar dicho patrimonio a nuestros descendientes.

Por tanto es prioritario poner en valor este patrimonio guadalcanalense, para que sea apreciado tanto por los que nos visitan como para los propios vecinos que conocen, usan y transforman este legado cultural.

Un ejemplo de todo lo dicho hasta aquí lo tenemos en los molinos de agua de Guadalcanal, localizados a lo largo del curso del arroyo San Pedro. Tenemos noticia de su existencia al menos desde la etapa en la que Guadalcanal estuvo en posesión de la Orden de Santiago, siendo muy probable que estos ingenios funcionaran bajo el dominio musulmán, aunque la escasez de datos arqueológicos o documentales nos hace imposible fecharlos en esta época o en alguna anterior. El documento mas antiguo que conozco es un pergamino que se encuentra en el Archivo Histórico Nacional y data de 1479, en el que los Reyes Católicos confirman un mandamiento del Maestre de la Orden de Santiago por las que se indica que “no se use en el riego de tierras el caudal del agua, al perjudic
arse la actividad de los molinos en la villa de Guadalcanal”.

En cuanto a la cantidad de molinos existentes, con independencia de las edificaciones y restos que perviven hoy día, diremos que en el interrogatorio de la Real Audiencia de 1791 constaban 17 molinos harineros y en la estadística de Madoz de 1850 se indican que eran 15.

Dada la rapidez con la que están desapareciendo estas arquitecturas, se hace necesario una catalogación, estudio e inventario de los restos que nos quedan, saber su estado e indicar el nivel de protección que precisan, así como determinar que posibles intervenciones habría que hacerse. Para ello debemos saber exactamente de que estamos hablando.

Indicaremos que molino es un nombre genérico que designa a los diferentes elementos mecánicos y técnicos empleados en las labores de molturación, y también, a la arquitectura que cobija esta maquinaria. Por tanto, la definición de molino vendría dad
a por la interrelación entre arquitectura y maquinaria.

Existen diversos criterios para su clasificación tipológica, entre los que destacamos aquellos que atienden al tipo de:

.- Maquinaria que ejerce la molienda: molino de rulos, de rueda vertical…
.- Materia que muele: molino de corcho, de aceite, harinero…
.- Por la energía que produce el movimiento de dicho ingenio mecánico: de viento, hidráulico, de vapor…

La mayor parte de las clasificaciones tipológicas han optado por este tercer criterio: la energía.

Los molinos hidráulicos a su vez se pueden dividir en molinos de corriente o río, molinos de agua y molinos de mareas. Los existentes en Guadalcanal son exclusivamente de agua y se dedicaron principalmente a la producción de harina, aunque en algunos casos solían alternar la molturación del trigo con la de otro tipo
de granos, no descartándose la posibilidad que hubieran servido para otro tipo de materias como el zumaque debido a la importancia que tuvo en esta población el curtido de pieles.

El molino de agua se diferencia básicamente de los otros en que aquellos represan el agua mediante una aceña o “azud” y la usan directamente del río, mientras estos utilizan un sistema de conducción o “caz” (cao), para llevar el agua a través de una “toma” hasta el “cubo” del molino.

Efectivamente, mediante un sistema de captación y una red artificial de canalizaciones, suelen dirigir el agua necesaria, con una fuerza y caudal controlado, hacia la embocadura del molino, donde un salto de agua provocará el movimiento del rodezno. Esta regulación permite aprovechar al máximo la vía de agua con independencia de su caudal o escorrentía.

Estos molinos se presentan en grupos, alineados a lo largo del curso fluvial del arroyo San Pedro del que captan el agua. Esta disposición permite reaprovechar el agua que fluye de uno a otro molino, estando todos ellos enlazados mediante canales y acequias artificiales.

El sistema de captación de agua es bastante sencillo y no necesita de grandes obras de ingeniería, fundamentándose en la construcción de diques que obstaculicen parcialmente el cauce natural del arroyo y dirijan el agua hacia las zonas deseadas a través de una red
de compuertas y aliviaderos.
El sistema de almacenamiento se realiza por medio de balsas, cuyas dimensiones y formas varían, dependiendo de la topografía y el espacio disponible para su construcción, abundando los de forma triangular, generalmente construido a partir de un ensanche de la acequia. Estas balsas se ubican en la parte alta del molino, en las inmediaciones del pozo o boca de entrada al mismo.

En estos molinos una red de canalizaciones conduce el agua desde el punto de captura (presa, dique…) hasta estas balsas. Tal sistema de almacenaje posibilita que el molino tenga en todo momento la cantidad de agua necesaria para poner en movimiento los mecanismos de molturación. Por otro lado, estas balsas también suelen ser utilizadas como albercas y riego de los campos.

Esta red de canalizaciones esta formado por acequias descubiertas en forma de “U”, fabricadas en piedra o ladrillo y cuyo interior se encuentra recubierto por una cierta argamasa para obtener su impermeabilización. Este conducto o caz recibe diversos nombres en Andalucía como “cao” (Sierra de Cádiz), “caño” (Sierra Norte de Sevilla) o “adelantao” (Almería). En numerosas ocasiones estas canalizaciones tienen que salvar desniveles muy pronunciados; para ello se construyen amplias arquerías o pilares para sustentar la acequia e incluso se colocan robustos contrafuertes para con
trarrestar la fuerza y presión del agua.

Por otro lado, para poder poner en movimiento las ruedas de un molino es necesario que el agua llegue con cierta fuerza a la rueda o rodezno. En muchas ocasiones esta fuerza se consigue mediante un salto de agua, que se produce cuando el agua de la acequia se precipita por un pozo o galería vertical. Con frecuencia se trata de conseguir una eleva­da presión llenando de agua todo un pozo vertical, el cual deberá ser más ancho en su boca que en su final. Esta columna de agua, debido a su peso y a la presión provocada por el estrechamiento en el extremo del pozo, pro­duce la salida virulenta del agua con una fuerza capaz de hacer girar el rodezno a las revoluciones deseadas.

Este pozo de sección circular se denomina genérica­mente "cubo". Posee unas dimensiones variables: el ancho de su boca oscila entre 60 cm y un metro, y su pro­fundidad entre los cuatro y los doce metros. Por otro lado, la boca del cubo puede tener formas diversas, pre­dominando las circulares, las ovaladas y las lanceoladas. La mayoría de los molinos poseen dos cubos, existiendo una rueda o mecanismo de giro por cada uno de ellos.

El sistema de giro empleada es el de ruedas horizontales. Estos rodeznos son pequeñas ruedas de corriente hori­zontal cuyas paletas curvas, cucharas o alabes, reciben el empuje del agua que sale por el saetillo. Este saetillo es una pieza de madera troncopiramidal situada en la salida inferior del cubo, cuyo estrechamiento provoca una mayor presión y dirección del agua sobre los alabes, con lo que se consigue un mayor giro del rodezno.


Esta rueda horizontal se sitúa en la bóveda de desa­güe, justo debajo de la sala del molino, conectada sólida­mente con la piedra volandera a través de un eje o árbol de transmisión. Dicho eje posee dos partes diferencia­das: la maza o tronco de madera al que se sujetan los radios del rodezno, y el palahierro o vástago cilíndrico de acero que encastra por su base en la maza de madera y se afianza a la lavija, pieza metálica situada en el centro de la piedra volandera.

Todo el conjunto reposa sobre una viga de madera que impide el desplazamiento del rodezno, a la vez que sirve para elevarlo a voluntad desde la sala del molino, en cuyo centro existe una oquedad destinada a contener el "dado", un eje de bronce sobre el que gira el rodezno.

La molturación del grano se produce por la fricción entre dos grandes piedras circulares. De ellas, la inferior, llamada solera, está fija e inmóvil sobre un poyete elevado o alfanje, y la superior, denominada volandera, gira sobre la solera, siendo ambas de idénti­cas dimensiones. De los distintos tipos de piedras, las más utilizadas fueron las "blancas", muelas de una pieza obtenidas en las canteras andaluzas, cuya dureza y composición varia­ban según su lugar de procedencia. Debido al intenso desgaste que sufrían las piedras blancas y dado que no duraban más de dos o tres años, fueron sustituidas paulati­namente por las denominadas "france­sas", piedras hechas de varias piezas de mayor dureza y consistencia.

Ambas piedras tienen labrada las caras internas, la superior en la solera e inferior en la volandera, a base de surcos y ralladuras de dis­tinta intensidad, de forma excéntri­ca, a fin de triturar el grano y evacuar de la mejor manera posible la hari­na. Dicho grano cae desde la tolva hacia la solera a través de un orificio u ojo situado en el centro de la piedra móvil. Debido al polvo que levanta la molienda, estas piedras se suelen cubrir lateralmente con un guardapolvo de tendencia circular, evitando a su vez q
ue la harina se esparza por la estancia.

Desde la sala del molino se podía controlar la veloci­dad de giro del rodezno, cuestión muy importante para realizar una perfecta molturación y obtener así una hari­na de calidad. Esto se hacía mediante un conjunto de lla­ves y largos vástagos de metal que, atravesando el suelo del molino, topaban con los mecanismos situados en la bóveda:

—La “llave” permitía abrir o cerrar a voluntad la boca del saetillo, cortando o abriendo el paso del agua hacia el rodezno.

—El “alivio” engarzaba con uno de los extremos de la viga de madera que sostenía el rodezno, de modo que se podía subir o bajar a voluntad todo el mecanismo de giro. Dado que el rodezno estaba sólidamente unido a la volandera, este movimiento ascendente-descendente permitía regular la separación entre las piedras.

—El “freno” paraba el giro del rodezno desde la sala del molino, desviando el chorro de agua del saetillo.

Por otro lado, el agua que desciende por el cubo del molino desa­gua por la "bóveda", lugar en el que se ubica el rodezno. Esta estancia abovedada suele construirse con ladrillos o bien puede aprovecharse alguna cavidad natural, siendo fácilmente reconocible por situarse en la parte más baja de la edificación y presentar un arco de medio punto al exterior. Estas cavidades suelen desaguar sobre una nueva acequia, conduciendo el agua hasta el siguiente molino, lo que produce un ahorro de agua y apro­vechamiento de energía importante; o bien rein­tegran el agua directamente a su curso natural, lo que evita pérdidas innecesarias de caudal en la cuen­ca afectada.

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